Entre los siglos XI y XIV el occidente medieval vivió toda una serie de transformaciones de carácter sociocultural, económico y espiritual que nos permiten connotar este período de apasionante. Dentro del ámbito de la
espiritualidad estas transformaciones tuvieron como protagonistas a laicos y laicas de todos los estratos sociales. Ellos y ellas protagonizaron una auténtica rebelión contra el
poder establecido y, por tanto, contra la Iglesia a la cual acusaban de tener un gran
poder temporal, alejándose de los ideales evangélicos, y de excluirlos "a priori", precisamente por su condición laica, de la
vida\"religiosa", reduciéndolos a un universo puramente material. Una lucha que se enmarca en un contexto religioso y cristiano porque
religiosa y
cristiana es la sociedad occidental medieval. Buscaron formas de
vida que les permitieran conciliar una doble exigencia: la de una vida consagrada al servicio de Dios y la de cristianas y cristianos que viven en el siglo al margen de la estructura eclesiástica.
Esta actitud, que dio lugar a una gran proliferación de movimientos de renovación espiritual, dentro y fuera de la ortodoxia, comportó una ruptura con el orden establecido por la Iglesia; una ruptura que para las mujeres fue doble: en tanto que laicas y en tanto que mujeres. En tanto que mujeres porque desde el punto de vista teológico –pero también desde el
médico y científico- eran consideradas fisiológica y espiritualmente débiles, defectivas en
cuerpo y fortaleza moral e incapaces –salvo muy pocas excepciones- de elevarse a la consideración de la realidad espiritual. A pesar de estas opiniones la presencia de las mujeres prevaleció en todos estos movimientos e, incluso, crearon una corriente de
espiritualidad desde ellas y para ellas, con una total
autonomía respecto a los hombres. Una corriente de
espiritualidad que ellas dotaron de tanta
fuerza y
potencia que influyeron, no solamente la
mística de su tiempo, sino la de siglos posteriores: nos estamos refiriendo a las beguinas.
El de las beguinas es un movimiento que nace a finales del siglo XII en un ámbito geográfico concreto, Flandes –Brabante– Renania, que se extiende con rapidez hacia el norte y el sur de Europa, y en cuyo seno encontramos mujeres de todo el espectro social cuyo
deseo es el de llevar una
vida de
espiritualidad intensa, pero no de forma claustral, como estaba sancionado socialmente, sino plenamente incardinadas en las ciudades entonces emergentes.
La necesidad de un espacio específicamente femenino, creado y definido por las mismas mujeres, fue sentida y expresada literariamente por Cristina de Pizán a principios del siglo XV en "El libro de la Ciudad Damas", en el cual ella imagina la construcción de una ciudad, sólida e inexpugnable, habitada sólo por mujeres. Pero pocos siglos antes las mujeres llamadas beguinas habían materializado ya la existencia de un espacio similar al imaginado por Cristina.
Reclusión,
beguinato o
beaterio son algunos de los nombres que designan este espacio material en el que habitan las beguinas o reclusas (con ambos nombres son conocidas estas mujeres en Cataluña) y que puede adoptar formas y dimensiones diversas, ya que puede tratarse de una
celda, una
casa, un conjunto de casas o una auténtica ciudad dentro de la ciudad, como los grandes beguinatos flamencos, declarados Patrimonio de la Humanidad el año 1998.
Todos ellos, sin embargo, representan una misma realidad: un espacio que no es doméstico, ni claustral, ni heterosexual. Es una espacio que las mujeres comparten al margen del sistema de parentesco patriarcal, en el que se ha superado la fragmentación espacial y comunicativa y que se mantiene abierto a la realidad social que las rodea, en la cual y sobre la cual actúan, diluyendo la división secular y jerarquizada entre público y privado y que, por tanto, se convierte en abierto y cerrado a la vez. Un espacio de
transgresión a los límites, tácitos o escritos, impuestos a las mujeres, no mediatizado por ningún tipo de
dependencia ni subordinación, en el que actúan como agentes generadores de unas formas nuevas y propias de relación y de una
autoridad femenina. Un espacio que deviene simbólico al erigirse como punto de referencia, como modelo, en definitiva, para otras mujeres.
El fenómeno de laicización de la religión, que se produjo a partir del siglo XII, hizo que los clérigos dejaran de detentar el monopolio del papel de intermediarios con lo
divino. Un papel que empiezan a compartir con aquellas personas seglares a las que la sociedad reconoce una especial
autoridad.
En toda Europa, las beguinas recibieron numerosos legados testamentarios para que cumplieran una serie de tareas relacionadas con la muerte y con el tránsito del alma hacia el Más Allá. Así, ellas rezaban por la salvación del
donante, participaban en los funerales y acompañaban el
cuerpo del difunto al
cementerio. Pero también tenían
cuidado del cuerpo del moribundo, lo velaban y amortajaban. Esta
mediación en la muerte se convirtió en una de sus principales actividades y les otorgó una función social que las convertía en imprescindibles.
El
cuidado del cuerpo de enfermos y moribundos que las beguinas realizan constituye una práctica espiritual que está íntimamente vinculada a la
compasión y a la
solidaridad.
Las beguinas encarnan una de las experiencias de
vida femenina más
libre de la historia. Laicas y religiosas a la vez, vivieron con una total
independencia del control masculino –familiar i/o eclesiástico- y la
libertad de que gozaban es inseparable de la red de relaciones que establecen: de forma primaria entre ellas, con Dios "sine medio", y con el resto de mujeres y hombres de las ciudades donde vivían.
La forma de vivir y entender el mundo de estas mujeres se extendió con rapidez por toda Europa occidental hasta convertirse en un auténtico movimiento, tanto por el número de mujeres que se adhirieron a él como por el amplio espectro social al que pertenecían. Un movimiento que se movió siempre en los tenues límites que a menudo separan la ortodoxia de la
heterodoxia.
El espacio de
libertad que ellas representan las sitúa en un "más allá" del orden socio-simbólico patriarcal en su forma medieval, trascendiendo su estructuración binaria y jerarquizada. Generan algo nuevo y, en consecuencia, no previsto en la cultura de la época. Original, porque ellas son el
origen. Un espacio que se radica materialmente en las casas que habitan, inmersas en el tejido de la ciudad, con el que interaccionan de forma constante, ofreciendo tanto en la
vida como en la muerte, su
mediación.
http://www.ub.edu/duoda/diferencia/html/es/secundario1.html
Elena Botinas Montero y Julia Cabaleiro Manzanedo.