Las vidas de las mujeres de América Latina de distintas clases sociales se entrelazan en complejas madejas de negociaciones y pactos para poder enfrentar cada día, mantener un trabajo que mejore su calidad de vida y al mismo tiempo criar a sus hijos e hijas o a sus propios padres ya mayores y familias en general.
Si las familias tienen cubiertas por parte del Estado o de las empresas -plantea este informe- las necesidades de cuidado, esto redundará en una mejor calidad de su trabajo, y las economías nacionales y regionales verán reducida su pobreza por la mayor participación femenina en el mercado laboral. Varias experiencias y estudios dan cuenta de ello.
Sonia G es paraguaya. Hace 10 años que vive en Argentina, trabajando en el servicio doméstico. Desde hace nueve viaja todos los días desde la villa de Barracas,al sur de la ciudad de Buenos Aires (C.A.B.A), capital de Argentina, hasta el barrio de Caballito del centro de la ciudad para cuidar los hijos de una investigadora y limpiar su casa.
Durante años hizo ese trabajo sin mayores problemas pero cuando tuvo su primera hija el panorama cotidiano se le complicó. Como indica la ley del país, no tuvo licencia por maternidad pagada, dependió de la buena voluntad de su jefa; quien a su vez no sabía cómo reemplazar a esa mujer con la que sus hijos estaban tan encariñados.
Finalmente Sonia volvió a trabajar y dejó a su bebé al cuidado de una prima llegada de Paraguay en busca de un mejor destino también. Pero su prima consiguió un trabajo mejor pagado, y ya no pudo cuidar a su hija. Entonces su jefa la apoyó para que pudiera anotar a su hija en un jardín cerca del trabajo, lo que le facilitó un poco las cosas.
Como la de Sonia, las vidas de las mujeres de América Latina de distintas clases sociales se entrelazan en complejas madejas de negociaciones y pactos para poder enfrentar cada día, mantener un trabajo que mejore su calidad de vida y al mismo tiempo criar a sus hijos e hijas o a sus propios padres ya mayores y familias en general.
Todo esto porque mientras las mujeres se insertaron en el mundo laboral, no se produjo en nuestras sociedades un avance de la misma magnitud en pos de lograr la igualdad en la distribución familiar de las tareas de la casa y los cuidados de niños, enfermos o ancianos, tanto mujeres como varones.
Tampoco los Estados se han hecho responsables de cubrir este déficit con normativa y políticas públicas eficaces. Las empresas han hecho tímidos esfuerzos por mejorar las condiciones laborales pero, en general, se han restringido a programas destinados a mujeres embarazadas y en periodo de puerperio, enmarcando las necesidades en periodos concretos relacionados con el nacimiento del bebé.
El nudo sigue siendo considerar que las mujeres son ’naturalmente’ las únicas responsables de los cuidados y la organización familiar, aún a pesar de que la familia tradicional con el hombre como único proveedor está en franco declive. Así como desconocer que si las familias tienen cubiertas por parte del Estado o de las empresas las necesidades de cuidado, esto redundará en una mejor calidad de su trabajo, y las economías nacionales y regionales verán reducida su pobreza por la mayor participación femenina en el mercado laboral. Varias experiencias y estudios dan cuenta de ello.
El cambio se ha puesto en marcha. Falta profundizarlo y hacerlo universal.