27 de octubre de 2012

Mujeres cuidadoras: entre la obligación y la satisfacción .


Cuidar es, en el momento actual, el verbo más necesario frente al neoliberalismo patriarcal y la globalización inequitativa. Y, sin embargo, las sociedades actuales, como muchas del pasado, fragmentan el cuidado y lo asignan como condición natural a partir de las organizaciones sociales: la de género, la de clase, la étnica, la nacional y la regional-local.

Así, son las mujeres quienes cuidan vitalmente a los otros (hombres, familias, hijas e hijos, parientes, comunidades, escolares, pacientes, personas enfermas y con necesidades especiales, al electorado, al medio ambiente y a diversos sujetos políticos y sus causas). Cuidan su desarrollo, su progreso, su bienestar, su vida y su muerte. De forma similar, mujeres y hombres campesinos cuidan la producción y la tierra y las y los obreros la producción y la industria, la burguesía cuida sus empresas y sus ganancias, el libre mercado y hasta la democracia exportada a «países ignorantes».

La condición de cuidadoras gratifica a las mujeres, afectiva y simbólicamente, en un mundo gobernado por el dinero y la valoración económica del trabajo y por el poder político. Dinero, valor y poder son conculcados a las cuidadoras. Los poderes del cuidado, conceptualizados en conjunto como maternazgo, por estar asociados a la maternidad, no sirven a las mujeres para su desarrollo individual y moderno y tampoco pueden ser trasladados del ámbito familiar y doméstico al ámbito del poder político institucional.

La fórmula enajenante asocia a las mujeres cuidadoras otra clave política: el descuido para lograr el cuido. Es decir, el uso del tiempo principal de las mujeres, de sus mejores energías vitales, sean afectivas, eróticas, intelectuales o espirituales, y la inversión de sus bienes y recursos, cuyos principales destinatarios son los otros. Por eso, las mujeres desarrollamos una subjetividad alerta a las necesidades de los otros, de ahí la famosa solidaridad femenina y la abnegación relativa de las mujeres. Para completar el cuadro enajenante, la organización genérica hace que las mujeres estén políticamente subsumidas y subordinadas a los otros, y jerárquicamente en posición de inferioridad en relación con la supremacía de los otros sobre ellas.

Sincretismo género o mujeres tradicionales-modernas

Las transformaciones del siglo XX reforzaron para millones de mujeres en el mundo un sincretismo de género: cuidar a los otros a la manera tradicional y, a la vez, lograr su desarrollo individual para formar parte del mundo moderno, a través del éxito y la competencia. El resultado son millones de mujeres tradicionales-modernas a la vez. Mujeres atrapadas en una relación inequitativa entre cuidar y desarrollarse.

La cultura patriarcal que construye el sincretismo de género fomenta en las mujeres la satisfacción del deber de cuidar, convertido en deber ser ahistórico natural de las mujeres y, por tanto, deseo propio y, al mismo tiempo, la necesidad social y económica de participar en procesos educativos, laborales y políticos para sobrevivir en la sociedad patriarcal del capitalismo salvaje. Así, el deseo de las mujeres es contradictorio: lo configura tal sincretismo.

Los hombres contemporáneos no han cambiado lo suficiente como para modificar ni su relación con las mujeres, ni su posicionamiento en los espacios domésticos, laborales e institucionales. No consideran valioso cuidar porque, de acuerdo con el modelo predominante, significa descuidarse: Usar su tiempo en la relación cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con los otros. Dejar sus intereses, usar sus recursos subjetivos y bienes y dinero, en los otros y, no aceptan, sobre todo, dos cosas: dejar de ser el centro de su vida, ceder ese espacio a los otros y colocarse en posición subordinada frente a los otros. Todo ello porque en la organización social hegemónica cuidar es ser inferior.

Algunas tendencias minoritarias se abren paso, pero incluso hombres que se pronuncian por relaciones equitativas están más dispuestos a ser amables con las mujeres o sumarse a algunas de las causas políticas del feminismo, que a hacer política feminista.

El cuidado pues está en el centro de las contradicciones de género entre mujeres y hombres y en la sociedad en la organización antagónica entre sus espacios. El cuidado como deber de género es uno de los mayores obstáculos en el camino a la igualdad por su inequidad. De ahí que, si queremos enfrentar el capitalismo salvaje y su patriarcalismo global, debemos romper con la naturalidad del cuidado por género, etnia, clase, nación o posición relativa en la globalización.

El feminismo del siglo XX ha realizado la crítica del modelo superwoman y ha denunciado la explotación de las mujeres a través del trabajo invisible y de la desvalorización de muchas de sus actividades, incluso del trabajo asalariado, de la relativa exclusión de la política y de la ampliación de una cultura misógina simbólica e imaginaria. Ha logrado llevar a la agenda de las necesidades sociales, la violencia contra las mujeres, y ha realizado pequeñas modificaciones jurídicas y legislativas en el Estado. Algunas corrientes contemporáneas ya no reiteran la desigualdad ni la violencia de género y, en cambio, acuerdan con la igualdad entre mujeres y hombres y por un mundo equitativo.

Sin embargo, nos queda por desmontar el deber ser, el deber ser cuidadoras de las mujeres, la doble jornada y la doble vida resultante. Y eso significa realizar cambios profundos en la organización socioeconómica: en la división del trabajo, en la división de los espacios, en el monopolio masculino del dinero, los bienes económicos, y en la organización de la economía, de la sociedad y del Estado. El panorama se vuelve complejo si se traslada el análisis con perspectiva de género a las relaciones entre clases sociales y entre países, por ejemplo entre países del norte y del sur, entre los 21 y los otros, etcétera.

Se requieren, a la vez, cambios profundos en las mentalidades. Es extraordinario observar cómo la mayoría de las mujeres, aún las escolarizadas y modernas, las políticas y participativas, las mujeres que generan ingresos o tienen poderes sociales diversos, aceptan como un destino, con sus modalidades, la superwomen-empresarial, indígena, migrante, trabajadora, obrera.

Con esa subjetividad de las mujeres subordinada a la organización social, a las instituciones como la familia, la Iglesia y el Estado, y a los hombres, no estaremos en condiciones de desmontar la estructura sincrética de la condición de la mujer, imprescindible para eliminar las causas de la enajenación cuidadora y dar paso a las gratificaciones posibles del cuidado.

La socialización de los cuidados

La vía imaginada por las feministas y las socialistas utópicas desde el siglo XIX y puesta en marcha parcialmente en algunas sociedades, tanto capitalistas como socialistas, y tanto en países del primer como del tercer mundo, ha sido la socialización de los cuidados, conceptualizada como la socialización del trabajo doméstico y de la transformación de algunas actividades domésticas, familiares y privadas, en públicas.

Haberlo hecho ha significado mejoría para la vida de las mujeres, liberación de tiempo para el desarrollo personal, la formación, el arte, el amor y las pasiones, la amistad, la política, el ocio, la diversión, el deporte y el autocuidado, incluso, una mejoría en la calidad de vida y en la autoestima. Es evidente el desarrollo social, cultural y político de las sociedades que así se han estructurado.

Una de las mayores pérdidas de las mujeres de los países que antes fueron socialistas y se han convertido de manera drástica al capitalismo en tiempos neoliberales ha sido la del sustento social que significaba el Estado social para sus vidas. En la actualidad han vuelto a ser su responsabilidad un conjunto de actividades que la transformación socioeconómica ha tornado domésticas, privadas y femeninas. Y lo mismo está sucediendo aun en países capitalistas de alto y medio desarrollo, en los cuales se ha adelgazado al Estado de una manera violatoria de los derechos sociales construidos con muchos esfuerzos en gran medida por los movimientos socialistas, obrero y feminista.

La alternativa feminista contemporánea que se abre paso en gran parte del mundo en el siglo XXI tiene sus ojos puestos en la crítica política de la globalización dominada por el neoliberalismo patriarcal de base capitalista depredadora. La opción que busca avanzar en el desarrollo de un nuevo paradigma histórico, cuya base sea un tejido social y un modelo económico que sustente el bienestar de las mayorías, hoy excluidas, marginadas, expropiadas, explotadas y violentadas.

Pensamos que solo una alternativa de este tipo será benéfica para la mayoría de las mujeres, sus otros próximos, sus comunidades y las regiones y los países en que viven.

Estas transformaciones de género están circunscritas e íntimamente ligadas a transformaciones equitativas de clase, étnicas y nacionales, enmarcadas en la construcción de naciones con derecho al desarrollo sustentable y en una globalización solidaria y democrática.

De no articularse las transformaciones de género con estas últimas pueden observarse distorsiones significativas como las que se dan en la actualidad: mujeres dotadas de recursos y derechos de género que son ciudadanas de naciones hegemónicas, militaristas y depredadoras de otras naciones y pueblos donde habitan mujeres con las que se identifican en la construcción de sus derechos y oportunidades.

Empoderamiento de las mujeres como nuevo paradigma histórico

También hay hombres cuya identidad es la de ser avanzados, democráticos y progresistas que no consideran importante la emancipación de las mujeres. Estados que colocan a las mujeres entre los grupos vulnerables y no las miran como sujetos políticos. Países en los que, a través de las acciones afirmativas, por ejemplo las cuotas, todavía negociamos el grado de exclusión política de las mujeres, y se consideran democráticos. Mujeres que piensan que ya lograron todas las metas de transformación de género y no se percatan que «el género» es su categoría social y a ella pertenece la mayoría pobre y cuidadora del mundo: las mujeres.

Por eso, la otra dimensión de esta alternativa feminista es el empoderamiento de las mujeres como producto de la construcción de un nuevo

paradigma histórico. El empoderamiento es el conjunto de cambios de las mujeres en pos de la eliminación de las causas de la opresión, tanto en la sociedad como, sobre todo, en sus propias vidas.

Dichos cambios, que abarcan desde la subjetividad y la conciencia hasta el ingreso y la salud, la ciudadanía y los derechos humanos, generan poderes positivos, poderes personales y colectivos. Se trata de poderes vitales que permiten a las mujeres hacer uso de los bienes y recursos de la modernidad indispensables para el desarrollo personal y colectivo de género en el siglo XXI.

Todos esos poderes se originan en el acceso a oportunidades, a recursos y bienes que mejoran la calidad de vida de las mujeres, conducen al despliegue de sus libertades y se acompañan de la solidaridad social con las mujeres. La participación directa de las mujeres en la transformación de su mundo y de sus vidas es fundamental y conduce también a la construcción de un mayor poder político y cultural que crean vías democratizadoras para la convivencia social.

El cuidado ha dejado de ser para otros y se ha centrado en las mujeres mismas. La sociedad, en un compromiso inédito, cuida a las mujeres, es decir, impulsa su desarrollo y acepta y protege su autonomía y sus libertades vitales. En ellas va incluida la libertad de elecciones vitales, de actividades, dedicación e identidad: Es el fin del cuidado como deber ser, como identidad.

En el siglo XXI ha de cambiar el sentido del cuidado. Hemos afirmado muchas veces que se trata de maternizar a la sociedad y desmaternizar a las mujeres. Pero ese cambio no significará casi nada si no se apoya en la transformación política más profunda: la eliminación de los poderes de dominio de los hombres sobre las mujeres y de la violencia de género, así como de la subordinación de las mujeres a los hombres y a las instituciones. Es decir, el empoderamiento de las mujeres es un mecanismo de equidad que debe acompañarse con la eliminación de la supremacía de género de los hombres, la construcción de la equidad social y la transformación democrática del Estado con perspectiva de género.

Para la mayor parte de las corrientes feministas contemporáneas, la articulación de lo personal con lo social, lo local y lo global conforma la complejidad de nuestro esfuerzo.

La idea fuerza en torno al cuidado es la valoración de la dimensión empática y solidaria del cuidado que no conduce al descuido ni está articulado a la opresión.

De ahí la contribución de las feministas: primero, al visibilizar y valorar el aporte del cuidado de las mujeres al desarrollo y el bienestar de los otros; segundo, con la propuesta del reparto equitativo del cuidado en la comunidad, en particular entre mujeres y hombres, y entre sociedad y Estado. Y, tercero, la resignificación del contenido del cuidado como el conjunto de actividades y el uso de recursos para lograr que la vida de cada persona, de cada mujer, esté basada en la vigencia de sus derechos humanos. En primer término, el derecho a la vida en primera persona.

http://mujerdelmediterraneo.blogspot.com/2012/10/mujeres-cuidadoras-entre-la-obligacion.

Marcela Lagarde
http://webs.uvigo.es/pmayobre/textos/marcela_lagarde_y_de_los_rios/mujeres_cuidadoras_entre_la_obligacion_y_la_satisfaccion_lagarde.pdf





Otra masculinidad es posible.


EQUIDAD Incentivar el compromiso de los hombres con el cuidado de los otros y las otras –una tarea que suele estar exclusivamente en manos de las mujeres– puede ser una estrategia para evitar la violencia de género. Al menos así lo entienden en Noruega , el lugar en el mundo con los mejores estándares de equidad entre varones y mujeres después de Islandia. Con esa consigna se ampliaron hasta tres meses las licencias por paternidad y hay cupo masculino para puestos docentes en guarderías, jardines de infantes y para la carrera de enfermería. El resultado es fácil de advertir: en cualquier plaza se ve a hombres solos lidiando con sus bebés y todo lo que implican, cambiando con esa sola tarea buena parte del estereotipo masculino heterosexual.

–Esta es una verdadera revolución en equidad de género y me alegra que mi generación sea protagonista –dice Olden y abre la ventana para invitar a asomarse. Parece una coreografía preparada: se puede ver la costanera que besa el Atlántico Norte y una decena de carritos de bebé empujados por hombres solos a los que Olden distingue y señala como prueba, como bandera de un terreno recién conquistado. Apenas hacía falta la performance, hombres solos con sus hijos, obligados a cargar en sus mochilas mamaderas, pañales, juguetes, bananas por las dudas, la muda por si acaso, el abrigo extra para cuando se va el sol; ésa es una postal tan cotidiana en Oslo como llamativa para quien se ha acostumbrado a que la revolución en materia de padres sea una publicidad de pañales tan fáciles de poner que hasta los pueden usar los varones –es fácil acordarse, Pablo Echarri era el protagonista.

Fue después de la presentación del Papel Blanco que se legisló la licencia por paternidad y se la extendió a 12 semanas con la posibilidad de sumar otras dos con las que los trabajadores y trabajadoras ya contaban para tomarse cuando alguien de la familia se enferma o necesita atención. Esas 12 semanas se suman a los nueve meses que tienen las mujeres gestantes –la salvedad es necesaria ya que el matrimonio entre personas del mismo sexo es ley desde hace 10 años, en caso de adopción, la licencia puede dividirse de común acuerdo– para permanecer junto a sus hijos o hijas. Los padres o parejas de las gestantes pueden tomarse su licencia al mismo tiempo o por separado, opción más común ya que así se cubre el primer año de vida, el único que no está cubierto por la educación pública que arranca apenas los niños y niñas aprenden a caminar.

Aun así no hay paraíso en esta tierra. Si existe una campaña pública para incluir a los hombres en los oficios y profesiones que tienen que ver con el cuidado es porque de hecho existe una división en el mercado de trabajo que parece estar cristalizada. Las enfermeras, las maestras, las cuidadoras en las guarderías, las que limpian, son ellas. Y en algunos casos, los menos, hombres migrantes con menos posibilidades para elegir lo que quieren hacer. La meta del gobierno noruego, según Tone Equer, asesora especial del Ministerio de Educación, es que los hombres alcancen a cubrir el 25 por ciento de los puestos de trabajo en educación temprana (que empieza al año y termina a los cuatro) y jardines de infantes en 2014. Ese cupo está todavía arañando el 20 por ciento. Como contrapartida, se busca con el mismo énfasis que las mujeres elijan carreras ligadas a la tecnología y la economía. "Lo que vemos también es que los varones son los más expuestos a adicciones y a abandonar la educación secundaria. Además, suelen tener peores resultados en la educación que las mujeres. Sin embargo, ellos siguen teniendo los puestos de trabajo mejor remunerados y son mayoría en política. Para una mujer como yo, que fui joven en los ’80, es frustrante ver la apatía en las jóvenes frente a la inequidad de género. Escuchan la palabra feminismo como si fuera una pieza de arqueología, sólo relacionada con luchas del pasado que hoy son derechos adquiridos. Pero el género es el piso para entender que somos diversos, sin ese primer entendimiento de la diversidad, las variables étnicas, de discapacidad, económicas son más difíciles de comprender. Y lo que se daña es la convivencia."

Tone trabaja a diario en la elaboración de materiales para docentes en escuelas primarias y secundarias y también en la revisión de los libros de texto. "Tenemos una semana que se dedica, a partir de sexto grado, a reflexionar sobre la sexualidad, también desde una perspectiva del goce. Hasta hace dos años, la edad de iniciación sexual era de 17 años, tanto para los chicos como para las chicas; aunque podría haber bajado. Junto con el Ministerio de Niños y Equidad también dialogamos con las empresas para desalentar las publicidades sexistas, los estereotipos de belleza, la oferta de juguetes dividida también estereotipadamente por género. Pero sabemos que la mejor herramienta es tener una postura crítica desde la educación contra esa oferta global que sigue exigiendo músculos a los varones y minifaldas a las mujeres."

Por Marta Dillon
Articulo completo: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-7577-2012-10-27.html

8 de octubre de 2012

Cuando votan las mujeres.


"Es un problema de ética, de pura ética, reconocer a la mujer, ser humano, todos sus

derechos; sólo aquel que no considera a la mujer ser humano es capaz de afirmar que todos

los derechos del hombre y el ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el

hombre". Clara Campoamor.

SUFRAGISTAS//FEMINISTAS

Diccionario del Español Actual, Ed. Aguilar, Lexicografía, 1999, sostiene que: el

feminismo es la doctrina que preconiza la igualdad de derechos de la mujer con

respecto al hombre.

Lo que conocemos por primer feminismo se desarrolló durante la segunda mitad del s.

XIX y el primer tercio del s. XX en el seno de sociedades industrializadas con

regímenes democráticos. Sociedades que incumplían el principio teórico de la igualdad

natural de todos los seres humanos al negar a las mujeres los derechos reconocidos a

los hombres: educación, trabajo, capacidad legal, voto, etc. Para conseguirlos nació la

lucha feminista, que tuvo en la reunión de Seneca Falls
1 (New York, 1848) su primer

acto público, y en la Declaración de Sentimientos que en ella se aprobó, su primer

documento reivindicativo. La película Ángeles de hierro
2 realizada en el año 2004 ha

recreado con rigor histórico el contexto de la lucha del National Woman's Party, cuenta

la historia de Alice Paul reclamando, a las puertas de la Casa Blanca hasta conseguir

la XIX Enmienda a la Constitución por la que se reconocía el derecho de la mujer a

votar.

De todas las peticiones enumeradas, el voto se convirtió en objetivo principal, razón

por la cual a esta etapa del feminismo se le conoce también como sufragismo. Se

esperaba que su reconocimiento facilitara obtener las restantes. En la práctica, el

sufragio fue el último derecho conseguido, dadas las fuertes resistencias que

generaba su petición. Nueva Zelanda abrió camino en 1893; le siguieron Australia

(1902) y Finlandia (1906). Pero habrá que esperar al período de entreguerras (1918-

1940) para que el otorgar a las mujeres la capacidad de elegir y ser elegidas se

extienda por los países occidentales. Lo que no ha resultado tan fácil ni tan evidente,

si vemos la lista cronológica de los países que reconocen a sus ciudadanas el derecho

al voto. Recordemos algunas fechas, en Andorra: 1970, Portugal: 1976, Liechtenstein:

1984, Suiza: 1990, Sudáfrica: 1994 y por último Irak en el año 2005.


Articulo completo:
http://e-mujeres.net/sites/default/files/cuando_votan_las_mujeres_1.pdf

 




 



 
 

1 de octubre de 2012

El grito silencioso.

La circulación de imágenes prenatales flotando libremente en diferentes
superficies y espacios públicos –entre ellos, medios de comunicación, afiches
colocados en tribunales de justicia o carteles de movilizaciones callejerasgeneró
desde los años ’80 un conjunto de reflexiones críticas respecto de la dimensión
visual de la contienda vinculada con el derecho de las mujeres a decidir sobre la
interrupción de embarazos. El análisis abarcó, en primera instancia, aspectos
vinculados con la producción de sentidos desde las imágenes mediáticas en la cultura
moderna y, luego, se abocó a las representaciones generadas desde las tecnologías
de visualización obstétricas.
Rosalind Petchesky (1987) fue pionera al advertir acerca de las significaciones
construidas y puestas en juego en torno a imágenes fetales desligadas del cuerpo de
la mujer que inauguraron la noción del feto como sujeto autónomo, independiente de la
mujer gestante y con derecho a reclamar por su vida en los EE.UU., durante la era
conservadora presidida por Ronald Reagan.
En ese contexto, la autora evaluó la aparición pública del video "El grito silencioso" en
1984 como una pieza clave de propaganda de los grupos contrarios al derecho a
decidir de las mujeres en la década de los años ’80. Destacó en primer lugar su aporte
singular en la disputa del imaginario sobre el aborto, por ser el primero en trasladar las
hasta-entonces imágenes fijas del feto, en ilustraciones o fotos, hacia imágenes en
movimiento del presunto "bebé" vistas en la pantalla de un televisor. Además de "dar
vida" a la imagen fetal, el pretendido documental desplazó la retórica antiaborto del
campo religioso al del médico-tecnológico a través de la cultura visual mediática.
Así, las interpretaciones de las imágenes mostradas en el video por el narrador
médico, un ex practicante de abortos "arrepentido", en calidad de "evidencia" o
"información médica", fueron de inmediato criticadas por paneles médicos, editoriales
de diarios como el
New York Times y por la asociación Planificación Familiar (Planned
Parenthood).
En síntesis, éstos indicaron que un feto de doce semanas no tiene corteza cerebral
como para recibir impulsos de dolor como sostiene el relato; que tampoco es posible
que "grite" sin aire en sus pulmones; que los movimientos en esa etapa son reflejos y
sin propósitos; que la imagen de movimiento frenético del feto (en supuesta ‘defensa’
por la intromisión de instrumental para quitarlo del útero) se deben haber generado por
aceleramiento de la película y que la imagen mostrada en la pantalla del televisor es
casi el doble del tamaño de un feto de doce semanas.
Estos señalamientos, junto al singular deslizamiento de sentido operado en el campo
lingüístico donde en reiteradas ocasiones se identifica "feto" con "niño", "ser humano" o
"persona", permitieron situar las significaciones en juego en el audiovisual en el campo
de las representaciones culturales o, mejor dicho, en el de las "construcciones"
culturales; más que en el de la evidencia médica como intentó forjarse desde la voz
legitimada de la palabra médica.
Ahora bien, al indagar en construcciones previas de imágenes de un feto
independizado del cuerpo de la mujer que posibilita su existencia, como si fuese
autónomo, Petchesky destaca como antecedente la edición de junio de 1962 de la
revista de circulación masiva
Look, donde se publicó la historieta Los primeros nueve
meses de vida


, con cuadros que secuencian imágenes de un día, una semana, 44
días, siete semanas, etc. En todos los cuadros, el feto aparece solitario, pendiendo en
el aire (o en su saco), sólo conectado a un sistema generador de vida mediante un
"cordón umbilical claramente definido". Al mismo tiempo que en los globos de diálogo
de la historieta se lo llama "el bebé" (nombrándolo como "él" aún cuando al nacer es
una niña); no existen referencias a la mujer embarazada, salvo en el cuadro final,
donde se muestra a la recién nacida al lado de su madre, mirando hacia el padre. Se
podría afirmar entonces que desde el comienzo, en este material gráfico de circulación
masiva de los años ’60 se representa al feto como principal y autónomo; mientras que
a la mujer como ausente o, en el mejor de los casos, secundaria.
Vinculando esta historieta con las imágenes del documental precedentemente
analizado, la autora enfatiza que el feto no podría experimentar por sí mismo estar
flotando en el espacio si no estuviese en el útero de una mujer, alimentado mediante
un torrente sanguíneo. En este punto, Petchesky considera que se produce una
analogía con ciertas significaciones instituidas en el imaginario estadounidense en
torno a la experiencia grandilocuente de la llegada del hombre a la luna, imágenes
asimismo presentes en "El grito silencioso", y trae a colación una cita de Barbara Katz
Rothman, para quien "el feto en el útero se volvió una metáfora del hombre en el
espacio, flotando libre, solo vinculado por un cordón umbilical a la nave espacial",
donde la mujer gestante es mero "espacio vacío".
A la vez, Petchesky llama la atención respecto de un segundo desplazamiento
acaecido en la década de los años ‘80, vinculado con las imágenes en el campo de la
obstetricia, donde circularon las imágenes de ultrasonido, conocidas como ecografías.
A partir de entonces, las tecnologías de visualización obstétricas contribuyeron con
ese cambio de sentido estratégico en la argumentación al borrar desde el principio las
fronteras entre el feto y el bebé, reforzando la idea de la identidad del feto separada y
autónoma de la mujer gestante.
 
 
 

 
 
 

 
 

Articulo completo:

Claudia Nora Laudanohttp://www.filo.unt.edu.ar/rev/temas/t8/t8_web_art_laudano.pdf 
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