25 de mayo de 2016

Mujeres migrantes en la actualidad. Pobreza real, discriminación de género.




En la actualidad, el tres por ciento de la población mundial vive fuera de las fronteras donde nació.En la década de 1950, el cuarenta y siete por ciento de la población que salía de sus fronteras era femenina; hoy las mujeres representan el cincuenta y tres por ciento del total de migrantes en Europa, el cuarenta y seis por ciento en los países pobres, y el cincuenta y un por ciento en el este y sureste asiático y los países petroleros. Es un hecho que el número de las mujeres va aumentando en mayor proporción que el de los hombres en los procesos migratorios internos, regionales e internacionales.
Mujeres, migración y nuevo orden económico global:

Las mujeres emigran para escapar de desastres naturales y ecológicos, de las guerras, de la represión política, la discriminación de género,[3] la necesidad de reencontrarse con sus hombres –incapacitados para regresar a sus países de origen por el endurecimiento de las políticas migratorias- y la violación de sus derechos humanos. Algunas mujeres se ven forzadas a emigrar a causa de los traficantes de personas. El tráfico de mujeres para la prostitución constituye un crimen específico, que reúne características económicas, culturales e ideológicas adscritas al lugar que el cuerpo femenino ocupa en el universo de valores y prácticas de una determinada cultura.

    Las mujeres que emigran por motivos económicos crecen numéricamente, y contribuyen al bienestar de sus comunidades de origen y a la producción de bienestar en  las sociedades de llegada.

    Es imposible analizar las causas, las condiciones y las consecuencias de la migración de las mujeres, sin tomar en consideración algunos puntos fundamentales de las relaciones capitalistas en la actual época de globalización económica; entre ellos que:

–          El nuevo orden económico fortalece la discriminación femenina y justifica la pérdida de fuerza del colectivo femenino y la pauperización de las mujeres

–          La violencia contra las mujeres es un instrumento de miedo y control social

–          La ciudadanización de las mujeres enfrenta los problemas de la discriminación en el acceso al poder en un momento de pérdida de referentes políticos y de apatía social

–          La globalización impulsa la crisis del feminismo internacional porque desplaza las relaciones patriarcales del ámbito familiar y cultural al ámbito del trabajo, y porque separa a las mujeres entre sí impidiéndoles reflexionar juntas sobre su situación política.

Los proyectos del capitalismo contemporáneo apuntan al fortalecimiento de las posiciones políticas de los sectores financieros de los países militar e ideológicamente dominantes. Políticas a-sociales y a-morales -según los planteamientos de un nuevo liberalismo que ya no necesita ser ni laico ni defensor de las garantías de las y los individuos-[4] que pueden manifestarse liberales en el desmantelamiento del estado-controlador de las políticas de bienestar y redistribución de la riqueza, y conservadoras en términos religiosos y familiares.
Mujeres y migración en la actualidad
La acción de migrar, de trasladarse de un lugar a otro sobre la tierra, es tan remota como la humanidad misma; puede decirse que es la única actividad que el ser humano ha desempeñado siempre. Es anterior a la fabricación de los primeros instrumentos e indumentaria; a la domesticación del fuego; y cientos de miles de años más antigua que la agricultura, la construcción de aldeas, la política y, más reciente y terrible por sus efectos, la actividad guerrera (madre de la esclavitud y la sumisión de las mujeres).
La migración ha sobrevivido a la sedentarización forzada de las poblaciones sometidas en Europa y China (feudalismo, agricultura de aldea) y de las autóctonas americana y australiana, y ha adquirido varios nombres a lo largo de los cinco mil años de historia escrita: peregrinaciones, comercio, expediciones de exploración, guerras de conquista, nomadismo, colonización, etcétera. La invasión de América fue, de hecho, una migración europea agresiva.
La migración siempre está ligada a la búsqueda de un mayor bienestar humano, pero sus modalidades y formas cambian en el tiempo.
Desde finales de la segunda Guerra Mundial, ligada a la industrialización, a la polarización de la economía, a los efectos de la Guerra Fría -con sus corolarios de control poscolonial en Asia y África y de control estadounidense sobre las naciones americanas-, la riqueza se ha concentrado en los países manufactureros del norte en lugar que en los países productores de materias primas. Las economías europeas, japonesa, canadiense, estadounidense y australiana se convirtieron en productoras de objetos de consumo y de bienestar, incrementando hasta la década de 1990 también las garantías y derechos en y al trabajo, a la educación y a la salud de los habitantes de esas regiones. Mientras, el resto del mundo conoció, en cuarenta y cinco años, aproximadamente veinte minutos de paz.
Las guerras de la segunda mitad del siglo XX, provocaron que millones de personas buscaran refugio fuera de sus fronteras nacionales. Las mujeres y los niños en África representaron el ochenta y cinco por ciento de los refugiados, en Asia el sesenta por ciento, en América Latina el setenta por ciento. Las mujeres afrontaron una protección legal insuficiente, una profunda inseguridad física, dificultades para la reunificación familiar y una discriminación constante en la obtención de servicios de salud, alimentación suficiente, educación y trabajo. La violencia física sufrida por las mujeres en las áreas fronterizas, durante las agotadoras marchas, en las rutas de fuga y en los campos ha sido denunciada repetidas veces.
En la década de 1980, en el golfo de Tailandia, el seis por ciento de las mujeres que buscaban refugiarse fueron violadas por piratas, miles fueron retenidas como esclavas, otras fueron asesinadas. Ya en los campamentos, los abusos se multiplicaron, esta vez por parte de funcionarios y compañeros, asumiendo la modalidad de demanda de favores sexuales a cambio de protección, comida, asilo y la posibilidad de mantener cerca a sus hijas/os. En África, en esa y en la década sucesiva, las patrullas de protección dispuestas en los campamentos para la protección de los refugiados fueron responsables de que el noventa por ciento de las niñas y mujeres sufriera violación o abusos sexuales diversos, entre ellos la prostitución forzada. En la actualidad, las guerras africanas no se han detenido y las invasiones estadounidenses en Afganistán y en Irak están generando nuevas situaciones de desplazamiento y búsqueda de asilo. La discriminación por sexo sigue siendo mayor que la relacionada con motivos de raza y religión, aun cuando las refugiadas logran llegar a países donde se asientan.
Desde 1991, después del colapso del modelo de economía estatal centralizada y del equilibrio militar entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y los Estados Unidos de América, se ha manifestado una escalada de la violencia localizada en Bosnia, Ruanda, Burundi, a la vez que los derechos sociales y laborales obtenidos por los trabajadores en siglo y medio de luchas empezaron a sufrir graves retrocesos.
 La mayoría de estos reflujos están ligados a una nueva distribución mundial del trabajo, al ingreso forzado de las economías agrarias tradicionales al sistema capitalista, al desplazamiento de las industrias contaminantes y al uso masivo del desempleo como instrumento para quebrar las resistencias populares.
Los antiguos obreros hoy desempleados desconocen las habilidades para ser jardineros, agricultores, cocineros, amas de llave, limpiadores porque son saberes que se transmiten de generación en generación. Por ejemplo, los conocimientos agrícolas de la mayoría de la población mexicana que emigra a Estados Unidos[5] son los que la vuelven indispensables para la producción vitivinícola, de hortalizas y de cereales. El gasto en una educación para formar agricultores no es considerado funcional para el sistema productivo estadounidense que prefiere comprar a bajo precio una mano de obra capacitada en el país de origen. El sueldo que los campesinos asalariados reciben para su trabajo, a su vez, es tan bajo que no justifica una inversión en la preparación de mano de obra especializada.
Las mujeres migrantes económicas se insertan laboralmente en todo el arco de trabajos que las poblaciones de los países industrializados no están preparadas para efectuar. Se trata de sembradoras, pizcadoras, empacadoras, separadoras de semilla, etcétera. A la vez, aportan habilidades y saberes considerados en los países expulsores “propios” de su sexo, y que por lo tanto no son valorados como conocimientos, sino como algo inherente a su condición femenina, casi “natural”.[6]
Por lo general, las migrantes son personas capaces de brindar cuidados infantiles y de atender a las y los ancianos, de efectuar todas las tareas de limpieza, de cocinar, de coser, de manufacturar bienes de uso inmediato. Desde hace menos de medio siglo, los estudios económicos feministas han subrayado el valor productivo, de lo que se ha dado en llamar la reposición de la mano de obra; esto es, de las tareas “propias” de la condición femenina de género: lavar, planchar, cocinar, atender en el ámbito doméstico a los hombres explotados en el puesto de trabajo público para que puedan seguir produciendo plusvalía el día siguiente.
Estas labores subvaloradas son los trabajos que en la actualidad desempeñan las mujeres que de forma autónoma dejan sus lugares de origen para integrarse a la fuerza laboral de los países receptores.[7]  Las migrantes están más expuestas que los hombres al trabajo forzado, a la explotación sexual, a la prostitución forzada y a otras formas de violencia, y tienen más probabilidades de aceptar precarias condiciones de trabajo, y con salarios más bajos, muchas veces por debajo del mínimo legal. Generalmente, están expuestas a graves peligros de salud, sobre todo en las fábricas de maquila y otros trabajos pesados o insalubres y carecen de información y derechos para prevenir y curar las infecciones transmisibles sexualmente.
Apesar de que cada día se hace más evidente que la migración tiene características diversas según el sexo de los migrantes, la mayoría de las políticas y reglamentos migratorios no las consideran. Los países expulsores y receptores no se preocupan por determinar las medidas y los mecanismos necesarios para proteger los derechos humanos y la dignidad de las trabajadoras migrantes y para erradicar el tráfico de mujeres y niñas.
Éstas tienen mayores tasas de desempleo que las mujeres nativas, ganan salarios inferiores que los migrantes hombres, el dieciocho por ciento vive por debajo de la línea de pobreza y el treinta y uno por ciento de los hogares que encabezan son pobres; sin embargo, envían remesas que contribuyen al sostén de sus zonas de origen, porque tienden a ser bien administradas.[9] Intervienen en ello algunos factores culturales, tales como la autodesvalorización aprendida: las mujeres se sienten obligadas con sus familiares en cuanto han sido educadas al servicio, a reprimir sus necesidades y placeres, a negar su valor social si no está relacionado con el bienestar de los progenitores, descendencia, maridos y, en sentido más amplio, los miembros varones de su comunidad.

Aprovechamiento del trabajo de las mujeres y migración:

Los factores de inferiorización de las mujeres, en las culturas tradicionales, conviven con elementos de alta valoración. Las mujeres son símbolos de permanencia, de estabilidad, de continuidad. Estos aspectos positivos son los que el capital niega en su práctica de explotación, para que sus trabajos pertenezcan a una especie de “gueto” salarial. No es un secreto para nadie que los trabajos considerados femeninos, aunque desempeñados por un hombre, son los peor remunerados. La docencia -relacionada con el trabajo de la educación de las madres-, la enfermería -ligada a la tradición de cuidados de enfermos desempeñada por siglos por las mujeres al interior de las familias-, las labores de limpieza -inherentes a las tareas domésticas-, y los trabajos de secretaría -propios a una función de sostén- son pagados menos que otros trabajos que contienen el mismo riesgo, preparación y especialización considerados masculinos.[10]

    Asimismo, es un hecho que cuando las mujeres acceden a la educación superior y se insertan en el mundo laboral masculino, abaratan el valor del trabajo. En este sentido, las mujeres como trabajadoras son tratadas todas como los trabajadores migrantes: médicas, ingenieras, economistas, investigadoras, necesarias pero mal toleradas, que se quedan al fondo de la escala salarial e incrementan el ejército laboral de reserva. Este es un factor fundamental, que se agrega a la disparidad de acceso a la propiedad y al poder político, de la así llamada feminización de la pobreza.
Feminización de la pobreza y miedo:

Mediante el control de la distribución de la riqueza con base en la división social de los sexos, el capital manipula la vida material de las mujeres. Esta intervención implica la defenestración de las características positivas de la cultura y la espiritualidad, históricamente asentadas, de las poblaciones femeninas de todo el mundo; y la imposición del miedo como condición de vida permanente para las mujeres.
Para que el miedo se convierta en una condición de vida de las mujeres, la relación capitalista utiliza todos los medios a su disposición:

1. Presenta de manera atemorizante, en los sistemas de comunicación a su servicio, las estructuras pre-liberales que fijan diferencias absolutas entre las personas con base en su sexo (y que todavía existen en algunos países regidos por sistemas que pueden fácilmente convertirse en fundamentalistas: Israel, los gobiernos que se sostienen en la aplicación de la ley islámica, el Vaticano, cualquier país que manipule sus creencias religiosas).

2. Promueve las amenazas a la integridad física de las mujeres en los países donde las reglas morales y religiosas se han reblandecido y la ley se aplica discrecionalmente, para que el asesinato sistemático de mujeres, sus violaciones y la violencia contra ellas no sean castigadas puntualmente (México, Guatemala, Albania, India, Pakistán, etcéteras).

3. Amalgama actos ilegales/legales que se cometen en los intersticios del sistema liberal, utilizando la debilidad de las mujeres en su proceso de ciudadanización; así impulsa:

– la prostitución forzada de inmigrantes privadas de sus documentos y derechos por deudas contraídas en el país de origen,

– el chantaje que involucra a los familiares que han quedado en el país de origen para lograr la sumisión de las migrantes,

– la violencia doméstica,

– la violencia en la calle,

– el acoso sexual en la escuela, el trabajo, las instancias gubernamentales y de impartición de la justicia,

– la amenaza de ser separadas de sus hija/os por no poderlos mantener adecuadamente,

– la culpabilización por la propia pobreza.

Con estos actos de imposición del miedo para justificar el control, sustituye a la figura paterna o marital en el encierro de las mujeres. Su juego perverso de protección formal acompañada de amenaza de castigo, tiene la capacidad de convencerlas de la necesidad de un sistema de seguridad diseñado desde la relación capitalista de uso de las personas.

Los efectos de la globalización:

El control de los sujetos femeninos es parte de la dinámica de explotación capitalista que hoy ha adquirido tinte de globalización; es decir, de expansión mundial del modelo de fabricación de sujetos cuyas identidades son determinadas por la producción de una plusvalía que no se distribuye ni entre las clases ni entre las naciones, sino se concentra.

    La globalización involucra a todas las regiones del mundo (su gente y su naturaleza) para que sean explotadas por un número siempre menor de personas de los países económicamente dominantes, en particular los Estados Unidos.[11]

    La identificación socio-histórica inducida por el sistema capitalista global refuerza la superioridad de lo masculino dominante, a través de una ciencia unívoca al servicio de la explotación de la naturaleza, de la idea de una única vía de progreso y de la asimilación de las mujeres a la vida y los valores masculinos.

    La forma global del capitalismo no puede afianzarse como relación de poder absoluto si no conforma patrones globalizados de conducta, de obligada aceptación, que actúan sobre los niveles simbólicos, culturales y espirituales de las mujeres y los hombres del mundo.

   Las reglas de comportamiento asignadas a los sexos en la cultura euronorteamericana, que reproducen las relaciones de dominación capitalistas, asignan a los hombres la supremacía en el espacio público y en la producción visible, y reservan a las mujeres el ámbito privado y la reproducción invisible de la fuerza de trabajo en el hogar.

    Estas reglas, aunque en crisis por los doscientos años de lucha feminista, son impuestas en África, Asia y en las comunidades autóctonas americanas y australianas para homogeneizar las ideas de mujer y hombre, de naturaleza y sociedad, de trabajo y espíritu en todos los países tocados por el sistema económico capitalista. La vida social se empobrece, el nexo con la tierra se debilita, lo sagrado pierde su centralidad, y con ello se alientan los conflictos interétnicos, el feminicidio, la intolerancia religiosa, el abandono de las formas tradicionales de agricultura y de cuidado del agua, la tierra y los alimentos. En otras palabras, se asientan las bases para una migración masiva de mujeres y hombres en busca de mejores condiciones de vida, definidas desde el sistema capitalista mismo.

   La pauperización de las mayorías ha sido construida para transferir de los países industrializados a los países agrícolas una parte significativa de la producción industrial destinada a la reproducción de la fuerza de trabajo metropolitana (maquila); a la vez que empuja a las poblaciones de Asia, África y América Latina hacia los países más ricos de su continente (o de otro) con la esperanza de mejores salarios, derechos laborales, aparente igualdad entre mujeres y hombres, libertad sexual, oportunidades de educación y de acceso a la salud.

    Los desplazamientos de la población se han vuelto cada vez más peligrosos debido a que el cuarenta por ciento de los países del mundo decidió poner freno a la migración irregular.[12] En la frontera méxico-estadounidense mueren aproximadamente cuatrocientos personas cada año por deshidratación y cansancio; a la vez, México es presionado mediante la aplicación de un mayor rigor y violencia contra su población migrante si no se compromete en frenar la migración centro y suramericana en su territorio. Turquía es presionada de la misma forma para lograr su ingreso a la Unión Europea. Las y los trabajadores centroasiáticos son así maltratados, detenidas, encarcelados, violadas, desaparecidos en el territorio turco. El mar Mediterráneo, así como el golfo de Tailandia, los golfos de Indochina, la costa de Bangladesh, se han vuelto espacios de una nueva forma de piratería: la que ejercen los explotadores de las necesidades de transporte de la población que se mueve de forma no legalizada. La muerte innecesaria y racista propiciada por las políticas de los países receptores mancha las otrora bellas costas italianas, españolas y, en menor medida, griegas y croatas.

 El doble movimiento de maquilización (concentración de la población en zonas organizadas para el ensamblaje) y de migración parece integrar a las mujeres en el mundo de la economía como reproductoras de la relación capitalista de trabajo y como productoras de bienes manufacturados para el uso de los sectores que concentran la riqueza. Desaparecen así sus diferencias positivas, sus redes de solidaridad y el papel específico que jugaban en la vida social y espiritual de sus pueblos. En el movimiento feminista, que es internacional e internacionalista, estos procesos abren una crisis cuyo desenlace decidirá si el feminismo sigue siendo un proyecto de liberación de las mujeres, o si ha sido reciclado por el capitalismo como un instrumento para la racionalización de la política global, útil para consolidar, sobre la base de nuevas diferencias económicas y políticas, los mecanismos de la explotación y pauperización femenina.

    Globalización y conservadurismo son un binomio que se conjuga de manera moralizante y no ética, fundamentalista y no religiosa, puesto que niega tanto la elección de la forma de vida como la experiencia espiritual de las personas.

    Abaratar la mano de obra sindicalizada y defensora de sus derechos con la atracción de trabajadores, sin el título de “legales”, de países pauperizados mediante la imposición del libre mercado en dispares condiciones de competencia, es sin lugar a duda un hecho antiético. Antiético e indispensable para el sistema capitalista en su momento de expansión acelerada sobre el mundo. Abaratar aun más la mano de obra mediante la atracción de mujeres al mismo país que con anterioridad recibía hombres migrantes, es igualmente antiético, y se sostiene sobre la idea conservadora que las mujeres deben ganar menos porque valen menos y, además, cuanto menos ganen más obedientes serán porque ellas son las responsables últimas de sus núcleos familiares.

    En la actualidad, el sistema abarata el trabajo con los migrantes a los que niega la legitimidad en el trabajo (legitimidad que les conferiría derechos); y abarata el muy barato trabajo masculino con la mano de obra de mujeres que tacha de abandonadoras de sus funciones tradicionales de madres, hijas, esposas, acusándolas de la descomposición familiar, el abandono escolar, la drogadicción temprana y los embarazos adolescentes. El discurso conservador del liberalismo económico lo mezcla todo.

    El uso que el liberalismo clásico hacía de la separación del ámbito del ciudadano público y el de la vida privada, para encerrar en ésta lo no reglamentado por el estado, llevó en la década de 1960 al movimiento de liberación de las mujeres a plantear que lo privado –eso es, el espacio de la privación, del desposeimiento, de la importancia de lo público masculino para el control de las mujeres al interior de la familia- era un asunto político. Hoy en día el sistema capitalista ha vuelto a confundir los ámbitos del trabajo con los del conflicto familiar al convertir en una cuestión privada (la esposa le quita el trabajo al esposo y con su salario no logra mantener a sus hijos) sus constructos: el desempleo, la feminización de la pobreza y la migración masiva.

    Además la responsabilidad del abaratamiento del valor del trabajo recae sobre las mujeres y no sobre el capital, favoreciendo actitudes de resentimiento en el colectivo masculino que desembocan en una específica violencia de género. No es casual que sea en las zonas maquileras donde el feminicidio se manifiesta con mayor frecuencia. De hecho, la feminización de la pobreza juega un rol crucial en ello. Porque no son dueñas de sus tierras ni consiguen trabajo en sus lugares de origen, las mujeres migran hacia las zonas de ensamblaje donde, en condiciones de necesidad inmediata, aceptan (se les ofrece) un sueldo que las retiene en la miseria, porque no les permite nunca ahorrar para el regreso.

    Las maquilas se irguieron sobre la tradicional mal paga de los “guetos” laborales femeninos para organizar sus ganancias con base en un sistema de salarios miserables para las mujeres, que fueron las primeras que emplearon. Ahora que los hombres ingresan al trabajo de ensamblaje, éste ya es muy barato. La finalidad del Plan Puebla-Panamá -esa ruta inexistente que se viene construyendo desde hace veinte años con el ingreso de México al libre comercio- es la “maquilización” de Centroamérica. Ésta tendría unos terribles efectos de consolidación del capital expansivo: a) terminaría de colonizar a los pueblos indígenas porque su territorio –su tierra, sagrada, madre- es para la privatización; b) anclaría a las mujeres y los hombres a la maquila como única fuente de trabajo, lo que implicaría una nueva sedentarización forzada; c) fomentaría la violencia (falsamente privada) contra las mujeres que perderían su valor sagrado ligado a la producción de la madre tierra sin adquirir los derechos de ciudadanía que los trabajadores desde la pobreza no pueden reivindicar.[13]
También a nivel de la migración internacional, el capitalismo expansivo adquiere la forma moderna de la tradicional opresión de lo público masculino sobre lo privado femenino. Todo el trabajo que las mujeres en su lugar de origen se ven obligadas a hacer gratuitamente al interior de sus familias, ya sea relacionado con la existencia o la subsistencia humana, es llamado reproductivo, en oposición con las actividades productivas, aun cuando se efectúa de manera remunerada en el país receptor. Reproducir connota repetición y procreación que, en términos patriarcales, son características indispensables pero no valoradas del trabajo, porque, supuestamente, no generan ganancia económica alguna. Cuando el capital expansivo afirma que los servicios son labores reproductivas, a la vez que envía a las migrantes hacia ese tipo de trabajo exclusivamente, les da por supuesto un valor muy bajo en la escala salarial. Utilizar el término reproductivo, cargado de significados y símbolos de lo femenino materno, para definir a los trabajos peor pagados sirve para naturalizar su necesidad concreta y ocultar, una vez más, que el trabajo de las mujeres asegura gran parte de la acumulación de capital.

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