27 de julio de 2013

Por qué migran las mujeres.



En el último tiempo, la producción en el campo de estudio de la migración y el género (o las migraciones y los géneros) ha sido tan profusa que resulta arduo desarrollar el tema en un espacio breve como este. Sin embargo, fue el propio cursor de la computadora, después de palpitar varias horas en la misma línea, el que me dio la pista para decidir por dónde entrar: por esa invisibilidad fugaz pero decisiva que da paso a su presencia virtualmente material.
Es que podría decirse que este campo, ahora consolidado, se ha ido conformando al hilo de las luchas contra ciertas invisibilidades en el estudio de los procesos migratorios: primero de las mujeres; luego, de la experiencia “generizada” de los hombres, y ahora, de quienes se identifican con algún género que excede el binarismo hombre/mujer (gays, lesbianas, transexuales, transgénero, travestis, bisexuales, entre otras). Es sólo una posible entrada, eso es claro.
Hoy es casi una obviedad decir que hablar de migraciones y géneros no supone únicamente hablar de migraciones de mujeres; decir que esta relación implica pensar en el género como un principio estructurante de las migraciones, y afirmar que el género constituye una dimensión fundamental (pero no la única) que incide en la producción y reproducción de desigualdades sociales en estos procesos, en intersección con otras tan relevantes como ella: la raza, la etnia, la clase social, la edad, la condición de extranjería… Pero esta obviedad es una naturalización de un proceso bastante largo que demandó no pocos esfuerzos por evidenciar esas invisibilidades, detrás de las cuales hay relaciones de poder que las sustentan y explican, no sólo en este campo del saber, también, y sobre todo, en su “objeto de estudio”.
“Hay una propaganda en la televisión de acá... Se muestra… una familia... Se ven platos volando solos, el bebé siendo cambiado por manos invisibles, medias de hombre saliendo de un cajón ‘solas’... El trabajo de ama de casa y de mamá es invisible, después de un tiempo te sentís invisible.” El testimonio es de Verónica, una argentina que trabajaba en el campo académico estadounidense, casada y con dos hijos. Y esos “invisibles” de los que ella hablaba remiten de alguna manera a la primera de las invisibilidades en los estudios de la migración: la de las mujeres.
Antes de que, por el impulso de la primera ola feminista –entre otras razones–, se lograra mostrar el rol protagónico de las mujeres en las migraciones, el sujeto migrante era visto en términos androcéntricos y patriarcales: migraba el varón en busca de trabajo, y la mujer, cuando lo hacía, lo seguía para re-unir al grupo familiar, y como dependiente del hombre. Romper con esta invisibilidad supuso mostrar que las mujeres también migraban por razones laborales. Pero la fuerza que demandaba este gesto de develamiento llevó a crear otras invisibilidades, porque buena parte de los trabajos de investigación, sobre todo al principio, contribuyeron a crear el estereotipo de la migrante trabajadora, y soslayaron otros aspectos de estos procesos. Implicaron, por ejemplo, perder de vista el importante papel de las mujeres en la reproducción social de la mano de obra migrante en los lugares de destino, como señala Carmen Gregorio Gil —una de las mayores especialistas en este terreno—, y como pone en evidencia el testimonio de Verónica.
Otra de las grandes líneas de indagación sobre migración y género que distinguen quienes han analizado la historia de este campo, y que aparece en el testimonio, es el de las “madres transnacionales” y las “cadenas mundiales de afecto y asistencia”, que también se convirtió en un motor de invisibilidades, porque se puso énfasis en la relación mujer-madre-cuidadora, y por lo tanto, aún a pesar de la intención de denuncia, se ligaron indirectamente sus problemáticas a las supuestas “funciones naturales” de la mujer.
Este análisis, de todas maneras, no implica negar el valor científico, ético y político que tuvo este movimiento de visibilización, que fue incuestionable, absolutamente necesario, y además demandó no pocos sacrificios.
La tercera de las grandes líneas de exploración en este campo fue la de los cambios en las relaciones de género originados en los procesos migratorios, y por esa vía relacional, se arribó a nuevas visibilizaciones.
“Yo tuve una decepción de amor allá en Perú, me vine por una chica que es boliviana”. Así, de un plumazo, definía Hugo, un migrante peruano, los motivos de su venida a la Argentina. Y con la misma contundencia ponía en primer plano la segunda invisibilidad a la que aludía: la de la experiencia generizada del hombre migrante. En este testimonio concreto, se hace evidente por ejemplo el carácter indiscutido de los motivos laborales de la migración masculina. Pero en términos generales, muestra que el primer gesto visibilizador no había permitido mostrar el carácter relacional de las experiencias migratorias genéricamente determinadas, un aspecto que ha comenzado a explorarse en el último tiempo sobre todo de la mano del estudio de las masculinidades, y que está enriqueciendo la mirada de género sobre las migraciones.
La tercera de las invisibilidades, la más reciente y la menos explorada, es la experiencia migratoria de gays, lesbianas y trans, un flujo importante de la migración latinoamericana según Gioconda Herrera. “Salir de [mi país] –me contaba hace poco Javier en el marco de una investigación sobre este tema– era salir de una situación no cómoda, donde mi familia tampoco aceptaba mi homosexualidad.” Su identificación de género, reconocía, “tuvo que ver con la necesidad o con la decisión de salir del país”. Y esta nueva vía de exploración permite iluminar ahora el carácter binario y heteronormativo que han tenido los estudios sobre migraciones y géneros.
Pero aunque la lucha contra estos gigantes-molinos de viento (esas invisibilidades y las relaciones de poder que las explican) pareciera avanzar en favor del Quijote, no podemos conformarnos con una ingenua celebración. Como también señala agudamente Carmen Gregorio Gil, dar visibilidad no es lo mismo que dar la voz… El cursor sigue palpitando, ahora para hacerme sentir que no hay cierre posible, porque en cada gesto de echar luz se crean nuevas zonas de sombra.
*Investigadora del Programa “Multiculturalismo, migraciones y desigualdad en América Latina”.

http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/migran-mujeres_0_963503667.html