30 de noviembre de 2015

PRÁCTICAS ARTÍSTICAS TEXTILES Y ACTIVISMO.



El análisis de la relación del bordado y la costura con la historia de las mujeres pone de manifiesto que si bien se emplearon como herramientas para educar a las féminas, con el tiempo también fueron utilizadas como armas para luchar contra la opresión. Pongamos como ejemplo las banderas, pancartas y estandartes bordados con consignas, empleadas por las sufragistas en sus protestas callejeras, pidiendo el voto para las mujeres. Estas prácticas textiles consideradas artesanales y domésticas y que reforzaban el ideal de feminidad, fueron subvertidas por las sufragistas y empleadas para atentar contra ese mismo ideal femenino.
En su búsqueda de la transgresión, las artistas feministas de los setenta ensalzaron categorías vinculadas tradicionalmente con el arte realizado por las mujeres, haciendo un uso político de las mismas e iniciando un debate contra la cultura patriarcal dominante. La reivindicación de esferas como el bordado, la costura y las tradiciones artesanales en general, se entendía como un ataque al patriarcado, pero a su vez como un homenaje a la identidad femenina. En el marco del feminismo, los tejidos, más allá de su valor cultural, eran concebidos como el lugar de producción de significados culturales de todo tipo- religiosos, políticos e ideológicos -, con contenidos y significados diversos, que son a su vez temas centrales para el feminismo: la lucha por los derechos civiles y políticos de las mujeres, la denuncia de estereotipos sexistas, la construcción cultural del género, la lucha por la liberalización del cuerpo de las féminas y la denuncia de la violencia contra las mujeres.
Vinculados al movimiento feminista hicieron su aparición movimientos que pusieron en marcha acciones pacifistas y antimilitaristas. En muchas de estas acciones, las prácticas textiles cumplieron un papel fundamental. Citemos dos ejemplos. A comienzos de los ochenta en Inglaterra, un grupo de mujeres acamparon alrededor de la base aérea de Greenham Common para tejer redes de lana que anudaron a las alambradas que cercaban la base. En estas redes colgaron fotografías y mensajes con los que expresaban sus ideas y sentimientos, en una acción de protesta antinuclear. El campamento adoptó el nombre de Women´s Peace Camp. En 1985, en Estados Unidos, tuvo lugar una acción a favor de la paz que recibió el nombre de “The Pentagon Peace Ribbon” y que consistió en rodear el Pentágono con una tira de tela de 10 millas de largo hecha a base de bordados y estandartes cosidos, confeccionada por personas de diferentes puntos del país.
En el contexto de los regímenes dictatoriales en Latinoamérica, muchas mujeres se movilizaron para luchar colectivamente en la defensa de los derechos humanos. Durante la cruenta dictadura militar del general Augusto Pinochet se desarrolló el denominado movimiento de las arpilleristas. Las arpilleras forman parte de una antigua técnica textil chilena que consiste en la realización tapices a partir de la utilización de la tela de los sacos. Sobre la base de la arpillera y empleando diferentes tipos de telas, las mujeres chilenas representaron escenas con las violaciones, asesinatos, detenciones, desapariciones y torturas que tuvieron lugar durante la dictadura. Se trata por tanto de obras textiles convertidas en testimonios artísticos y expresiones vivenciales y testimoniales de las atrocidades cometidas en aquellos años terribles.
Los textiles y concretamente los quilts han sido ampliamente utilizados por los movimientos de derechos civiles. En la Sudáfrica postapartheid los quilts se han convertido en una potente herramienta para conmemorar fechas destacadas de la lucha por la defensa de los derechos humanos y como vehículos de expresión y de denuncia de injusticias y de violación de derechos.
En fechas relativamente recientes ha hecho su aparición el craftivismo, término acuñado en 2003 por Betsy Greer. El craftivismo concede un valor político y social a la producción manual, lo que determina que las prácticas craftivistas transiten por posiciones políticas (pacifismo, defensa del medio ambiente, denuncia de las injusticias sociales en los países en vías de desarrollo), sociales (lucha contra el cáncer, la violencia de género, el analfabetismo) y económicas (crítica al consumismo, anticapitalismo). Se trata por tanto de una actitud ética y una forma de activismo que actúa empleando “lo hecho a mano” y que parte de la idea de que la capacidad de creación puede ser una poderosa herramienta de lucha.

https://puntadassubversivas.wordpress.com/2014/08/16/practicas-artisticas-textiles-y-activismo-del-sufragismo-al-craftivismo/

28 de noviembre de 2015

Pobreza y marginación causan muertes maternas; indígenas en México, las más vulnerables.


En México, una de las poblaciones vulnerables a este tipo de situaciones es la población indígena, aseguró el Director General del Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva.
La mortalidad materna en América Latina está ampliamente relacionada con la pobreza, falta de educación y desigualdad, así como con deficiencias en el acceso a la salud y la calidad de atención oportuna durante el embarazo, parto y puerperio.
Así aseguró Cuauhtémoc Ruiz Matus, director interino del Departamento de Familia, Género y Curso de Vida de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en el marco de la presentación en México de la campaña #CeroMuertesMaternas, que busca reducir la muerte de mujeres por hemorragia posparto en la AL.
El representante de la oficina regional para las Américas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) señaló que aunque en los últimos cinco lustros la región ha presentado una importante reducción en mortalidad materna, “los avances han sido insuficientes [pues] aún más de 5 mil mujeres mueren en en América Latina y el Caribe por complicaciones evitables del embarazo y del parto. En la región, todos los días mueren al menos 16 mujeres por estas causas”.
Los principales grupos de edad en los que se encuentran más muertes por hemorragias son en menores de 16 años y mayores de 35; y el fenómeno generalmente está ligado a mujeres con múltiples embarazos, cesáreas previas o que tuvieron complicaciones en otros embarazos.
Pero Riuz Matus apuntó que esta problemática no sólo es de tipo médica y de salud, sino también social, por lo que es necesario atenderla de forma integral “haciendo frente a las desigualdades y a las inequidades, y a las determinantes sociales en salud como es la pobreza, la educación, la falta de acceso a transporte, el acceso a servicios de planificación familiar, la atención oportuna y de calidad durante el embarazo, el parto y el puerperio”.
En entrevista para SinEmbargo, el médico detalló que es urgente que los gobiernos entiendan y disminuyan estas inequidades y detalló que la sensibilización y capacitación del personal de los centros de salud es crucial para evitar la mortandad materna:
“Los responsables de organizar y brindar servicios de salud tenemos que entender el contexto comunitario en los que están las embarazadas para darles consejerías y apoyo [...] Hay mujeres que tienen que atravesar ríos, cerros o montes. Que no pueden pagar el dinero del transporte. Hay que saber cómo sacarlas de la comunidad y participar con los pobladores para atenderlas oportunamente.
“Por otro lado, muchas veces las mujeres que llegan son rechazadas o enviadas a otras instituciones, o no está el médico, o está lleno, etcétera. Tenemos que trabajar con los prestadores de salud para que no exista rechazo a las mujeres embarazadas. Debemos sensibilizar al personal, tener personal calificado y garantizar una atención oportuna”, dijo.
“En este sentido, los países de las Américas deben proveer de elementos necesarios para  tener servicios de salud oportunos y de alta calidad, porque eso, en la región, sigue siendo un desafío”, añadió.
En lo que respecta a México, Ruiz Matus detalló que, en comparación con otros países de América, tenemos una de las mejores infraestructuras para atender la problemática, pero aún se  debe mejorar el garantizar el transporte y atención de las mujeres embarazadas, sobre todo en regiones marginadas.
En cuanto a los avances de la materia, Ricardo Juan García Cavazos, Director General del Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva, perteneciente a la Secretaría de Salud, señaló que ya se han implementado 109 Posadas de Atención a Mujeres Embarazadas en comunidades de difícil acceso a la salud, en las que mujeres embarazadas pueden alojarse previo al parto para recibir atención oportuna.
También en entrevista para SinEmbargo, el funcionario señaló que aunque en el país las muertes maternas se han reducido, aún es “necesario visibilizar y combatir determinantes que pueden influir en inequidades como acceso a los servicios de salud, la distancia a recorrer para tener acceso, las situaciones del escenario de vida, y la atención a la prevención de embarazo adolescente”.
En México, anualmente mueren alrededor de 860 mujeres por alguna causa relacionada con el parto o embarazo, y entre los estados que presentan las tasas mas altas se encuentran Guerrero, Chihuahua, Chiapas, Hidalgo y Puebla. Estados como Colima, Nayarit, Campeche y Tamaulipas, por su parte, presentan tasas mulas de mortalidad por estas causas.
“Una de las poblaciones vulnerables a este tipo de situaciones es la población indígena, por las dificultades que enfrentan en el acceso a la salud”, señaló García Cavazos. Por ello, insistió: “para garantizar una atención integral al tema se requiere de responsabilidades compartidas de todos y cada uno de los que tomamos parte de los sectores tanto económico, educativo, social y en salud. Todos tenemos que entrar en este esfuerzo por disminuir inequidades y poder atender mejor a las mujeres”.

Por  
http://www.sinembargo.mx/28-11-2015/1561610

25 de noviembre de 2015

Prevenir la violencia contra las mujeres .

.

Una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual en su vida, una cifra abrumadora que refleja una pandemia de proporciones mundiales. Sin embargo, a diferencia de una enfermedad, agresores e incluso sociedades enteras eligen cometer actos de violencia, y también pueden decidir ponerles fin. La violencia no es inevitable: se puede prevenir. Aunque no es algo tan fácil como erradicar un virus. No hay una vacuna, no hay un medicamento, no hay una cura. Tampoco hay un único motivo por el que ocurre. -
Por ello, las estrategias de prevención deben ser holísticas, y deben incluir múltiples intervenciones realizadas en paralelo para lograr efectos duraderos y permanentes. Es preciso involucrar a muchos sectores, actores y partes interesadas. Cada vez se cuenta con más pruebas sobre las intervenciones que funcionan para prevenir la violencia: desde la movilización comunitaria hasta el cambio de las normas sociales, desde intervenciones escolares exhaustivas centradas en el personal y el alumnado hasta el empoderamiento económico y los complementos a los ingresos junto con capacitación sobre la igualdad de género.
La prevención es el tema de 2015 para el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se celebra el 25 de noviembre, y del llamado a favor de la acción que se lleva a cabo durante 16 días de la campaña ÚNETE para poner fin a la violencia contra las mujeres. Este año, en la conmemoración oficial de la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, se presentará y debatirá el primer Marco de las Naciones Unidas para prevenir la violencia contra las mujeres (Cámara del ECOSOC; de 10 de la mañana a 12 del mediodía). Este documento surge de la colaboración de siete entidades de las Naciones Unidas: ONU Mujeres, OIT, ACNUDH, PNUD, UNESCO, UNFPA y OMS. El marco establece una visión común para el sistema de las Naciones Unidas, las personas encargadas de formular políticas y otras partes interesadas respecto a prevenir la violencia contra las mujeres y proporciona una teoría del cambio para respaldar la acción.
Desde el 25 de noviembre hasta el 10 de diciembre, el Día de los Derechos Humanos, los 16 Días de activismo contra la violencia de género tienen como objetivo generar conciencia entre el público y movilizar a las personas de todo el mundo para conseguir el cambio. Este año, la campaña del Secretario General de las Naciones Unidas ÚNETE para poner fin a la violencia contra las mujeres te invita a "Pintar el mundo de naranja", utilizando el color designado por la campaña ÚNETE para simbolizar un futuro más esperanzador sin violencia.
Entre los eventos celebrados este año ya contamos con: un concierto benéfico para el Fondo Fiduciario de la ONU para Eliminar la Violencia contra la Mujer en un escenario engalanado de naranja en el Carnegie Hall de Nueva York, y la iluminación del Palacio de la Paz de La Haya, Países Bajos. Está previsto realizar eventos naranja en más de 70 países de todo el mundo antes y durante los 16 días. Estos incluirán la iluminación naranja de lugares destacados importantes como las cataratas del Niágara (Canadá/EE. UU.), el edificio de la Comisión Europea (Bélgica), las ruinas arqueológicas de Petra (Jordania), el Palacio Presidencial en Brasilia (Brasil), y el Palais de Justice (República Democrática del Congo). Otras actividades planificadas incluyen adornar de naranja paradas de autobús en Timor-Leste, organizar maratones en Venezuela y hacer flashmobs espontáneas con el color naranja como protagonista en Indonesia.
En su mensaje para el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (25 de noviembre), la Directora Ejecutiva de ONU Mujeres Phumzile Mlambo-Ngcuka dice "si todas y todos trabajamos juntos: gobiernos, organizaciones de la sociedad civil, el sistema de las Naciones Unidas, empresas, escuelas y personas que se movilizan a través de los nuevos movimientos solidarios, seremos capaces de lograr un mundo más igualitario un planeta 50-50 en el que las mujeres y las niñas podrán vivir sin violencia.

http://www.unwomen.org/es/news/in-focus/end-violence-against-women
http://www.unwomen.org/es/news/stories/2015/11/ed-message-intl-day-for-elimination-of-violence-against-women

24 de noviembre de 2015

Mujeres inmigrantes como víctimas de la Violencia de Género.


Aún en la actualidad un aspecto que sorprende de las sociedades occidentales son las altas cifras de violencia doméstica. El conflicto en el seno del hogar, encubierto por las relaciones afectivas y familiares, conlleva malos tratos, violaciones y abusos y en el peor de los casos llega hasta el asesinato de las mujeres.
En Estados Unidos se calcula que cada año son maltratadas entre dos y cuatro millones de mujeres. Según datos del observatorio del Departamento de Justicia entre 1998 y 2002 hubo 3 millones y medio de crímenes cometidos en el seno familiar, el 49% de los mismos fueron contra las esposas.i En el caso de malos tratos las cifras registradas por la policía se elevan a 4 millones. iiEstas cifras de por si significativas no contemplan todos los casos de violencia doméstica que no llegan a los tribunales. Sobre todo es en el caso de la inmigración cuando se produce una mayor reticencia a denunciar los casos de malos tratos, como veremos.
A pesar del avance que ha supuesto la elaboración de leyes contra la violencia de género en las democracias occidentales, la violencia doméstica es aún un fenómeno muy presente en las sociedades y enraizado en la cultura y las relaciones de poder entre géneros. El marco legislativo que recoge estas prácticas, junto con el trabajo de las organizaciones de mujeres ha dado a conocer el fenómeno públicamente. Así pues la violencia doméstica ha dejado de ser considerada un aspecto privado para pasar a poder ser condenada públicamente, bajo el amparo de las leyes contra la violencia doméstica y machista.iii
No obstante, a pesar de este marco legislativo favorable y de los avances, las mujeres muestran aún fuertes reticencias a denunciar. Las causas para no hacerlo son diversas. Las consecuencias en el seno familiar que comporta la denuncia, el sometimiento a un tipo de relación afectiva y la falta de alternativas económicas legales para subsistir, son algunos de los aspectos más frecuentes que retraen a las mujeres para denunciar públicamente estas vejaciones y el riesgo al que están sometidas. Este fenómeno es sobre todo latente y alarmante en el caso de las mujeres inmigrantes donde además deben añadirse otros aspectos vinculados a su condición legal y que las sumerge en una doble marginalidad: como mujeres y como inmigrantes.
Por un lado, sufren una desinformación legal y, por el otro, su situación de irregularidad administrativa en el país de acogida les lleva a no querer denunciar por el miedo a la expulsión. A ello aún hay que sumarle los condicionantes de la propia cultura, las relaciones patriarcales y la amenaza a ser expulsadas por parte de sus conyugues o parejas.
Más allá de un mero enfoque culturalista, que sin duda es importante para comprender y abordar en toda su complejidad la violencia de género, para poder entender sus causas y su imbricación en los valores tradicionales de las distintas culturas, es necesario también un enfoque desde el género. Hay un elemento común transversal en todas las culturas que, a su vez, es la base a partir de la cual poder actuar para transformar las situaciones de violencia doméstica. Nos estamos refiriendo a los elementos vinculados a las relaciones de poder y de dominación que ejercen los hombres sobre las mujeres.
Si bien la dominación masculina es un elemento transversal vinculado a los valores del patriarcado, se ha observado que en aquellas sociedades o grupos donde las mujeres tienen poder económico y/o autoridad en la vida familiar los niveles de maltrato se reducen La violencia de género puede estar más presente de forma homogénea en aquellos grupos culturales donde los valores tradicionales vinculados a unas relaciones de subordinación y dominación hombre/mujer son aún más presentes. Este elemento transversal de género que afecta indistintamente a la clase o a la etnia subyace en todos los casos y es sobre todo, como veremos, es un elemento con el cual trabajar para la intervención en casos de este tipo de violencia. Sin negar la importancia de las diferencias culturales y sociales, incorporar el elemento de género como un mecanismo de concienciación y liberación de las mujeres. Parece fundamental el empoderamiento de estas mujeres víctimas de violencia de género a través de mejorar su autoestima y conseguir formación y redes de apoyo que las permitan romper el ciclo de la violencia e iniciar una nueva vida.
Todo ello nos lleva a plantear la importancia de la interseccionalidad en el análisis teórico, donde cultura y género son dos de los elementos clave a tener en cuenta para abordar y poder analizar la violencia de género en el seno de las sociedades occidentales y en un contexto de globalización (Crenshaw, 2005). En el caso de las mujeres migrantes además del género, la clase y la propia cultura y, en algunos casos, el color de la piel, debe añadirse su situación legal o no en el país. La propia situación de inmigrantes las hace más dudosas a la hora de denunciar o explicar el abuso.
¿Cuáles son las causas que conllevan que las mujeres migrantes soporten los malos tratos? Uno de los motivos que aparece como relevante en el estudio es que los agresores las amenazan con la expulsión, con denunciar su situación de irregularidad a la policía, si se quejan de los malos tratos recibidos por sus maridos o compañeros. También aparecen como significativos los motivos culturales, como veremos. La desinformación sobre qué hacer o poder hacer por un lado, la falta de recursos económicos y, sobre todo, el hecho de vivir los malos tratos como algo "normal" propio de la relación de pareja y de la dominación masculina conllevan que las mujeres soporten estas vejaciones y pongan en peligro sus vidas. En muchos de los casos estas mujeres han sufrido violencia doméstica en otras relaciones anteriores o previamente en el seno familiar. Todo ello hace que se asuman los malos tratos como algo que forma parte de las relaciones entre los géneros. El hecho de haber vivido la violencia doméstica desde la infancia es considerado uno de los factores que influyen en una mayor tolerancia hacia las actitudes de violencia de género y ha sido analizado como una de las constantes entre las mujeres latinoamericanas víctimas de violencia doméstica; así como, un mayor sentimiento de culpabilidad entre las víctimas Las mujeres migrantes sufren una doble vulnerabilidad, de dependencia afectiva y de falta de redes familiares y sociales que les permitan salir de la situación de violencia, sumada a una gran precariedad laboral. A ello aún hay que añadirle que en algunos casos su situación de legalidad en el país depende del marido: de su matrimonio con el maltratador o, como hemos expuesto, su situación de irregularidad hace que tengan miedo a condenar los malos tratos .Más allá del sesgo cultural lo que perpetúa estas relaciones de dominación masculina y agresión contra las mujeres es el hecho que las relaciones entre los géneros están basadas en un orden patriarcal y machista, donde la mujer debe obedecer y es víctima de las actitudes violentas de su pareja, que impone su poder y dominación incluso por la fuerza. El romper con esta situación aprendida y vivida por las mujeres es de por si difícil y ello lo es mucho más si se encuentran en una situación de inmigración o inmigración irregular.

Articulo completo.
http://www10.ujaen.es/sites/default/files/users/factra/Congreso/57.pdf

23 de noviembre de 2015

Qué les pasa a las adultas que sufrieron abusos sexuales en su infancia.


Las mujeres que sufrieron abusos sexuales en su infancia pueden verse afectadas a largo plazo y estos efectos pueden perdurar en su vida adulta y pueden ser más o menos graves en función de: quién fue la persona que las agredió (si era de la familia y de su confianza, como ocurre en la gran mayoría de los casos), si fue algo reiterado o puntual y si lo contó y encontró apoyo o si mantuvo el secreto tal y como probablemente le pidió su agresor.
Pero, en general, se puede hablar de tres grandes efectos muy relacionados entre sí:
  • El que tiene que ver con la opinión de sí misma
  • El efecto sobre su forma de relacionarse, de tener relaciones de confianza
  • Y su forma de vivir la sexualidad
El primero, el autoconcepto, lo que cree que es, está muy influido por la propia dinámica del abuso, porque siendo niña está muy confusa sobre lo que ocurre, siente malestar o dolor mientras se produce, pero a la vez alguien a quien conoce le presta atención, “juega” con ella, la convence para que guarde el secreto. Muchas veces les dan regalos. Esto hace que ellas lo vivan como que son culpables, como que no dijeron que no o que ellas “lo provocaron”.
Esta culpa les hace crecer sintiendo que ellas tienen algo malo, algo que el resto podría ver si no lo esconden muy bien. Se sienten malas, impuras, diferentes, inferiores y no dignas de amor. No creen ser merecedoras de que alguien las quiera por lo que son, por lo que tienden a tener relaciones donde ellas ¨compensan¨ a base de cuidados, atenciones o cesiones.
El segundo, tiene que ver con sus relaciones de intimidad, de confianza. Es importante tener en cuenta de nuevo el contexto en que se produce el abuso, ya que, siendo niñas, una persona muy cercana en su entorno (en la mayoría de los casos es el padre, un hermano, tío, primo, alguien en quien confían, alguien más mayor que debía cuidarlas, protegerlas, y quien les ha enseñado que tienen que obedecer) les hizo mucho daño e hizo que se sintieran sucias, realizando algo que aprendieron que es pecado o inadecuado, sintiendo dolor físico, asco, y un profundo desconcierto por las reacciones de esa persona mientras se producía. Se sintieron solas, indefensas, con miedo. Y a la vez convivían con normalidad con esa persona en la familia: desayunaban en la mesa con él, hacían actividades en familia o simplemente veían la tele. Esto de: “me siento muy mal con él unas ocasiones y otras parece que no pasa nada”, también contribuye a que crean que ellas son las responsables de su malestar, a que consideren que es culpa suya, a que interioricen que son ellas las que tienen algo malo, repulsivo y digno de ese asco que sienten.
Es así como se une este efecto al anterior: crecen con la férrea idea de que “tengo algo malo y la gente muy cercana a mí puede hacerme mucho daño” y esto provoca, en consecuencia, que vivan teniendo relaciones muy superficiales donde ellas se centran en mantener “su línea de seguridad”, un límite invisible en el que ellas se sienten a salvo, en el que no se dejan conocer, no se muestran como son y así no pueden herirlas, una línea en la que dejan fuera a todo el resto de la humanidad.
Para mantener esta línea, en general no hablan de sí mismas no cuentan sus preocupaciones o malestares (si supieran sus “puntos débiles” podrían hacerles daño), no se relajan en las relaciones, viven en un permanente estado de alerta, están pendientes de mantener esta distancia, de no dejar ver su oscuro secreto, que no sepan que hicieron algo sucio y prohibido y ahora por ello son malas.
Este patrón les impide escoger a sus amistades o parejas ya que no son merecedoras de ello. Se conforman con encontrar a alguien “que las tolere”. Por ello, muchas veces se ven inmersas en relaciones muy desequilibradas, incluso de violencia, con gente que no tiene por qué ser a fin a sus valores o filosofía de vida.
En ocasiones, las mujeres víctimas de abuso sexual en su infancia, se aíslan, no tienen prácticamente relaciones
También, en otras ocasiones, las mujeres víctimas de abuso sexual en su infancia, para defender esta línea de seguridad, se aíslan, no tienen prácticamente relaciones o escogen a personas para tener al otro lado de esta línea con la certeza de que es imposible que les puedan hacer daño… Recuerdo el caso de una mujer que se emparejó con un hombre con esclerosis múltiple en fase muy avanzada, por ejemplo. Otras, sólo se relacionan con hombres homosexuales.
El tercer efecto es el que se relaciona con la sexualidad donde, de nuevo, los otros dos efectos contribuyen a éste.
En función de cómo se viva la sexualidad, ésta puede ser una manera de tener relaciones muy íntimas con alguien con quien tienes un vínculo, alguien en quien confías y con quien decides tener un encuentro (ya sea esporádico o en el marco de una relación estable). Es una forma de entrega. Y ellas se encuentran en un terreno que llevan evitando toda su vida, el de relajarse, sentirse a salvo con otra persona y centrarse en disfrutar.
Todo ello hace que éste sea el principal motivo de consulta de las mujeres que han sufrido abuso sexual de niñas: se encuentran en una relación de pareja estable, pero o no pueden disfrutar de la sexualidad compartida o sus parejas están cansadas de no poder tener relaciones con ellas.
Dentro de los efectos a largo plazo en su sexualidad también está el de experimentar síntomas de estrés post traumático, en forma de flash backs, de imágenes intrusivas, ya que, literalmente, ven fragmentos de escenas que vivieron y se sienten como cuando estaban allí. Esto aparece especialmente con algunas prácticas sexuales concretas, con sensaciones, olores, o espacios físicos que las transportan al momento del abuso.
Otro efecto, dentro de la sexualidad, es el contrario, el de aprender que a través del sexo tienen poder, que es una moneda de cambio en sus relaciones que les da control y que les permite “compensar” la atención o el afecto que la otra persona les brinda. Es una forma más de mantener a esa persona al otro lado de su línea de seguridad, de la línea de que la conozca o que haga que ella tenga que entregarse en la relación. Es un “doy sexo, que es algo en lo que soy buena y sé que te gusta, y así tengo claro lo que va a ocurrir, yo decido lo que pasa, me aseguro que te quedas a mi lado y, en el fondo, no me conoces”.
Estos efectos pueden trabajarse, se pueden comprender y superar, pero es imprescindible hacerlo acompañada por profesionales especializadas.

Mª José Naranjo Hernández
http://conlaa.com/que-les-pasa-las-adultas-sufrieron-abusos-sexuales-en-su-infancia/
http://www.mujeresparalasalud.org/

18 de noviembre de 2015

POBREZA Y EXCLUSIÓN SOCIAL. LAS MUJERES PRIMERO.


Cuando hablamos de pobreza y exclusión social, a menudo nos vienen a la cabeza imágenes de personas viviendo en la calle o en chabolas, descalzas, con niñas o niños desarrapados corriendo alrededor, mendigando unas monedas en la puerta de cualquier iglesia o, simplemente, muriéndose de hambre. Y es que alrededor de 1.200 millones de personas en el mundo viven en esta situación, con menos de un dólar al día, de las cuales el 70% son mujeres.
Pero la pobreza está mucho más cerca de lo que muchas personas pueden creer, porque ser pobre es también llevar más o menos una vida normalizada, pero sin llegar a fin de mes habiendo cubierto sólo parte de las necesidades básicas. Ser pobre es no poder dar a tus hijos e hijas las mismas oportunidades que tienen los demás niños o niñas, o tener que llevar el mismo abrigo que llevabas hace veinte años y que ya, de ajado, apenas da calor. Ser pobre significa mantener una dieta baja en proteínas, o no poder encender la calefacción cuando el termómetro indica que hace un frío insoportable. Y es que, por ejemplo en Europa, según los datos de Eurostat 2013, aproximadamente 120 millones de personas viven en situación o riesgo de pobreza y exclusión social, de las que un 54% son mujeres, alcanzando cifras de 164 millones en los países de América Latina y el Caribe. Aunque no tenemos datos desagregados por sexo, en el caso de América Latina y Caribe es más que previsible que también en este caso la tasa de pobreza femenina sea mayor que la masculina.
Cuando la impresión generalizada, al menos en muchos países de los considerados desarrollados, es la de que las vidas de las mujeres en dichos países están mejorando, y la de que ahora estamos al mismo nivel que los hombres en el nivel económico, en el profesional, en el social, en el político, en el familiar, etc., las cifras desmienten este tópico. Como ejemplo, decir que, pese a tener más años de educación que los hombres, las mujeres aún nos concentramos en ocupaciones peor remuneradas como la enseñanza, la salud o el sector servicios. Al comparar hombres y mujeres de la misma edad y mismo nivel educativo, los hombres ganan, de media, un 17 por ciento más que las mujeres en América Latina, un 16,4% más en la Unión Europea, y un 17,8% más en España.
Y si volvemos al ámbito mundial, es un hecho verificable, por ejemplo, que en las familias de la mayoría de los países del mundo, el reparto de la renta no sigue pautas de igualdad, sino que sus miembros acceden a un orden jerárquico de reparto presidido por criterios de género; que en muchos -demasiados- países, las mujeres no tienen los mismos derechos de acceso a la educación, lo que les permitiría mejorar su posición en las escalas social y económica; que de los, aproximadamente, 550 millones de personas trabajadoras pobres del mundo, un 60% son mujeres, o que las mujeres tenemos unos ingresos de entre un 30% y un 60% menor que los hombres. Son sólo algunos ejemplos, pero podríamos encontrar muchísimos más ¡Y luego nos hablan de igualdad!
Uno de los efectos más tremendos de los programas de ajuste estructural, inherentes a las políticas neoliberales en todo el mundo, es el del crecimiento del trabajo gratuito de las mujeres en el hogar, resultado de la abdicación de los Estados de aquellas funciones básicas para la vida como la salud, la nutrición, la educación de los hijos e hijas o la atención a las personas dependientes, por poner sólo algunos ejemplos. Estas funciones siempre han estado en manos de las mujeres en la mayoría de los países del mundo y ahora, cuando en algunos de ellos parecía que empezábamos a tener otros roles -económicos y sociales-, con el pretexto de la crisis económica, vuelven a recaer en las familias y, por tanto, otra vez principalmente en las mujeres.
En España, por ejemplo, a los brutales recortes en los sueldos y en los servicios sociales, se ha añadido la derogación en la práctica de la Ley de Dependencia. El objetivo de ésta era precisamente reducir algunas de las cargas de quienes cuidaban a las personas dependientes -es decir, sobre todo mujeres- para facilitar su acceso al trabajo remunerado fuera del hogar. La consecuencia es que se ha convertido a millones de trabajadoras en esclavas, ya del hogar, ya de las empresas.
La globalización, en su versión neoliberal, es un proceso que está ahondando cada vez más la brecha que separa a las personas pobres de las ricas en general. Pero, sin lugar a dudas, las grandes perdedoras de estas políticas económicas somos las mujeres, ya que patriarcado y capitalismo se configuran como las dos macro realidades sociales que socavan nuestros derechos al propiciar la redistribución de los recursos asimétricamente, es decir, en interés de los varones. Y cuando hablamos de recursos no nos referimos sólo a los económicos, sino también a los educativos (en muchos países inexistentes para las mujeres); a los profesionales (colocándonos el famoso techo de cristal por encima de nuestras cabezas); a los de la distribución del espacio (el público sigue siendo mayoritariamente masculino); y un largo etcétera que vulnera los derechos fundamentales de las mujeres y su dignidad.
Llevamos siglos de desventaja y, a pesar de que también han sido de lucha por la igualdad, en todos los países del mundo, en mayor o menor medida, las mujeres seguimos siendo violentadas, cosificadas, tuteladas, sometidas, privadas de libertad, en situaciones de conflicto o de necesidades económicas de supervivencia, más forzadas a abandonar nuestros hogares que los hombres, con menor actividad económica que éstos, con escasa representación política, más excluidas y más pobres.
En muchos países, sobre todos en los llamados Estados de bienestar europeos, las políticas públicas de igualdad, orientadas a reducir las desigualdades económicas y a debilitar las jerarquías a través de acciones positivas, servían hasta ahora para una mejor redistribución de los recursos, aunque nunca suficiente. Pero ha bastado con una crisis económica y financiera, como la que seguimos atravesando, para que muchos de los derechos y avances que habíamos logrado se hayan desvanecido a tenor de políticas económicas neoliberales y nuevas legislaciones que, de una manera encubierta e indirecta, vuelven a situar a la mujer en el punto de partida, lo que no podemos permitir, por lo que es preciso, y más que nunca, seguir luchando.
Son muchas, aún demasiadas, las cosas por cambiar para lograr la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, y proteger a éstas de la pobreza y la exclusión social. Y si lo son en lugares donde la equiparación es mayor, no digamos en lugares en los que las mujeres están en una posición de total inferioridad de condiciones o completamente sometidas. Pero de todos estos cambios, quizá los más necesarios sean modificar los roles domésticos y los estereotipos sociales, así como la puesta en marcha de políticas de igualdad que incidan en el mercado laboral o en el acceso a la educación en igualdad de oportunidades. Porque recordemos: ni todas las mujeres tienen un salario, ni todas las niñas y adolescentes posibilidad de recibir una educación.





ISABEL ALLENDE ROBREDO* Y PEPA FRANCO REBOLLAR*
http://conlaa.com/wp-content/uploads/2014/09/32_pobreza_y_exclusion.pdf
 

17 de noviembre de 2015

La creacion del patriarcado.



En su sentido literal significa gobierno de los padres. Históricamente el término ha sido utilizado para designar un tipo de organización social en el que la autoridad la ejerce el varón jefe de familia, dueño del patrimonio, del que formaban parte los hijos, la esposa, los esclavos y los bienes. La familia es, claro está, una de las instituciones básicas de este orden social.
Los debates sobre el patriarcado tuvieron lugar en distintas épocas históricas, y fueron retomados en el siglo XX por el movimiento feminista de los años sesenta en la búsqueda de una explicación que diera cuenta de la situación de opresión y dominación de las mujeres y posibilitaran su liberación.
Las feministas han analizado y teorizado sobre las diferentes expresiones que ha ido adoptando a largo de la HISTORIA y las distintas geografías, estructurándose en instituciones de la vida publica y privada, desde la familia al conjunto de la social. También fueron definiendo los contenidos ideológicos, económicos y políticos del concepto que, conforme a Carol Pateman (1988), es el único que se refiere específicamente a la sujeción de las mujeres y singulariza la forma del derecho político que los varones ejercen en virtud de ser varones.
En los relatos sobre el origen o la creación de los sistemas de organización social y política, del mundo público y privado, hallamos historias conjeturales, considerando algunas que la sociedad emerge de la FAMILIA patriarcal, o las más actuales, que se origina en el contrato. El PODER en el patriarcado puede tener origen divino, familiar o fundarse en el acuerdo de voluntades, pero en todos estos modelos, el dominio de los varones sobre las mujeres se mantiene.
Gerda Lerner (1986) lo ha definido en sentido amplio, como “la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y niños/as de la familia y la ampliación de ese dominio sobre las mujeres en la sociedad en general”. Sus investigaciones se remontan a la Mesopotamia, entre los años 6.000 y 3.000 A.C. “En la sociedad mesopotámica, como en otras partes, el dominio patriarcal sobre la familia adoptó multiplicidad de formas: la autoridad absoluta del hombre sobre los niños, la autoridad sobre la esposa y el concubinato”.
María Milagros Rivera Garretas, señala como estructuras fundamentales del patriarcado las relaciones sociales de parentesco y dos instituciones muy importantes para la vida de las mujeres, la heterosexualidad obligatoria y el contrato sexual. La institución de la heterosexualidad obligatoria es necesaria para la continuidad del patriarcado, ya que expresa la obligatoriedad de la convivencia entre varones y mujeres en tasas de masculinidad/feminidad numéricamente equilibradas. Junto con estas dos categorías se encuentra la política sexual o relaciones de poder que se han establecido entre varones y mujeres, sin más razón que el sexo y que regulan todas las relaciones.
En el patriarcado no todas las relaciones son familiares, por tanto no se puede entenderlo literalmente sino a riesgo de dejar fuera las demás instituciones sociales que realmente comprende.
La forma de entenderlo como poder de los padres, llega hasta la modernidad, donde el ascenso de una nueva clase, la burguesía, necesita dar otro fundamento al ejercicio del poder para adaptarlo a los cambios producidos. Este nuevo fundamento es el pacto o acuerdo social, mediante el cual se organiza el patriarcado moderno.
Algunas autoras consideran que en la constitución del patriarcado moderno, los varones también pactan su poder como hermanos. Los ideales de igualdad, libertad y fraternidad remiten a este pacto entre fraters.
Celia Amorós, citada por Rosa Cobo (1995), apunta a la constitución de la fratria como un grupo juramentado, aquel constituido bajo la presión de una amenaza exterior de disolución, donde el propio grupo se percibe como condición del mantenimiento de la identidad, intereses y objetivos de sus miembros.
Con la formación de los Estados modernos, el poder de vida y muerte sobre los demás miembros de su familia pasa de manos del pater familias al Estado, que garantiza principalmente a través de la ley y la economía, la sujeción de las mujeres al padre, al marido y a los varones en general, impidiendo su constitución como sujetos políticos.
Las teorizaciones sobre el patriarcado fueron esenciales para el desarrollo de las distintas corrientes del feminismo, en sus versiones radical, marxista y materialista, entre otras.
Desde los primeros trabajos de Kate Millet (1969), para el feminismo radical la sexualidad de las mujeres se considera prioritaria en la constitución del patriarcado. La autora con el término, se refiere a las relaciones sexuales como relaciones políticas, a través de las cuales los varones dominan a las mujeres. Shulamit Firestone (1976) postula como base de la opresión social de las mujeres, su capacidad reproductiva.
Anna Jonásdottir plantea el problema básico de este sistema como: “una cuestión de lucha de poder socio–sexual específica, una lucha sobre las condiciones políticas del amor sexual”. Sigue a Millet y a Firestone al centrarse en la sexualidad y el amor al “cuestionar la forma presente de heterosexualidad dominada por el hombre y las articulaciones del poder sexista en la sociedad moderna en general” (Jonásdottir 1993),
Otras corrientes consideran que las relaciones de reproducción generan un sistema de clases sexual, que se basa en la apropiación y el control de la capacidad reproductiva de las mujeres, y que existe paralelamente al sistema de clases económico basado en las relaciones de producción.
Dentro del denominado feminismo materialista, Lidia Falcón considera a las mujeres como clase social y económica, siendo los padres–maridos quienes controlan el cuerpo femenino y se apropian del trabajo productivo y reproductivo de aquellas. Por su parte, Christine Delphy afirma la existencia de una “relación de producción entre marido y mujer en la familia nuclear moderna, consistente en la relación de una persona o jefe, cuya producción se integra al circuito mercantil, con otra que le está subordinada, porque su producción, que no se integra a ese circuito, es convertida en algo invisible”. En virtud del matrimonio y del trabajo doméstico gratuito, las mujeres comparten una posición común de clase social de género.
En la línea del feminismo marxista, una de sus exponentes más importantes, Heidi Hartmann (1981) sostiene la teoría de los sistemas duales definiendo el patriarcado “como un conjunto de relaciones sociales entre los hombres que tienen una base material, y aunque son jerárquicas, crean o establecen interdependencia y solidaridad entre ellos que los capacitan para dominar a las mujeres”. No es sólo el sistema, sino los varones como tales quienes oprimen a las mujeres. La restricción de su sexualidad, junto al matrimonio heterosexual, como formas de control sobre la fuerza de trabajo de las mujeres son elementos cruciales del patriarcado, que no descansa sólo en la en la familia, sino en todas las estructuras que posibilitan este control.
Para Audre Lorde (2003) las mujeres están expuestas a distintos grados y tipos de opresión patriarcal, algunas comunes a todas y otras no.
En la América conquistada por los españoles, la subordinación de las mujeres se consolida especialmente a través de las Leyes de Partidas, la familia patriarcal y la influencia y poder de la Iglesia católica, continuándose en las leyes de los Estados–Nación que se van constituyendo a lo largo del siglo XIX.
En términos generales el patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexo–politicas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia.
Los estudios feministas sobre el patriarcado, y la constatación de que se trata de una construcción histórica y social, señalan las posibilidades de cambiarlo por un modelo social justo e igualitario.

Texto de Marta Fontenla
http://www.mujeresenred.net/spip.php?article1396

16 de noviembre de 2015

El feminismo sin mujeres.


Al filo de los años ochenta comenzaba a popularizarse el prefijo post, la sociedad post industrial, la sociedad posmoderna, la sociedad postmaterialista. De todas aquellas designaciones la posmodernidad fue la que triunfó en el área de los estudios filosóficos y culturales y, en el caso que nos interesa, en las posiciones feministas. La condición posmoderna puede calificarse como la posición teórica que certificó el agotamiento o el fracaso de la modernidad, en concreto de los ideales Ilustrados basados en los principios de libertad e igualdad ligados a un Sujeto autónomo y constituyente de la vida moral y política. Muerte de Sujeto, de la Historia y de los Grandes Relatos. El sujeto es producto, un mero constructo, no hay nada que lo sustente más allá de prácticas disciplinarias y jurídico-discursivas, de la performatividad y la reiteración. Lejos de apenarse por ello, la posmodernidad trae una buena nueva: estas muertes son profundamente liberadoras, todo eAlgún teórico declaró que ser mujer era liberador de suyo y otros que en realidad ellos ya habían devenido mujeres. Entonces, dado que los grandes teóricos blancos, posmodernos y transgresores abjuraban de su posición de Sujetos y de Varones ¿cómo querrían las mujeres convertirse en algo tan opresivo como el sujeto blanco, de clase media, heterosexual?
En los noventa la palabra posmodernidad comenzaba a ser sustituida por nuevos enfoques más parciales, por conocimientos situados y por la eclosión de las políticas de la identidad. En primer lugar fue el multiculturalismo, pero pronto los estudios poscoloniales y la teoría queer se convirtieron en los enfoques antihegemónicos hegemónicos. Estos dos últimos enfoques han trasladado al interior del feminismo sus planteamientos generales, y han construido como blanco de sus críticas la imagen fija de un feminismo hegemónico e institucional que sería opresivo con la diversidad de las situaciones de las mujeres del mundo. Así, el feminismo hegemónico, designado como un bloque monolítico, es "blanco, etnocéntrico, de clase media y heterosexual".
Los feminismos poscoloniales han formulado críticas coherentes y pertinentes a la construcción imperialista del sujeto occidental y la teoría queer denuncia, sin tregua, las posiciones heteronormativas o simplemente normativas de la sexualidad. Por un lado, el sujeto universal/neutro occidental folkloriza "las otras" culturas -y añadimos sexualidades- al situarse como un centro que es en realidad construido por las heterodesignadas periferias. Si las mujeres son copias defectuosas de los varones, las culturas son copias defectuosas de la cultura moderna u occidental. Por otro lado, y desde una perspectiva complementaria a la folklorización, el sujeto occidental condena a la invisibilidad todo lo que no se asimila a sus parámetros de definición de lo neutro humano.
La rebelión de las multitudes no pasa ya por reivindicar lo que se les ha usurpado sino, a menudo, por reivindicar su condición, posición, momento como una forma irreductible de oposición al poder. Ya no hay un "nosotras, las mujeres" como sujeto político, pero hay una multitud de feminismos: el feminismo negro, el feminismo asiático, el feminismo chicano y muchos más.
La ciudadanía diferenciada ha eclosionado en una multitud de palabras que tratan de cartografiar el mapa de la resistencia a toda asimilación: frontera, mestizaje, fragmento, disidencia. Una eclosión de publicaciones, situadas y localizadas, analiza las prácticas femeninas, las prácticas de resistencia, cuestiona toda universalidad, toda subsunción en conceptos universales y neutrales. Desde otra perspectiva aún más influyente, como la expuesta por Judith Butler en Gender Trouble, también se han desarrollado fuertes críticas a las mujeres como sujeto del feminismo. De forma resumida y básica: si la "mujer" es un constructo opresivo y sin base ontológica, ¿cómo convertirla en el sujeto de un proyecto político emancipador? Verdaderamente suena paradójico y es el núcleo de un planteamiento que se nutre de continuas paradojas y al final no ofrece unas respuestas claras a la situación global de las mujeres en el mundo. Todo es paradójico, porque si no hay sujeto ¿por qué tanto interés en sentenciar que las mujeres no son el sujeto del feminismo? Mientras los textos de Butler se pueblan de sesudas referencias a filósofos casi indescifrables para concluir que el cuerpo sexuado es un constructo millones de mujeres en el mundo no pueden, lisa y llanamente, controlar el acceso de los varones a sus cuerpos. El feminismo que de aquí se sigue relega al olvido una de las aportaciones básicas del feminismo a la autoconciencia humana: el hecho de que como cuerpos que somos nacemos y morimos vulnerables y, en consecuencia, queremos organizar la vida humana alrededor de este hecho material incuestionable.

Una vuelta renovada al "Nosotras, las mujeres"

En nuestros días, a la altura del año 2013 y situadas como estamos en los países denominados PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España), no es ya posible dudar de que estamos viviendo un momento histórico de rearme de la sociedad capitalista y patriarcal. Desde comienzos del siglo XXI no dejamos de encontrar signos que anuncian una reacción frente a los avances de la conciencia feminista en el planeta, pero también encontramos otros signos llamativos de la vuelta a nuevas formas de unidad al nosotras, las mujeres, conscientes de nuestra diversidad constitutiva. Lo centraremos simbólicamente en la evolución de las posiciones de la teórica de origen indio Chandra Mohanty. Mohanty publicó, en 1986, su célebre artículo "Under Western Eyes". Dieciséis años después, en 2002, volvió sobre los temas del artículo para revisar algunas de sus concepciones al hilo de los cambios producidos en el mundo por el fenómeno de la globalización económica. El artículo lleva el elocuente subtítulo de "Feminist solidarity throgh Anticapitalis Struggles". La vuelta a la solidaridad de las mujeres del mundo es una llamada a un feminismo no acrítico con las divisiones que atraviesan la vida real de las mujeres, pero capaz de dotarse de un análisis y una estrategia comunes. Es una llamada a centrarnos en lo que nos une, puesto que la dialéctica de la teoría feminista avanza de la percepción de lo que nos une a la percepción de lo que nos separa. Diferentes siempre hemos sido y seremos. Lo que nos ha unido y nos une es la historia de opresión que compartimos y las ganas de acabar con ella. Lo importante es que las teorías feministas sean capaces de formular políticas reivindicativas capaces de minar y erradicar la situación de subordinación, servidumbre y explotación de las mujeres del mundo. Tal vez no sea ahora el momento de más juegos de palabras, del "feminismo sin mujeres", del "feminismo sin feministas" y de colocarle a todo un prefijo post. Quizás sea el momento de comprender que mientras unas juegan simbólicamente a ser fragmentos a otras las convierten en fragmentos de carne para el mercado.

http://conlaa.com/wp-content/uploads/2014/09/feminismos_para_un_mundo_en_crisis_28.pdf

12 de noviembre de 2015

Casos de discriminación legal de la mujer en el mundo.


Los derechos de las mujeres en todo el mundo han evolucionado en los últimos 50 años, pero en el 90% de los 143 países analizados en el último estudio del Banco Mundial al menos una ley prohíbe a las mujeres acceder a algunos puestos de trabajos, abrir una cuenta bancaria, disponer de capital o tomar decisiones independientes.
Mientras en Latinoamérica se han producido los mayores avances en igualdad, Oriente Próximo y norte de África son territorios cada vez más hostiles para que la mujer pueda participar en la vida política y económica: 44 países mejoraron las oportunidades económicas para las mujeres entre abril de 2011 y 2013, mediante 48 reformas legales.
A pesar del avance general, 28 países del mundo hacen 10 o más distinciones legales entre los derechos de hombres y mujeres. La mitad de estos países se encuentran en Oriente Próximo y norte de África, seguidos por 11 de África subsahariana
En América Latina y el Caribe, África subsahariana y Asia oriental, las restricciones legales se han reducido a la mitad desde 1960.
Oriente Próximo es la zona del planeta con menor progreso e incluso hay países que han dado paso hacia atrás. Así, Yemen y Egipto han eliminado de sus constituciones la prohibición de discriminar por sexo. La ley en Irán permite a los maridos impedir a sus parejas trabajar, limitan la movilidad femenina y su acceso al sector judicial (no se les permite dictar sentencias).
En el 25% de los países analizados no hay leyes contra la violencia doméstica. Oriente Próximo y el norte de África son las regiones con menor protección. Argelia y Marruecos son los únicos países de la zona con legislación contra el acoso sexual en el lugar de trabajo.
En los últimos dos años, las reformas más importantes se han llevado a cabo en Costa de Marfil y Mali, donde los maridos ya no pueden prohibir a sus parejas que trabajen; Filipinas, donde ya se permite a la mujer trabajar en horario nocturno, y Eslovaquia, que ha aumentado el salario a las mujeres durante la baja por maternidad.
Los países de Europa oriental y Asia central son los que tienen listas más extensas de actividades laborales que las mujeres no pueden realizar. Por ejemplo, en Rusia se prohibe a la mujer conducir camiones para el sector agrícola; en Bielorrusa no se les permite trabajar como carpinteras, y en Kazajstán no pueden ser soldadoras.
Los Códigos de Familia continúan limitando los derechos de la mujer en países como República Democrática del Congo, donde las mujeres casadas necesitan el permiso del cónyuge para poner una demanda civil, salvo que sea en contra de su propio marido.

Cambios positivos en Etiopía y La India

En 2000, Etiopía revisó su Código de Familia, en vigor desde 1960. Eliminó un "derecho" del esposo a negar a su pareja permiso para trabajar así como el consentimiento de ambos cónyuges en la administración de los bienes gananciales. Dos encuestas realizadas cinco años más tarde muestran que la incorporación de la mujer al trabajo fuera de casa ha ido en aumento y que las etíopes tienen ahora más posibilidades de trabajar a tiempo completo y en empleos más cualificados.
En dos Estados de la India, Karnataka y Maharashtra, la reforma de la Ley de Sucesión hindú en 1994 ha dado a las mujeres y los hombres los mismos derechos para heredar la propiedad común de la familia. Este cambio ha alterado el control de los recursos de las familias y el aumento de las inversiones de los padres en sus hijas.

http://feminismo.about.com/od/igualdad/a/situacion-legal-de-la-mujer-en-el-mundo.htm


11 de noviembre de 2015

ANTROPOLOGÍA DEL GÉNERO .



1. DIFERENCIA ENTRE SEXO Y GÉNERO
En este apartado cuestionaremos la naturaleza de las diferencias de sexo analizando el carácter complejo de lo que significa ser hombre o mujer. Veremos primero las diferencias históricas entre los sexos, después los aspectos de la socialización que influyen en la feminidad o masculinidad.
Sexo, género y biología: Mientras el sexo se refiere a características físicas del cuerpo y al acto sexual en sí mismo, género alude a las diferencias psicológicas, sociales y culturales entre los hombres y las mujeres. El término "sexo" es ambiguo. La distinción entre sexo y género es fundamental, ya que muchas diferencias entre varones y hembras no son biológicas en origen. Se piensa que las diferencias de sexo son genéticas pero esto no es del todo correcto. Es útil por tanto, distinguir entre sexo, en el sentido fisiológico o biológico del término, y género, que es un constructo cultural, es una relación variable, contingente y por lo tanto cambiante (una serie de modelos de comportamiento aprendidos).
Socialización en el género: La socialización de los géneros empieza desde el preciso momento del nacimiento del niño. Los estudios sobre la interacción madre- hijo muestran diferencias en el tratamiento entre los niños y niñas, aunque los padres piensen que sus reacciones son las mismas. Los adultos deben tratar a los niños del mismo modo. Los juguetes, los libros con fotos y los programas de televisión con los que los niños entran en contacto, tienden a destacar la diferencia de atributos femeninos y masculinos. Claramente, la socialización en el género es muy poderosa, y los desafíos pueden resultar perturbadores.
Identidad de género y sexualidad. Tres teorías. : La identidad del género y los modos de expresión de la sexualidad se desarrollan conjuntamente. Se ha dicho que la masculinidad depende de la representación del apego emocional íntimo hacia la madre, y que de ello deriva la "inexpresividad masculina". A continuación, tres teorías:
a) Teoría de Freud del desarrollo del género
Según Freud, el aprendizaje de las diferencias de género en los bebés y los niños pequeños se centra en la posesión o carencia de pene, lo cual significa un símbolo de masculinidad o feminidad. Freud parece identificar de un modo demasiado directo la identidad de género con la consciencia genital. La teoría parece apoyarse en la noción de que el pene es "por naturaleza" superior a la vagina.
b) Teoría de Chodorow del desarrollo del género
Para él, a diferencia de los niños, las niñas siguen apegadas a la madre, estarán durante más tiempo que el niño apegadas a la madre, tendiendo a crear la sensibilidad y compasión emocional de la mujer. Por el contrario, los niños aprenden a no ser "afeminados". Para él la masculinidad (no la feminidad) es una pérdida porque como resultado de todo lo anterior, los niños pierden la habilidad para relacionarse íntimamente con los demás, reprimiendo su capacidad de comprender sus propios sentimientos: inexpresividad masculina.
  • Género, persona y moralidad: la teoría de Carol Gilligan
  • El lugar que ocupan las mujeres en la vida de los hombres es tradicionalmente el de cuidadoras y compañeras. Pero las cualidades que se desarrollan para estas tareas son a veces infravaloradas por los hombres. La preocupación de las mujeres por las relaciones aparece como una debilidad y no como la fortaleza que a menudo supone.
    Trabajo doméstico asociado a la mujer: Surgió con la separación del hogar y el lugar de consumo más que de producción de bienes. El trabajo doméstico se volvió "invisible" cuando el "trabajo real" empezó a definirse cada vez más como aquel por el que se recibe un salario.
    Rosaldo en su artículo habla de las orientaciones domésticas y orientaciones públicas. Para él, doméstico hace referencia a formas de actividad organizadas dentro de un modo inmediato alrededor de una o varias madres y sus hijos. Con relación a lo público, hace referencia a formas de asociación o actividades que unen, clasifican u organizan determinados grupos de madres e hijos. Esto es el soporte que determina o relaciona a la mujer con la vida doméstica y al hombre con la pública. En el artículo de Rosaldo se podría ver cómo a la mujer se le atribuye el entender mejor los intereses de las familias, y al hombre los intereses de los aspectos más amplios de la familia, como conjunto. Las mujeres no se preocuparían por el interés común, de ahí que a las mujeres las asocien con el egoísmo y al hombre con la solidaridad. La mujer es responsable de la crianza de los hijos, el hombre no. La distancia del hombre con el grupo doméstico le confiere autoridad. Esta distancia permite al hombre controlar y manipular, mientras que para la mujer es mucho más difícil acceder a ella. En algunas zonas árabes las mujeres sólo ven a su esposo cuando le sirve la comida y unas horas cuando están en la cama. En cuanto al status que lograrán, Rosaldo expone que hay sociedades en que la niña debe seguir los pasos de su madre mediante un proceso continuo, mientras que el niño deberá buscar la masculinidad fuera de casa, despreciando el mundo de la madre. Pero lo expuesto por Rosaldo se critica porque las categorías que usaba eran etnocéntricas. A partir de estas críticas se piensa en la importancia de a que si las cosas son variables, pueden cambiar, y que podemos trabajar para conseguirlo. Por otra parte, Landes afirma que la vida de la mujer es un todo desordenado y espontáneo.
    2. PATRIARCADO Y MATRIARCADO
    Patriarcado y producción: Aunque existen notables diferencias en los roles respectivos de las mujeres y los hombres en diferentes culturas, no existe una sola sociedad en la que las mujeres sean más poderosas que los hombres. A esta dominación masculina sobre las mujeres es a lo que se denomina patriarcado, es una forma de organización social en la que el varón ejerce la autoridad en todos los ámbitos, asegurándose la transmisión del poder y la herencia por línea masculina. Al parecer, la sociedad en sus inicios se rigió por el sistema de matriarcado, situación inversa en la que la mujer es cabeza de familia y transmisora del parentesco. La actividad económica de subsistencia dependía en su totalidad del varón. La organización patriarcal se caracteriza fundamentalmente por la existencia de familias numerosas, normalmente basadas en la poligamia, dirigidas por el varón de más edad; la posición secundaria y subordinada de la mujer; la transmisión por línea masculina de bienes materiales y privilegios sociales, o el patrilinaje. Todas las sociedades que se conocen son patriarcales, aunque el grado y el carácter de las desigualdades entre los sexos varían considerablemente no sólo de unas culturas a otras, sino también dentro de la misma cultura. El patrilinaje, en sociología y antropología, sistema de organización social en la que la descendencia se organiza siguiendo sólo la línea masculina y todos los hijos llevan el apellido del padre o pertenecen a su clan. Este sistema suele ir asociado con frecuencia a la transmisión por línea masculina de los bienes materiales y las prerrogativas sociales, como la primogenitura, en virtud de la cual el hijo mayor es el heredero único. La organización social de los antiguos hebreos, era fuertemente patrilineal. El patrilinaje todavía pervive entre los pueblos nómadas actuales, sobre todo en el desierto árabe y en las estepas de Asia central. La organización de la familia y del clan de los antiguos griegos y romanos también era patrilineal, como lo era la organización familiar y social de Europa durante la edad media. En la sociedad occidental moderna subsisten variantes de este sistema arcaico, como la transmisión del apellido paterno y la herencia exclusiva para los varones. Un ejemplo de sociedad patrilineal es la tribu el shabana, la cual está situada en una pequeña ciudad de Irak. Las mujeres de esta tribu no podían mostrarse en público, así se pasaban la vida en patios interiores. Los contrastes entre naturaleza masculina y femenina están determinados culturalmente. En esta sociedad se da una fuerte desigualdad en la producción. La desigualdad entre hombre y mujer fomenta la aparición de vínculos internos en cada uno de los grupos. En la sociedad de los wodaabe, el dominio de los varones en los terrenos económico, político y social apenas deja nada al papel femenino que pueda interesar a los antropólogos. De ahí que haya pocos estudios dedicados a la vida de las mujeres de pueblos dedicados al pastoreo. Se trata de un pastoreo facultativo, que depende fundamentalmente de leche y sus derivados. ¿Por qué el matriarcado es universal de una u otra manera? El papel de las madres y cuidadoras restringe a la mujer a las actividades domésticas, ocupando así el "segundo puesto", quedando por tanto excluidas de las actividades públicas. Para la inmensa mayoría de la población en las sociedades preindustriales, las actividades productivas y las actividades del hogar no estaban separadas, lo que cambió notablemente con el desarrollo de la industria moderna. Se acabó asociando a las mujeres con los valores "domésticos", aunque la idea de que el " lugar de una mujer está en la casa" tenía implicaciones diferentes para las mujeres de los distintos estratos de la sociedad. Hoy, las mujeres trabajadoras están concentradas de un modo aplastante en las ocupaciones peor pagadas y más rutinarias. El que la mujer tenga o no hijos influye en su participación en la fuerza de trabajo remunerada. Hay más mujeres que hombres empleadas en ocupaciones a tiempo parcial. Por el momento no podemos decir hasta qué punto estas extremas desigualdades de género podrán llegar a ser menos acusadas en un futuro próximo.
    ¿ Existen sociedades matriarcales? : Es cierto la existencia de sociedades matrilineales, pero sociedades matriarcales como tal no, ya que el poder siempre ha estado detentado por el hombre. El concepto de matrilinaje, en sociología y antropología, podemos definirlo como un sistema de organización social en el que la descendencia se organiza siguiendo sólo la línea femenina y todos los hijos pertenecen al clan de la madre. Este sistema se asocia a veces con la herencia por línea femenina de los bienes materiales y prerrogativas sociales. El matrilinaje está vigente en numerosas culturas de todo el mundo. Existe, en formas diversas, entre las distintas sociedades tradicionales de Australia, Sumatra, Micronesia, Melanesia y Formosa; en la India se da en Assam y por toda la costa Malabar; en África en muchas regiones; y en Estados Unidos lo practican algunos pueblos indígenas. En las sociedades matrilineales, según la mayoría de los antropólogos, no es la mujer sino sus hermanos quienes sustentan el poder político. Las mujeres suministran la mayor parte del alimento para la familia. Las mujeres son respetadas esencialmente en virtud de su contribución económica y se han asegurado un trato justo y favorable. Del matriarcado, en antropología, podemos decir que es un sistema político en el que la mujer es dominante sobre el hombre. Es sinónimo de ginecocracia. Los dos pasos más definitorios son: residencia matrilocal y descendencia matrilineal (matrilinaje). Otros pasos coadyuvantes son la matrifocalidad y la poliandria, generalmente fraternal. Hasta la publicación de El matriarcado (1861), obra del filósofo suizo Johann Jakob Bachofen, se creía que el patriarcado era un sistema político familiar intrínseco a la humanidad. Desde ese momento comenzaron a estudiarse etnográficamente los innumerables casos de pueblos en los que encontramos este tipo de sistema político. Los wayúu/guajiros y los mapuche/araucanos son sus más notorios ejemplos en América Latina. Respecto a la posición de algunas autoras feministas sobre el matriarcado, tenemos a marxistas como Leacock, De Beauvoir, Gough, Reed, y no marxistas como lo son Davis, Diner o Borun. Leacock define el matriarcado como una sociedad en que las mujeres habían poseído un poder sobre los hombres, pero niega que tal sociedad existiera nunca. Reed defiende la noción de que existieron matriarcados, pero describió por el contrario una sociedad matrilineal. Davis y Diner aceptan la definición de matriarcado como poder de clase y defienden de hecho la existencia del mismo. Diner opina que el largo período de la prehistoria, la forma social básica fue el clan materno, basado en la supremacía de la maternidad. Para Diner, el matriarcado representa el orden social ideal. De Beauvoir afirma que las mujeres nunca poseyeron poder, excepto el concedido por los hombres.
    Jakob Bachofen confundió mito con historia. Según él, el matriarcado o dominio de la madre sobre la familia y el Estado, era una evolución posterior generada por la profunda insatisfacción femenina ante la "sexualidad descontrolada" a que el hombre le había sometido. A favor del matriarcado estuvieron personalidades como McLennan, Morgan, Tylor, Engel y el citado Bachofen. A favor del patriarcado, Westermark, quien demostró con éxito que en las sociedades de descendencia matrilineal el hombre podía dominar tanto en la familia como en la política. De todo esto lo que podemos asegurar es que aunque los matriarcados hayan existido alguna vez, en la actualidad no existen. No se ha revelado entonces, un solo caso indiscutible de matriarcado. Incluso los iroqueses han resultado tener una sociedad matrilineal, aunque constituye la representación más cercana al "estado ginocrático" ideal de Bachofen. A lo sumo se considera actualmente a los iroqueses como un "cuasimatriarcado".
    El mito del matriarcado es sólo un instrumento utilizado para mantener a la mujer en su lugar. Para liberarla es preciso destruir el mito. Finalmente, se admita o no la existencia de un primitivo matriarcado, la controversia, al menos, impulsa a mujeres (y hombres) hacia el futuro, desafiándonos a imaginarnos una sociedad en la que las mujeres deberían ser liberadas, libres y poderosas.
    Un área de dificultad estriba en la definición de poder, autoridad y status. El status secundario de la mujer en la sociedad constituye un hecho particular. Se pueden distinguir tres niveles del problema:
  • El hecho universal de que en todas las sociedades se asigne a la mujer un status de segunda clase. El status de la mujer será inferior en aquellas sociedades en las que exista una fuerte diferenciación entre terrenos de actividad doméstica y pública
  • Las ideologías, simbolizaciones y ordenaciones socioestructurales concretas relativos a la mujer, que tanto varían de una cultura a otra.
  • Los detalles observables sobre el terreno de las actividades, aportaciones, poder, influencia, etc. de las mujeres, que suelen variar de acuerdo con la ideología cultural. En la mayoría de las sociedades la actividad "doméstica" se asocia a la mujer y las "públicas" o "extra-domésticas" al hombre. Todas las sociedades reconocen diferencias entre sexos y actividades asociadas al hombre y a la mujer. Hay sociedades donde las mujeres son reinas, y sociedades en las que siempre deben ceder ante los hombres. Los sistemas culturales han proporcionado más autoridad y estima a los roles de los hombres. En el capítulo de Rosaldo, se establece que las expresiones culturales de la asimetría de los sexos pueden relacionarse con la economía, pero también las encontramos bajo diversas formas en otros tipos de actividades. Mientras que en las comunidades-ghetto judías de la Europa oriental las mujeres tenían una considerable importancia, en el pueblo de los arapesh, se la situaba siempre en la zona relacionada con la ignorancia y se las consideraban como "hijas de su marido". En la tribu merina de Madagascar las mujeres eran culturalmente idiotas, las desprestigiaban inferiores. No ocurría lo mismo entre los iroqueses, los cuales eran los que más se acercaban a la sociedad matriarcal, pero lo que ocurría era que no eran las mujeres las que gobernaban. En todas partes, los hombres tienen autoridad sobre las mujeres. Algunas veces la autoridad del varón puede verse suavizada.
  • Naturaleza y cultura: Las categorías "cultura" y "naturaleza" son categorías conceptuales. La cultura afirma que es superior a la naturaleza, establece un sentido de diferenciación y superioridad basados fundamentalmente en la capacidad de transformar la naturaleza. La cultura reconoce a las mujeres enraizadas en la naturaleza. Podemos decir también que la mujer está próxima a la naturaleza porque procrea, cuida a sus hijos y por su estructura psíquica. La desvalorización universal de las mujeres puede explicarse afirmando que las mujeres son consideradas más próximas a la naturaleza que los hombres, considerándose que los hombres ocupan de forma más inequívoca los niveles superiores de la cultura. Como consecuencia de todo esto, la mujer es considerada en todas partes inferior al hombre. La posición intermedia de la mujer, entre la naturaleza y la cultura, puede tener una mayor ambigüedad simbólica. Mientras que se defina al hombre en términos de sus logros, será el participante "par excellence", el mundo de la cultura será suyo, y las mujeres no pintarán nada en el orden social. El hombre será el responsable de la cultura y la mujer de la naturaleza y del desorden. En muchas sociedades se ven a las mujeres como algo anómalo. En muchas ideologías patrilineales se pueden considerar innecesarias, sin embargo son de importancia vital para le hombre como procreadoras. Por el hecho de ser importantes tienen poder. En África del sur por ejemplo, se consideran peligrosas y por lo tanto temidas, ya que los hombres dependen de las mujeres. Pero, las sociedades más igualitarias serán aquellas en que las esferas públicas y domésticas se diferencien poco (no es el caso de nuestra sociedad actual) donde el centro de la vida social es la casa. A pesar de que esto varía según la sociedad, pocas mujeres han llegado a tener una posición dominante en el mundo del trabajo. Las sociedades que no crean la oposición entre lo masculino y lo femenino y otorgan una importancia positiva a la relación conyugal y al compromiso de los hombres tanto como de las mujeres en la casa, parecen más igualitarias en términos de los roles sexuales. Un ejemplo de sociedad donde hay una cierta igualdad entre lo doméstico y lo público son la sociedad filipina de los ilongots, donde la división del trabajo del trabajo no es estricta, y donde la única actividad que diferencia a hombres y a mujeres es la caza de cabezas. A diferencia de los ilongots está la sociedad norteamericana donde hay una distancia radical entre lo público y lo privado. Por tanto, se afirma la existencia de asimetrías entre las esferas doméstica y pública. Las mujeres parecen oprimidas en tanto que están relegadas a las actividades domésticas, aisladas de otras mujeres. Éstas obtienen el poder cuando son capaces de trascender de los límites domésticos. Las sociedades igualitarias son en las que los hombres valoran y participan en la vida doméstica de la casa. Pero, a pesar de que se intente implantar este tipo de sociedad, nunca las mujeres serán políticamente equivalentes a los hombres. Tendría que cambiarse la propia naturaleza del trabajo, y es difícil pensar en adaptar nuestra sociedad al modelo de los ilongots. Ahora, para finalizar comentaré la situación de la mujer occidental actualmente, lo cual nos permitirá ver que a pesar del tiempo que ha pasado, retomando la época del Hombre Cazador donde la mujer asumía solo el papel doméstico, sigue habiendo esas diferencias tan notables entre hombres y mujeres, así como la desigualdad de oportunidades en el trabajo, condiciones de trabajo, desempleo,...
    3. MOVIMIENTOS FEMINISTAS
    La antropología del género nace en los años setenta, y está muy relacionada con el impulso feminista. Van a ser importantes la reivindicación de las minorías en sociedades occidentales y la de los pueblos indígenas. En esta época cobra importancia en la antropología feminista sobretodo los movimientos feministas que defendían la defensa y expansión de los derechos de la mujer, ya que no se veía bien que las mujeres fuesen invisibles y estuviesen oprimidas. Estos movimientos reivindican derechos de igualdad como el control de la propiedad privada, la igualdad de oportunidades educativas y laborales, el derecho a sufragio, la libertad sexual, igualdad de salarios a trabajo igual, legalización del aborto, análisis profundo sobre violencia, malos tratos en el hogar, discriminación, acoso sexual laboral e implicación legal de nuevas técnicas de reproducción. El movimiento feminista sigue tres líneas de actuación: la exploración de una nueva solidaridad y conciencia, la realización de campañas a favor de temas públicos y el estudio del feminismo analizando teóricamente el movimiento. El feminismo niega la "inevitabilidad" de la superioridad masculina tanto en el ámbito profesional como el personal. El movimiento feminista tiene como idea central que las mujeres sufren una opresión no compartida por el hombre y de la que por lo general, los hombres son los beneficiarios políticos, sociales, emocionales y económicos. La antropología de la mujer se centró en explicar la posible opresión de la mujer con relación al hombre, y después la diversidad de matices y formas en cómo la opresión se daba en distintas sociedades. La antropología de la mujer tiene el énfasis puesto entre hombres y mujeres, como sistemas de la mujer, analizando sistemas de género. Cada sociedad posee unos derechos y obligaciones para las mujeres y en otra unos derechos y obligaciones para los hombres, lo cual es simplemente resultado de la cultura. En los años setenta, los primeros trabajos feministas fueron el resultado de una relectura de textos clásicos antropológicos para ver que se había desatendido completamente la situación de las mujeres. A partir de aquí es cuando se estudia qué piensan las mujeres y qué hacen. Se reestudiaron las sociedades que antes el hombre había estudiado. Un trabajo a destacar es por ejemplo el de Wener, un trabajo sistemático y que trataba de responder a cuestiones de parentesco y relaciones sociales. Los primeros grupos activos organizados para promover los derechos de la mujer datan del período posterior a la Revolución francesa de 1789, a finales del siglo XVII. En París había clubes de mujeres inspirados en los ideales de libertad e igualdad, pero a lo largo del tiempo se disolvieron. En el siglo XIX, el feminismo progresó más en los Estados Unidos que en ningún otro lugar. En una convención antiesclavista que hubo en 1840 en Londres por ejemplo, no se permitió que ninguna mujer participase, lo cual llevó a las mujeres a considerar más directamente las desigualdades de género en sí mismas. Uno de los acontecimientos más importantes en el desarrollo de los movimientos feministas en Europa fue la presentación de una petición firmada por 1500 mujeres, al Parlamento británico en 1866, pero dicha petición fue ignorada. A principios del siglo XX, la influencia mundial del feminismo británico rivalizó con el feminismo de los Estados Unidos. Durante varias décadas después de 1920, los movimientos feministas entraron en decadencia. En parte, la razón fue el logro mismo del derecho a votar, que se alcanzó en la mayoría de los países occidentales por esas fechas (1928, Gran Bretaña). Las mujeres radicales se unieron normalmente a otros movimientos, como los dedicados a combatir el fascismo. En los sesenta, se favoreció la aparición del feminismo. El descenso de la mortalidad infantil, la mayor esperanza de vida y los anticonceptivos liberaron muchas responsabilidades de la mujer relativas al cuidado de los niños. Pero a finales de los años setenta, los movimientos de la mujer volvieron a ocupar un lugar destacado. A partir de entonces y durante un cuarto de siglo el feminismo ha tenido un gran impacto en todo el mundo, incluyendo muchas sociedades del Tercer Mundo. En esta época, en los setenta, surgió la idea de hacer una antropología observando los papeles que las mujeres desempeñaban, una antropología "entrando por la cocina", de gran importancia. Se empieza a trabajar sobre la causa de la opresión de la mujer, porque estaba claro que en toda sociedad las mujeres estaban oprimidas por los hombres. Las mujeres se encuentran en desventaja en la mayoría de las sociedades tradicionales. No tienen acceso al poder, sino tan sólo a las habilidades domésticas. Se critica la inferioridad de las mujeres, pero también la antropología feminista planteó que proponer ese tipo de explicaciones excepcionalmente sobre la naturaleza provocaba la inestabilidad de la situación. El resurgimiento del feminismo comenzó en los Estados Unidos. Recientemente, los movimientos feministas han presionado para obtener la igualdad económica, la legalización del aborto, entre otras cuestiones. En todas las ciencias sociales y en otros muchos campos, las autoras feministas han planteado la necesidad de volver a pensar ciertas nociones y teorías preestablecidas. La mayoría de las investigaciones realizadas en los últimos años sobre los factores históricos y culturales que afectan a la posición de la mujer, y a otras relaciones de género de un modo más general, han sido posibles gracias a la influencia del feminismo actual. Atendiendo al impacto del feminismo, el movimiento feminista ha alcanzado numerosos logros en los últimos treinta años. Sin embargo, en los ochenta se enfrentó a una contrarreacción. Derechistas sostuvieron que las mujeres debían regresar a los valores tradicionales del matrimonio y la familia, alegaron que el feminismo ha llegado a angustiar a algunas mujeres respecto a estos temas. Tales afirmaciones contradicen los resultados de la investigación sobre el tema, ya que por ejemplo, son más frecuentes las tasas de depresión en mujeres casadas que solteras. Susan Faludi (1992) señaló que las críticas del feminismo efectuadas por los derechistas se filtraron en la conciencia pública creando mitos, dándose por sentado que había llegado una situación de "postfeminismo". ¿Hasta qué punto son válidas estas apreciaciones? Los críticos feministas de ideas como las desarrolladas por Faludi y French (sostiene que los hombres de verdad dominan a sus mujeres) aceptan gran parte de sus reclamaciones, pero cuestionan sus interpretaciones. Mientras ven a la mujer como víctima de la ambición masculina de poder, sin embargo hay categorías "hombres" y "mujeres" son muy amplias e incluyen diferentes tipos de actitud y orientación. Hay muchas divisiones raciales y de todo tipo entre las mujeres, y el feminismo difícilmente puede hablar de todas ellas. Rosalind Coward afirma que las mujeres juegan a menudo un papel en su propia opresión.
    4. SITUACIÓN LABORAL DE LA MUJER ENLA ACTUALIDAD
    El género organiza la división del trabajo. Hasta hace unos años el empleo de las mujeres casadas respondía a razones de estricta supervivencia. Por ello cada vez es más excepcional encontrar familias con la presencia de un solo salario aportado por el hombre. Las imágenes femeninas basadas en la domesticidad resultan hoy cada vez más anacrónicas la mayor parte de las mujeres de hoy se concentran en ocupaciones fuertemente feminizadas y son pocas las que acceden a cargos directivos o a categorías profesionales elevadas. Las mujeres pertenecientes a estratos sociales elevados han tenido acceso a los estudios sin ninguna dificultad, surgiendo entre ellas mujeres con una vida profesional muy activa. Las pertenecientes a la clase media presentan una gran heterogeneidad de situaciones. En los grupos sociales más modestos los niveles de estudio suelen ser bajos, por lo que las oportunidades ocupacionales son limitadas y los empleos de escasa cualificación. A pesar de que hay mujeres que llegan a la cúspide social, representan un porcentaje tan pequeño (7,6% en la actualidad) que podemos afirmar que la mayoría de las mujeres no juegan un papel decisivo en la vida social. Además en cuanto al paro, las mujeres presentan unas proporciones de desempleo más elevadas que los hombres. Esta desigualdad difícilmente podrá desaparecer.
    A lo largo de la historia, el movimiento feminista ha conseguido muchos logros. En la mayoría de los países puede votar y ocupar cargos públicos. Ha conseguido nuevos derechos, acceso a la educación y mercado laboral, entre otras muchas cosas.

    http://html.rincondelvago.com/antropologia-del-genero.html
    Agustín García Gómez

    10 de noviembre de 2015

    Género, pobreza y empleo.


    La pobreza continúa siendo un problema grave en América Latina. En 1997, un 44% de la población (algo más de 200 millones de personas) vivía bajo la línea de pobreza, es decir, los ingresos promedio per cápita de sus hogares alcanzaban para un máximo de dos canastas de alimento básicas mensuales (Cepal, 1999). En la región en su conjunto, aunque el número absoluto de pobres ha aumentado, el porcentaje de personas en situación de pobreza ha disminuido desde los inicios de la década (cuando el nivel de pobreza alcanzaba al 48% de la población) como resultado del crecimiento económico y de una expansión del empleo. La desaceleración del crecimiento económico y el aumento del desempleo en los últimos años de la década, probablemente conducirán a un estancamiento de esa tendencia o a un empeoramiento de la pobreza en varios países.
    El abordaje del tema de la pobreza es complejo. Existen diferentes enfoques sobre las dimensiones que constituyen este fenómeno. Se reconoce que hay un núcleo de privaciones absolutas, que no son relativizables ni sujetas a comparaciones, cuyos requerimientos son universales y cuya medida es la integridad física y psicológica de la persona. Se trata de necesidades que todos, por compartir la calidad de seres humanos, tienen el derecho a satisfacer, subrayando la idea de la dignidad humana vinculada a necesidades universales y a la universalidad de los derechos que la garantizan. La satisfacción de estas necesidades constituye un derecho y una meta ineludible para todas las personas que componen una sociedad, sin excepción de ningún tipo. Sin embargo, las necesidades humanas evidentemente van más allá del sostenimiento de las condiciones indispensables para vivir, y están estructuradas a partir del elenco de valores que, en cada cultura, se identifica como una necesidad. El concepto de "necesidades básicas"-que define el umbral de lo que cada sociedad considera una vida digna- está por lo tanto definido socialmente y varía en diferentes contextos geográficos e históricos.
    La mayoría de las sociedades no garantiza una vida digna a todos sus habitantes. Ni siquiera las necesidades absolutas, cuyos requerimientos son universales -como alimentarse- son garantizadas para todos, ya que la desigual distribución de los recursos -económicos, sociales, culturales- impide que así sea. La desigual distribución del ingreso en América Latina es un rasgo estructural, que tiende a empeorar en situaciones de crisis económica y se resiste a mejorar en períodos de crecimiento. El análisis de la evolución de la concentración de ingresos entre 1994 y 1997 en 12 países, mostró que en 7 ésta empeoró, en 1 se mantuvo y solo en 4 mejoró (Cepal, 1999). Las desigualdades de género, por su parte, aun cuando han tendido a disminuir en los últimos años en algunos aspectos, son todavía un sello en la región. De acuerdo al índice de desarrollo relativo al género (IDG) elaborado por el PNUD, que intenta captar el avance de la mujer mediante el mismo conjunto de capacidades básicas del Indice de Desarrollo Humano (IDH) -esperanza de vida, logro educacional e ingreso-, pero distinguiendo la situación de hombres y mujeres, la mayoría de los países de la región resultan clasificados en lugares bajos del ranking mundial. El Indice de Potenciación de Género (IPG), por su parte, que mide la desigualdad de género en esferas claves de la participación económica y política y la adopción de decisiones, muestra una clasificación aun más baja (PNUD, 1999).
    Las desigualdades de género inciden en la pobreza de las mujeres y en su acceso desigual al poder y los recursos. La feminización de la pobreza es un concepto que da cuenta de la incapacidad de satisfacer las necesidades básicas de grandes contingentes de mujeres, y la inequidad en la distribución de los beneficios socioeconómicos entre los sexos. En este sentido, el concepto implica no solo la existencia de una mayor cantidad de mujeres pobres a nivel mundial y al interior de los países, sino que también constituye una hipótesis acerca de la futura composición de la cohorte de los pobres y la representación relativa de los dos géneros dentro de ella.

    El "orden de género" y la pobreza de las mujeres
    La división sexual del trabajo es una de las bases del orden de género (1). Esta no solo se expresa en la división del trabajo concreto entre hombres y mujeres -productivo y reproductivo- sino también en las normas que regulan sus trabajos, las representaciones de lo femenino y lo masculino, el reconocimiento social y el poder para expresar sus opiniones y desarrollar sus proyectos personales y colectivos. Incide también en la identidad de los géneros, es decir en las pautas socialmente esperadas de las conductas, valores y expectativas de las personas según su sexo, y que son asumidas como naturales. La división del trabajo por sexos está asociada a la pobreza de las mujeres, por las menores oportunidades de éstas para acceder a los recursos materiales y sociales y a la toma de decisiones en materias que afectan su vida y el funcionamiento de la sociedad (Bravo, 1998).
    La responsabilidad que se asigna a las mujeres de la mayor parte del trabajo doméstico y el cuidado de la familia genera desigualdad de oportunidades en el acceso a los recursos económicos, culturales, sociales y políticos. A su vez, el trabajo reproductivo de la mujer no tiene valor económico en nuestra sociedad -no se transa en el mercado- por lo que es menos apreciado que el papel económico del hombre, que es medible y más visible. Eso significa que las mujeres dedican una gran cantidad de horas al día a un trabajo que no es remunerado, (quehaceres del hogar, crianza de los niños y ancianos, cuidado de la salud,.etc.). Para amplios sectores de la población, esto impone restricciones a la participación de la mujer en condiciones de igualdad en el mundo público y genera una dependencia económica de la mujer con respecto al hombre.
    La función biológica de la procreación (propia de la mujer) se proyecta así en una función social del cuidado de los miembros de la familia. Así, se tiende a considerar a las mujeres como responsables únicas de la crianza de los hijos, el cuidado de los enfermos y los ancianos.
    Por otro lado, las mujeres tienen menor acceso a los recursos productivos: la propiedad de la tierra y de las empresas, el capital productivo, el crédito. Esto constituye un círculo vicioso que las mantiene alejadas de la riqueza y el poder económico. Ellas enfrentan menores oportunidades para desarrollar su capital humano, ya que el sistema educativo y de formación profesional tiende a reproducir las pautas tradicionales sobre las relaciones e identidades de género, en que lo femenino es menos valorado socialmente.
    Las mujeres, especialmente las pobres, tienen mayores dificultades para acceder al trabajo remunerado, por las barreras que le imponen sus tareas domésticas, su falta de preparación e información o por pautas culturales que desincentivan el trabajo femenino. Además, enfrentan de parte de los empleadores imágenes estereotipadas y conductas discriminatorias que limitan sus opciones.
    El menor acceso a la toma de decisiones y la baja presencia de las mujeres en los organismos que inciden en los diversos aspectos de su vida también se expresa en la exclusión de sus intereses específicos de género de las agendas políticas, económicas y gremiales. Por ejemplo, la pobreza es usualmente percibida como "neutra" en términos de género, y, por lo tanto, las políticas de combate a la pobreza tienden muchas veces a reproducir las desigualdades de género.

    Factores por los cuales las mujeres caen y permanecen en la pobreza
    La pobreza afecta de manera diferente a hombres y mujeres. Aun cuando hay procesos comunes en la pobreza de hombres y mujeres, en otros existe un claro sesgo de género. Las mujeres presentan mayor vulnerabilidad para caer y permanecer en la pobreza. A diferencia de la dinámica de la pobreza masculina, relacionada básicamente con el trabajo, la pobreza femenina se vincula también de manera importante a la vida familiar. La falta de autonomía en la capacidad de generación de ingresos de las mujeres las vuelve especialmente vulnerables, particularmente en determinadas etapas de su ciclo vital, tales como embarazo, lactancia, cuidado de niños pequeños y vejez.
    La dinámica de la pobreza femenina se relaciona medularmente con las dificultades que impone la vida familiar al trabajo de las mujeres. Muchas mujeres caen en la pobreza a consecuencia de una separación o un divorcio, luego del nacimiento de un hijo que las obliga a restringir sus actividades laborales, después del accidente o minusvalidez de otro familiar y de las muchas otras contingencias que pueden ocurrir en el ámbito domestico. Reparar la situación y volver a la condición anterior de no-pobreza, en el caso de las mujeres, es más difícil que en el de los hombres, ya que depende de una serie de restricciones y limitaciones adicionales, debido al peso de los condicionantes familiares. Por esta razón, la pobreza femenina tiende, además, a perdurar más tiempo.
    Los factores ligados a la estructura y composición del hogar, presencia de niños y ancianos, ciclo de vida de la familia y estructura etárea adquieren una relevancia especial para las posibilidades de la mujer pobre de emprender una actividad económica.
    El aumento de hogares con jefatura femenina es otro fenómeno asociado a la pobreza femenina. Este fenómeno tiene su origen en ciertos cambios demográficos, tales como las migraciones temporales o definitivas de los hombres, la viudez femenina, el embarazo adolescente, el aumento de la maternidad en soltería, las separaciones y divorcios. Se menciona entre sus causas el debilitamiento de las relaciones familiares que regulaban las transferencias de ingreso de los hombres hacia sus esposas e hijos y las consecuencias sociales de la crisis económica y los programas de ajuste (Acosta, 1997). Los hogares con jefatura femenina se concentran en etapas avanzadas del ciclo familiar, presentan una mayor proporción de familias extendidas, son de menor tamaño y presentan mayor riesgo de ser pobres. Su mayor vulnerabilidad a la pobreza se deriva del carácter de sostén económico único o principal de la mujer. Las mujeres que los encabezan tienen ingresos menores, deben asumir las responsabilidades económicas sin dejar las domésticas y en una alta proporción no cuentan con aportes del padre ausente. Una situación similar es la que viven las jóvenes madres adolescentes, incluso cuando permenecen junto al hogar de origen, ya que interrumpen sus estudios y proyectos de vida frente a esta nueva responsabilidad, aumentando así las probabilidades de transmisión intergeneracional de la pobreza.

    El aporte de la mujer a la superación de la pobreza
    Las mujeres tienen una inserción laboral más baja que los hombres, tanto por las restricciones que le imponen sus responsabilidades reproductivas como por las barreras socio-culturales que enfrentan en el mercado de trabajo. Además, la tasa de participación laboral de la mujer está asociada al nivel socioeconómico del hogar, y las mujeres pobres tienen tasas de actividad sensiblemente menores que las mujeres pertenecientes a hogares no pobres.
    Hay circunstancias que dificultan el desempeño laboral de las mujeres pertenecientes a hogares con menores niveles de ingreso: menor nivel de educación, mayor número de hijos, menores posibilidades de contar con servicios de apoyo al trabajo doméstico y un ambiente valórico menos favorable al trabajo remunerado de la mujer, entre otros elementos (2). Tienen, además, mayores limitaciones en el acceso a recursos productivos y crédito, se concentran en ocupaciones más desprotegidas y con menor nivel de organización social, por lo que tienen menos posibilidades de hacer valer sus derechos. A esto se agrega la falta de servicios públicos y privados para el apoyo a responsabilidades familiares (Marinakis, 1999). A pesar de estas dificultades para insertarse y permanecer en el mercado de trabajo, la tasa de participación laboral de las mujeres pertenecientes al estrato de ingresos más bajo está creciendo a una mayor velocidad que el resto, tal como se observa en el Cuadro 1, sección A de este capítulo.
    La importancia del ingreso de la mujer en el bienestar familiar es innegable y la mayor tasa de participación femenina ha sido un importante factor de reducción de pobreza. Ha tenido también un efecto clave en el bienestar de los miembros del hogar, ya que de acuerdo a diversos estudios, la mujer tiende a destinar sus ingresos a su familia en mayor proporción que a otros gastos.

    Los diversos efectos del incremento de la participación laboral de la mujer
    Reconociendo la importancia del ingreso de la mujer en el bienestar de la familia, especialmente de las familias pobres, es necesario también observar los efectos del trabajo femenino en la condición de la mujer, es decir, la forma en que la actividad económica femenina puede modificar o refuerzar la desigualdad y pobreza relacionadas con el género.
    Los efectos de la creciente incorporación laboral de las mujeres son complejos y múltiples. Desde un punto de vista subjetivo, las mujeres valoran trabajar. Un estudio realizado en Chile a una muestra de mujeres trabajadoras, mostró que menos del 20% quisiera dedicarse "solamente a la casa" si tuviera el problema económico resuelto. No es sólo el ingreso lo que lleva a las mujeres a trabajar, sino también la posibilidad de independencia y diversificación de las relaciones sociales (Henríquez, 1993). Al mismo tiempo, la mayor capacidad de las mujeres de generar y controlar sus propios ingresos, aumenta su autonomía y empoderamiento. Pero dado que el incremento en la participación laboral de la mujer no ha sido acompañado de una redistribución de las actividades reproductivas, ha quedado con menos tiempo libre, y esto no ha sido medido ni se ha evaluado su impacto en su calidad de vida.
    Eso significa que los resultados de la creciente participación laboral de la mujer en su bienestar dependen en buena medida de las condiciones en los cuales ejerce el trabajo remunerado y no remunerado, asi como de las instituciones del mercado de trabajo y las normas laborales. Dado que las mujeres se están incorporando en momentos de redefinición de la organización del trabajo y las relaciones laborales, algunas pueden mejorar su situación pero otras no, por lo que las brechas de género deben ser cuidadosamente monitoreadas.

    Conclusiones
    La división sexual del trabajo es un determinante fundamental en la pobreza de la mujer, ya que, a partir de este ordenamiento social, las mujeres tienen un menor acceso a los recursos (incluyendo el empleo) y sus tareas y atributos son menos valorados. La capacidad de la mujer de desarrollar un proyecto económico autónomo es un requisito indispensable para la superación de la pobreza. Pero no basta con ampliar el acceso de las mujeres al empleo para resolver su situación de pobreza, ya que es necesario reinterpretar socialmente los elementos simbólicos que atribuyen un significado inferior a las tareas femeninas y al trabajo realizado por las mujeres.
    Las mujeres enfrentan además, por su condición de género, barreras socio-culturales para ingresar y permanecer en el mercado de trabajo en igualdad de oportunidades. Entre los factores ligados a la demanda con mayor impacto en su capacidad de generación de ingresos y por lo tanto en la posibilidad de reducir la pobreza de las mujeres, están la segregación ocupacional (que limita el rango y tipo de ocupaciones disponibles para ellas) y la discriminación salarial. Se ha calculado que, en América Latina, las mujeres necesitan en promedio 4 años de estudio adicionales, para obtener el mismo ingreso promedio que los hombres (Arriagada, 1998).
    Las mujeres pertenecientes a hogares pobres enfrentan mayores dificultades y alternativas menos atractivas para insertarse laboralmente, en comparación con las mujeres de estratos socioeconómicos más altos. El aporte de sus ingresos a la superación de la pobreza y el bienestar de su familia es sin embargo crucial, y ayuda a explicar una importante proporción de la reducción de la pobreza, en los países en que esto ha ocurrido.
    La incorporación de la mujer pobre a la fuerza de trabajo trae beneficios para ella y su familia, pero también mayores demandas de tiempo, que deben ser considerados en el diseño de las políticas sociales.

    http://www.ilo.org/public