18 de julio de 2015

Las niñas que se visten como niños para poder sobrevivir en las calles de El Cairo.



Cualquiera que haya paseado por las calles de El Cairo y se haya alejado un poco de los principales centros turísticos verá una realidad ignorada por la gran mayoría de la población egipcia, pero que choca al turista ocasional o al recién llegado a la ciudad. La enorme cantidad de niños que viven de forma miserable en la calle y que se dedican a todo tipo de empleos precarios, desde vender pañuelos en un semáforo hasta a conducir pequeños toc toc (motos de tres ruedas que sirven también como improvisados taxis), con tal de ganarse unas pocas monedas con las que salir adelante. La mendicidad, por supuesto, también es otra de las fórmulas elegidas.
La lucha por la supervivencia es diaria y estos niños tienen que aprender desde una tempranísima edad a valerse por sí mismos, a afrontar la realidad que les toca vivir en un ambiente hostil en el que no cuentan para nada. Por eso cada cual se busca sus tácticas para convivir en la selva del asfalto que es Cairo. Y hay un fenómeno que se produce habitualmente que es el de las niñas que se disfrazan de chicos, un detalle que puede parecer sin importancia, pero que en esta ciudad es vital.
Los niños tienen más facilidad para acceder a los precarios empleos, suelen ser más respetados en calles y callejones y los riesgos de sufrir maltrato o acoso sexual se reducen. Esta elección es mera cuestión de utilidad en un ambiente hostil, donde los adultos de las calles abusan de los más jóvenes y los jóvenes de más edad abusan de los de menor edad. Para esta gente que, en muchas ocasiones, se ha criado sin un hogar desde antes de los 10 años cualquier idea que facilite un poco su vida va a ser aplicada inmediatamente.
Es difícil estimar el número de niños que están en esta situación. Los datos oficiales del Gobierno hablan de unos 16.000, mientras que Unicef eleva la cifra hasta los 600.000. ¿La realidad? Nadie puede saberla porque muchos de ellos han nacido fuera del sistema, gente que no está registrada en ningún sitio, que literalmente no existe aunque ocupe un diminuto lugar en esa enorme urbe que es Cairo.
The Guardian cuenta el caso de Ahmed y Manal, un chico y una chica que en realidad son la misma persona. Manal, que ahora tiene 23 años, decidió afeitarse la cabeza y vestir como un niño a los 10 años, 2 después de haberse quedado en la calle. Buscaba la libertad que sí tienen ellos y que a ellas les cuesta más conseguir. Pronto empezaron a llamarla Ahmed y el parecido entre estas dos identidades es pura utopía. Ya es madre de tres niños, todos ellos nacidos en la calle y que probablemente nunca nadie sabrá de su existencia.
Solo tres bocas más que desde tempranísima edad deberán encontrar la forma de seguir alimentándose y luchando por seguir. Y es que en las calles de El Cairo cada día es un nuevo desafío. El futuro solo llega hasta el día siguiente.


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