19 de abril de 2017

El oficio de sirvienta.

Últimamente defensores de derechos humanos nos llaman asistentes domésticas, para aminorar el golpe, pero a las cosas por su nombre: somos sirvientas, nuestro oficio es servir.
Partiendo de ahí, podemos desmenuzar la gama de abusos que vivimos quienes trabajamos en el servicio doméstico y en mantenimiento. No importa el país, la realidad de los sirvientes es la misma en todos lados. No nos vamos a dar baños de pureza y a señalar a Estados Unidos como el causante de todos nuestros males. En India, existen las castas, en Latinoamérica las mentes colonizadas, y así vamos por país y continente, cada uno con sus propios males.
No se trata del color, de la nacionalidad, ni del idioma, se trata de quién tiene el poder y quien tiene el poder abusa y discrimina, con propios y extraños. El oficio de niñera y empleada doméstica es el mismo, solo varía el nombre: en ambos el trabajo es servir. Y digo servir con todo el peso de la palabra: de día y de noche. Cuando los niños están en la escuela o en clases particulares, las niñeras nos encargamos de limpiar la casa, los cuartos de juego, cocinar, lavar la ropa: el oficio doméstico. El de la empleada doméstica es igual y ambas son tratadas como muebles viejos. Porque una limpia pañales sucios y la otra baños sucios: ambas trabajan entre la mierda.
Las niñeras somos las mamás emergentes, estamos ahí todo el tiempo porque las mamás están en sus clases de yoga, tomando el té con amigas o viajando por el mundo. Algunas, contadas, son las que trabajan. Entonces las niñeras sin querer, como consecuencia de nuestro trabajo, damos abrazos, entendemos emociones, cuidamos enfermedades, contamos cuentos y nos desvelamos y damos apoyo moral a niños que aprendemos a querer como propios y, que en el futuro cuando se den cuenta de nuestro papel en su casa y en la sociedad, nos tratarán como los muebles viejos desechables. Porque es el patrón, porque son parte del círculo de la cultura del capital.
Las sirvientas conocemos la intimidad de las familias, hasta de lo que no quieren que nadie se entere, conocemos temperamentos, vicios, miedos, jactancias, vacíos y pretensiones. Porque estamos ahí todo el tiempo, invisibles, muebles viejos que se mueven de un lugar a otro para que no estorben. Trabajamos en silencio, a manera de pasar desapercibidas porque, ¿qué tiene qué contar una sirvienta? ¿En qué forma puede una sirvienta interactuar con sus empleadores? Máximo cuando ellos tienen cuna de oro, y pergaminos y se codean con la crema y nata de la sociedad. De ninguna, la sirvienta no siente, no piensa, no tiene emociones, está ahí para servir, jamás es vista como persona, no existe como ser humano.
Las sirvientas no nos cansamos, nunca tenemos derecho a enfermarnos, a estar deprimidas, a anhelar, a extrañar, no tenemos derecho tampoco a los beneficios laborales, las vacaciones son para otros no para nosotras. No tenemos derecho a las emergencias porque entonces, ¿quién va a limpiar los cuartos, a lavar los platos, a planchar la camisa del patrón, a hacer el desayuno y a trapear? ¿Quién irá por el correo, por el pan y al supermercado? ¿Quién le cuidará la fiebre a los niños? ¿Quién limpiará el vómito del señor que llegó borracho en la madrugada?
Y si a pesar del abuso todo sobrepasa los extremos inconcebibles, las empleadas domésticas también somos abusadas sexualmente por el empleador, hijos de los empleadores, amigos de los empleadores y bajo la tutela de la empleadora que hace que no ve. Porque al fin y al cabo los hombres son así, sedientos de placer todo el tiempo y mejor que se cojan a la sirvienta que a una trabajadora sexual que les puede pegar enfermedades… Y en la mayoría de los casos esa empleada doméstica es una niña que no pasa de los 12 años.
Las empleadas domésticas no tenemos derecho a los dolores menstruales, porque somos máquinas, y tampoco a angustiarnos cuando nuestros hijos están enfermos en casa o en la guardería donde los dejamos para ir a trabajar. No tenemos derecho a añorar a nuestros padres y hermanos que dejamos en el pueblo cuando nos fuimos a la capital o emigramos a otro país. Tenemos la obligación de estar íntegras para servir a nuestros empleadores, vivimos por ellos y para ellos, nuestras vidas no existen, no tienen derecho a existir. Tampoco los cumpleaños, ni las navidades, ni los días festivos, nosotras estamos de planta todos los días del año, a todas horas.
Las empleadas domésticas, guardamos secretos íntimos que cualquier amigo de nuestros empleadores daría el brazo derecho por saber. Nunca nos dicen gracias por nuestra ética, ¿qué puede conocer de ética una limpia baños? ¿Qué puede saber de pintura, arte, lectura, de vinos, de quesos finos y comidas gourmet? Una cosa es que las cocinemos y sirvamos y otra interactuar.
¿Qué puede saber una sirvienta de ropa de marca, lociones caras y teléfonos inteligentes? Tal vez nada, pero es la que cuida los más preciado de los empleadores: sus hijos. A una sirvienta jamás le darían sus automóviles para ir al supermercado o a la farmacia, pero sí les confían a sus hijos todo el día y les dan las llaves de su casa. Un automóvil se lo pueden rayar, ensuciar y chocar, pero qué valor tienen sus hijos para que los dejen con una completa extraña que no sabe ni el idioma, ni marcar a un número de emergencia y además indocumentada si se trata de una migrante. ¿Cómo pueden confiar sus hijos a una ignorante carente de conocimientos básicos para sobrevivir en la sociedad del ego y el oportunismo?
Jamás le prestarían su carro de último modelo pero permiten que sea la que cocine y limpie sus habitaciones y lleve los niños a la escuela. Que encuentre los dildos tirados en el suelo o entre las sábanas y los lave y coloque en las gavetas donde se guardan. Intimidades que solo conocemos las empleadas domésticas. Y no tenemos derecho a encariñarnos porque los muebles no sienten, esos niños no son nuestros, un día crecerán y nos lo recordarán con una patada en el trasero y con un despido sin aviso, de una día a otro. Como si de un día a otro uno pudiera olvidar los recuerdos, cortar de tajo el afecto y asimilar que uno solo fue un mueble viejo al que le llegó el tiempo de terminar en el basurero.
¿Qué descanso necesitará una paria que trabaja como mula? Ninguno porque para eso nació, generacionalmente para eso nació, para cargar como mula.
Por eso se extrañan tanto cuando una empleada doméstica rompe el círculo y extiende las alas y vuela. Con sacrificio estudia y se convierte en una profesional, se sumerge al mundo de las artes, se convierte en negociante y empresaria, o regresa a los campos de donde salió, para hacerlos florecer. Pero por cada sirvienta que logra salir del averno, hay miles que se secan y mueren lentamente en el abuso y la exclusión. Y todas tienen un nombre propio, familias, raíz, identidad, sueños. Y todas sienten en lo más profundo de su ser y tienen pasiones y aman y crean, porque son seres humanos.
¿Alguno de ustedes, queridos lectores, alguna vez ha conversado con una empleada doméstica, viéndola a los ojos y la ha tratado de igual a igual? ¿Alguna vez se ha puesto en sus zapatos y se ha preguntado qué sería de su vida si le hubiera tocado trabajar en el servicio doméstico? ¿Qué cambiaría de ser así? ¿Por qué no lo cambia para los otros? Y no hablemos de agallas, hablemos de humanidad y humildad.

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