10 de diciembre de 2015

Los movimientos feministas y de mujeres como fuerza democratizadora.


América Latina abrazó la modernidad desde la independencia, pero su desarrollo estuvo
moldeado por la experiencia colonial, la historia política de democracias inestables y la sucesión
de dictaduras militares. El desarrollo de la modernidad en la región, también se hizo a expensas
de otras culturas y civilizaciones, a las que subordinaron. Frente a las luchas de las fuerzas
democráticas, los sectores dominantes desplegaron incansables estrategias por mantener la
dominación, la desigualdad, el privilegio y la exclusión e incluso, asumieron discursivamente el
imaginario moderno para justificar sus privilegios y sistemas de servidumbre.
A pesar de la heterogeneidad de los países y de las diferencias sociales y culturales existentes,
hay elementos comunes que han incidido en la vida diaria de la ciudadanía: una matriz históricocultural occidental y cristiana, con mandatos sobre lo permitido y lo prohibido a las mujeres; una  institucionalidad política precaria, con élites discriminadoras y excluyentes; y Estados patriarcales y populistas, con tendencias paternalistas y clientelares en su relación con las mujeres (sobre todo con aquellas en situación de pobreza). Hay que agregar para algunos países de Centroamérica y del área andina, una mayor densidad étnica y una herencia colonial.
La región latinoamericana, a lo largo de su historia y como producto de diversos procesos
sociopolíticos, fue experimentando transformaciones a la par de los avances en los ámbitos de
industrialización y urbanización. El aparato del Estado creció, con la consecuente extensión de los
servicios de salud y de educación, así como de la ampliación de la infraestructura y el transporte. La
textura de la sociedad se volvió más heterogénea con los desplazamientos internos del campo a la
ciudad y la emergencia de sectores medios, de nuevas formas de consumo y de otros patrones de
movilidad. Al mismo tiempo, gracias a la transformación de los patrones de fecundidad, el ingreso de
las mujeres a la educación y al trabajo, debilitó el modelo de familia jerárquica y patriarcal.
 Todas estas transformaciones favorecieron los procesos de individuación de las personas y en forma especial,de las mujeres; ciertos sectores de ellas, debido a su ingreso a la educación y el mercado laboral,tuvieron más recursos para definir su vida y participar en las esferas política y social, trascendiendo los vínculos sociales o geográficos tradicionales que les ataban a su entorno inmediato.
La segunda ola del movimiento feminista, madura en la región en períodos de crisis política y
de dictaduras. Las movilizaciones de las agrupaciones feministas tuvieron lugar en escenarios
caracterizados por la aceleración de transformaciones societales y/o por la presencia de situaciones
de crisis, que se expresaban -entre otras dimensiones- en la emergencia de nuevos actores sociales
o en alianzas políticas que presionaban por cambios en la institucionalidad vigente. La segunda ola
del movimiento feminista no sólo impugnó la exclusión de las mujeres de los espacios públicos,
como lo hicieran las sufragistas. Hizo también visible el carácter socialmente construido de las
identidades y de los roles femeninos y masculinos, identificando los mecanismos de distribución
desigual del poder y de oportunidades entre hombres y mujeres, refutando las lógicas culturales
e institucionales que separan lo público de lo privado o la producción de la reproducción, y los
principios jerárquicos que organizan la vida privada.
El trabajo, la familia, las normativas de la sexualidad y de la reproducción, las estructuras de
representación política, de los derechos económicos y de las libertades civiles, son algunas de
las más importantes instituciones de la vida social de nuestro tiempo que han sido blanco de las
críticas feministas. Éstas han destacado la naturaleza política de la familia y de la intimidad,
 así como la necesidad imperativa de justicia en la vida personal, cuestionando de esa manera la forma en que han sido interpretados los derechos a la intimidad y a la privacidad: reconocidos sólo a los hombres jefes de familia, otorgándoles un control sin límite sobre quienes son integrantes de su
círculo privado y haciendo abstracción del derecho a la privacidad y la intimidad de quienes son
subordinados. Las feministas reivindican la intimidad en la familia -en condiciones de igualdad de
derechos y de poder entre sus integrantes-, no la intimidad de la familia, en condiciones en que el
único miembro que detenta poder y derechos es el adulto varón, jefe de la misma.
El feminismo ha desarrollado nuevos marcos conceptuales, jurídicos y políticos para pensar el
mundo público, al cuestionar las convenciones que han naturalizado el poder jerárquico y al
señalar que el poder político, puede y debe ser ejercido también en el ámbito de las relaciones
familiares y de la intimidad, con la participación de todos sus integrantes. Las feministas han
argumentado contra la rigidez con que se definen e interpretan los límites que separan lo
privado y público, ofreciendo reinterpretaciones sobre la interrelación entre ambas esferas.
Sostienen que es imposible discutir el dominio público y el dominio doméstico, aisladamente,
sin referencia a sus estructuras y prácticas, a la división del trabajo y a la distribución del poder.
La persistencia de la dicotomía privado-público no puede ser explicada sin tomar en cuenta los
elementos de la esfera no doméstica, tales como: la segregación y la discriminación sexual en el
mundo del trabajo asalariado; la escasa presencia de mujeres en cargos políticos; y la tenacidad
del postulado estructural que afirma que trabajadores de servicios públicos no son responsables
de la educación de niñas y niños. Los roles domésticos de las mujeres tienen que ver y se
sustentan, en la desigualdad que enfrentan; y en los aspectos psicológicos de su subordinación,
afirmada en la socialización recibida en una familia estructurada con base en roles de género
diferenciados y desiguales (al igual que otras instituciones sociales).
En el ámbito de los derechos humanos, el movimiento feminista ha subrayado su naturaleza
social, no solo individual. Junto a la defensa de derechos colectivos de las mujeres, ha enarbolado
el respeto a los derechos a la privacidad y a la autonomía decisoria en la vida privada y pública,
que aseguren las condiciones constitutivas mínimas necesarias para tener una identidad propia,
participar de la vida social y política, buscar la autorrealización y, por ende, gozar de dignidad
humana. Para el feminismo y los movimientos de mujeres en defensa de los derechos humanos,
los derechos –civiles, políticos, económicos, sociales, culturales, sexuales y reproductivos-
han sidoreconocidos a las mujeres como resultado de amplios movimientos nacionales y trasnacionales;esta lucha perdería sentido, si no se aseguran las condiciones de posibilidad mediante las cualesesos derechos pueden ponerse en práctica.
Esas condiciones constituyen derechos sociales e incluyen el bienestar social, la seguridad personal y la libertad política (Correa y Petchnesk,, razón por la cual se ha buscado transferir el mayor peso de las obligaciones, de los individuos a las instancias públicas y al Estado.
En conclusión, los movimientos feministas se han constituido en importantes fuerzasdemocratizadoras y modernizadoras desde abajo (Wagner, 1997)43, introduciendo nuevos discursosy reglas sociales, así como contribuyendo al tránsito hacia una nueva fase de la modernidad en la quese profundicen los procesos de individuación y se erosionen las convenciones sociales, culturales einstitucionales que han excluido a las mujeres de la vida pública.

http://www.oas.org/en/CIM/docs/CiudadaniaMujeresDemocracia-Web.pdf