19 de agosto de 2015

El género: un mar de fondo.



¿Por qué mar de fondo?
Desde que recuerdo he sentido una atracción profunda por el mar. Cuando era niña, vivía expectante de encontrarlo en todas partes: en los cuentos, en las historias de mi abuela y de mis padres, en el sonido de los caracoles con los que mis tías adornaban las mesitas de centro y, por supuesto, en la vida real. Esto último no sucedía a menudo, porque para la mayoría de las personas que vivimos alejadas del mar, es un privilegio poder acercarnos a él y pasar unos días escuchando las olas y observando la fuerza de esa enorme masa en movimiento.
El mar se mueve todo el tiempo, aunque la fuerza de las olas, su altura y el nivel de las mareas, no son siempre iguales. El mar de fondo, también llamado mar de leva o mar tendida, se refiere al oleaje que se propaga fuera de la zona donde se ha generado y que puede llegar a lugares muy alejados de manera repentina. El continuo movimiento del mar, su inmensidad, su fuerza, la dificultad de contenerlo o intervenirlo, me permiten hacer una analogía con el género. Además, ambos tienen una gran influencia en la vida de las personas, muchas veces, sin que éstas se den cuenta de ello.
La idea del mar de fondo, me hace pensar en las consecuencias que tiene el género en aspectos de nuestra vida que en principio parecieran no estar relacionados. El género se naturaliza a tal grado, que no tenemos idea de cuándo, dónde y cómo se gestó, y la mayor parte del tiempo lo perdemos de vista, aunque sea un elemento definitorio de nuestras identidades y de nuestras vidas. Al igual que el mar de fondo, a veces el género parece no estar presente y, de pronto, se manifiesta con una fuerza avasalladora que se hace observable en campos de la vida cotidiana de las personas como la sexualidad, el erotismo, el arte, la comunicación, el desarrollo de la tecnología, la salud y el trabajo, entre muchos otros.

El género y sus vaivenes
Con frecuencia el género es entendido como un atributo de los individuos, como algo que tenemos desde que nacemos, o inclusive antes, cuando nos formamos en el vientre materno.
Es visto como algo natural que poco tiene que ver con la sociedad de la que formamos parte a lo largo de nuestras vidas. Desde esta visión, nacemos mujeres u hombres, tenemos órganos sexuales de hembra o de macho, y eso, al igual que el color de la piel, de los ojos o de la forma de nuestro cuerpo, se percibe como un hecho natural, definitivo y universal, y por lo tanto, incuestionable.
Para otras personas el género está siempre, y únicamente, asociado a las mujeres. Desde esta visión los estudios de género son aquellos que se centran en lo que atañe a las mujeres. Del mismo modo, la perspectiva de género, que se aplica muchas veces a rajatabla en programas institucionales o discursos políticos, se refiere a la consideración de las mujeres y «nuestros asuntos», en las agendas de diversas instituciones.
En ninguna de las formas anteriores se piensa el género como relacional, es decir, que involucre las relaciones entre personas. En este espacio pensamos el género como una de las tantas formas en que las sociedades se organizan. Las sociedades inventan y ponen en acción clasificaciones con base en ciertos atributos de las personas y las jerarquizan. De esta manera, el género es un orden o un sistema clasificatorio que se basa en las diferencias de los cuerpos de las personas en relación con su capacidad reproductiva (Connell, 1987). No importa si dicha persona en verdad se reproduce o no, basta con que tenga ciertos atributos físicos que coinciden con las clasificaciones establecidas: hembra-macho, mujer-hombre. A partir de esta primera clasificación, se van agregando otros atributos, como la fuerza física y el valor en los hombres, y la sensibilidad y la belleza en las mujeres, de esta manera se van construyendo una serie de roles y expectativas que se naturalizan en este proceso de clasificación y jerarquización de las personas, las identidades y las representaciones (Scott, 2008).
Todo este proceso da lugar a la invención y operación de normas e instituciones sociales que intentan mantener este orden social que, desafortunadamente, no ha sido pensado como una organización igualitaria, o que mínimamente tienda hacia la igualdad de condiciones para la vida de los miembros de un grupo social. Es más bien un sistema dicotómico; es decir, plantea la existencia de dos polos opuestos y complementarios (macho-hembra, hombre-mujer, masculino-femenino). Hay que señalar que uno de los pilares de este orden es la superioridad de lo masculino frente a lo femenino y, por ende, de los hombres frente a las mujeres. La complementariedad de estos polos responde a la lógica organizativa basada en la reproducción, como mencioné antes. Por lo tanto se establece la heterosexualidad como norma para las relaciones entre personas. En términos generales, lo que sale de la norma, tanto en el campo identitario como en las formas del deseo erótico, se clasifica como anómalo (Butler, 2007; Gutiérrez, 2015).
Sin embargo, hay que decir que el género, por fortuna, se transforma continuamente, quizá mucho más despacio de lo que desearíamos algunos de nosotros. Dichas transformaciones se relacionan con otros aspectos sociales, como la educación, el mercado, el desarrollo de la tecnología, el trabajo, la religión y la política, entre otros; además se articulan con otras formas de organización social como la clase, la raza, la edad, la profesión, entre otras. Igualmente es necesario aclarar que las formas de organización social por género no son universales. Si volvemos la mirada a décadas pasadas, o miramos sociedades diferentes a la nuestra, podemos encontrar formas distintas de organización social que involucran al género: las formas en que las mujeres de diversas clases sociales utilizan o han utilizado el espacio público, las leyes concernientes al matrimonio, divorcio y crianza de los hijos, el constreñimiento o libertad para formar parejas no heterosexuales o las luchas por los derechos de personas LGBT. La organización por género y sus transformaciones deben entenderse social e históricamente situadas y a la luz de las vinculaciones con fenómenos de carácter local, pero también articulados con el contexto global, sobre todo en una época como la que vivimos, en donde el internet y las redes sociales permiten, o al menos aparentan, un mayor contacto con personas de otros países y sus experiencias.
Hablar de género importa porque nos permite profundizar en las formas en que nos organizamos como sociedad y con ello poner de relieve la desigualdad y sus formas. A partir de las miradas profundas, de los diálogos y reflexiones sobre las implicaciones del género en la vida de las personas, podemos también conocer y reconocer las transformaciones que se han dado a lo largo de la historia. Así el cambio deja de ser una utopía y se convierte en una posibilidad. La desnaturalización del género por medio de la reflexión crítica sobre diversos aspectos sociales y culturales, nos acerca a una sociedad interesada en ser más igualitaria.
Es por eso que les invitamos a transitar en este espacio, que tratará de mirar y reflexionar sobre distintos aspectos cotidianos que marcan nuestras experiencias en este mundo social «generizado». Somos personas con identidades de género y formas del deseo erótico diversas, que muchas veces no nos percatamos del peso de haber sido socializados como mujeres u hombres heterosexuales, hasta que el estruendo del mar de fondo aparece en medio de una aparente calma. Sirva pues este espacio para reconocernos, pensarnos, cuestionarnos y reinventarnos como personas que formamos y nadamos en un mar común y, sin duda, transformable.


Ana Paulina Gutiérrez Martinez