3 de diciembre de 2015

La participación y organización de las mujeres indígenas.


En momentos en los que la participación se representa como “tener voz”, “hablar”, irrumpir en la escena pública, abandonar el silencio y por fin tomar la palabra, la intervención de las mujeres de los pueblos originarios afronta dilemas adicionales a la participación de los hombres de las mismas comunidades.
 La violencia estructural ha implicado la invisibilización de las mujeres, principalmente de las indígenas.
 Por un lado, algunos pueblos se plantean el silencio. Sí, el abstenerse de la participación como una forma de mantener la autonomía y alejarse de las estructuras de control ajenas a la comunidad, porque se ve a la participación como una vía para abrir la intervención al otro, a los de afuera que históricamente representan la pérdida de la autonomía.
 Hablar, responder, se convierte en una forma de reconocer al “otro” o la otra, como interlocutor, validar el discurso de las instituciones y del gobierno federal o estatal, externo a los usos y costumbres de muchos de los pueblos originarios.
 Un dilema adicional desde la mirada de las mujeres, sin centrarnos en la autonomía y la participación se reconoce desde algunas posturas un riesgo al estar en oposición a la autonomía, viéndose como una forma de control desde un otro ajeno a la comunidad, por ello se discute hacia el interior el abstenerse o esa auto regulación a través de los “usos y costumbres” o “derecho consuetudinario”  entraña para las mujeres de los pueblos originarios el silenciamiento y no sólo para un hablar e intervenir en los espacios comunitarios y de autogobierno de sus pueblos.
 Además, están las prácticas que violentan la vida de las niñas y de las mujeres.
 No se trata sólo del silencio de los pueblos originarios que se propone como una forma de dejar sin contraparte en el diálogo al otro, formado en un mundo diferente, una visión influenciada desde la educación ajena, desde un “afuera”, sino del silencio impuesto y la abstención a la participación de las mujeres de los pueblos originarios hacia el interior  de sus comunidades que se rigen en gran medida desde una suma de patriarcados, resultado del “entronque patriarcal” que reúne a las formas de control sobre el cuerpo y la vida de las mujeres desde un afuera con el de adentro de la comunidad.
 Ese control que acalla la voz de las mujeres naturalizando su no participación en la toma de decisiones o que mantiene una aparente apertura, pero sin alterar o modificar las condiciones de violencia en las que viven en los espacios privados y los riegos permanentes en los espacios públicos para todas a través del acoso, la delincuencia y las ciudades construidas sin la visión de las mujeres.
 Además de que en la mayoría de los esfuerzos de autonomía comunitaria, aún está lejana la identificación de la verdadera dimensión que la participación de las mujeres de los pueblos originarios representa en los espacios públicos, y en el reconocimiento igualitario de sus propuestas y aportes a la comunidad.
 Para las mujeres, la disyuntiva no es sólo el reconocimiento de la participación hacia afuera de la comunidad, sino en la gran mayoría de los casos se trata de empezar a tejer las condiciones para la intervención en la toma de decisiones de la propia comunidad para construir espacios públicos y privados imaginados desde y por las mujeres.
 El dilema va desde este ámbito hasta el exterior, a plantearse cómo se construirá entonces la intervención/participación de las mujeres de los pueblos originarios en los contextos externos para incidir en la toma de decisiones.
 Para empezar a influir en cómo se planea el futuro inmediato, la participación a través del voto, el derecho a ser votadas, a opinar y a decidir las acciones de las instituciones.
 Este es el “nudo” de la democracia que lleva a reflexionar acerca de la viabilidad de nombrar la democracia como una práctica política válida y como mecanismo de construcción de toma de decisiones, si es por excelencia una  estructura heredada del sistema patriarcal occidental en la que no están las mujeres, pero mucho menos las mujeres de los pueblos originarios. Y ya sabemos que sin las mujeres no hay democracia.
 La disyuntiva de la participación en los espacios públicos de las comunidades indígenas en los espacios de gobierno y toma de decisiones para las políticas públicas de los Estados es al mismo tiempo un riesgo para la autonomía comunitaria-indígena que puede implicar el silenciamiento de las mujeres hacia el exterior, y la posibilidad de incidir y decidir sobre temas fundamentales como el cuerpo y con ello los derechos reproductivos.

Por: Argentina Casanova*
http://www.cimacnoticias.com.mx/node/71288