16 de noviembre de 2015

El feminismo sin mujeres.


Al filo de los años ochenta comenzaba a popularizarse el prefijo post, la sociedad post industrial, la sociedad posmoderna, la sociedad postmaterialista. De todas aquellas designaciones la posmodernidad fue la que triunfó en el área de los estudios filosóficos y culturales y, en el caso que nos interesa, en las posiciones feministas. La condición posmoderna puede calificarse como la posición teórica que certificó el agotamiento o el fracaso de la modernidad, en concreto de los ideales Ilustrados basados en los principios de libertad e igualdad ligados a un Sujeto autónomo y constituyente de la vida moral y política. Muerte de Sujeto, de la Historia y de los Grandes Relatos. El sujeto es producto, un mero constructo, no hay nada que lo sustente más allá de prácticas disciplinarias y jurídico-discursivas, de la performatividad y la reiteración. Lejos de apenarse por ello, la posmodernidad trae una buena nueva: estas muertes son profundamente liberadoras, todo eAlgún teórico declaró que ser mujer era liberador de suyo y otros que en realidad ellos ya habían devenido mujeres. Entonces, dado que los grandes teóricos blancos, posmodernos y transgresores abjuraban de su posición de Sujetos y de Varones ¿cómo querrían las mujeres convertirse en algo tan opresivo como el sujeto blanco, de clase media, heterosexual?
En los noventa la palabra posmodernidad comenzaba a ser sustituida por nuevos enfoques más parciales, por conocimientos situados y por la eclosión de las políticas de la identidad. En primer lugar fue el multiculturalismo, pero pronto los estudios poscoloniales y la teoría queer se convirtieron en los enfoques antihegemónicos hegemónicos. Estos dos últimos enfoques han trasladado al interior del feminismo sus planteamientos generales, y han construido como blanco de sus críticas la imagen fija de un feminismo hegemónico e institucional que sería opresivo con la diversidad de las situaciones de las mujeres del mundo. Así, el feminismo hegemónico, designado como un bloque monolítico, es "blanco, etnocéntrico, de clase media y heterosexual".
Los feminismos poscoloniales han formulado críticas coherentes y pertinentes a la construcción imperialista del sujeto occidental y la teoría queer denuncia, sin tregua, las posiciones heteronormativas o simplemente normativas de la sexualidad. Por un lado, el sujeto universal/neutro occidental folkloriza "las otras" culturas -y añadimos sexualidades- al situarse como un centro que es en realidad construido por las heterodesignadas periferias. Si las mujeres son copias defectuosas de los varones, las culturas son copias defectuosas de la cultura moderna u occidental. Por otro lado, y desde una perspectiva complementaria a la folklorización, el sujeto occidental condena a la invisibilidad todo lo que no se asimila a sus parámetros de definición de lo neutro humano.
La rebelión de las multitudes no pasa ya por reivindicar lo que se les ha usurpado sino, a menudo, por reivindicar su condición, posición, momento como una forma irreductible de oposición al poder. Ya no hay un "nosotras, las mujeres" como sujeto político, pero hay una multitud de feminismos: el feminismo negro, el feminismo asiático, el feminismo chicano y muchos más.
La ciudadanía diferenciada ha eclosionado en una multitud de palabras que tratan de cartografiar el mapa de la resistencia a toda asimilación: frontera, mestizaje, fragmento, disidencia. Una eclosión de publicaciones, situadas y localizadas, analiza las prácticas femeninas, las prácticas de resistencia, cuestiona toda universalidad, toda subsunción en conceptos universales y neutrales. Desde otra perspectiva aún más influyente, como la expuesta por Judith Butler en Gender Trouble, también se han desarrollado fuertes críticas a las mujeres como sujeto del feminismo. De forma resumida y básica: si la "mujer" es un constructo opresivo y sin base ontológica, ¿cómo convertirla en el sujeto de un proyecto político emancipador? Verdaderamente suena paradójico y es el núcleo de un planteamiento que se nutre de continuas paradojas y al final no ofrece unas respuestas claras a la situación global de las mujeres en el mundo. Todo es paradójico, porque si no hay sujeto ¿por qué tanto interés en sentenciar que las mujeres no son el sujeto del feminismo? Mientras los textos de Butler se pueblan de sesudas referencias a filósofos casi indescifrables para concluir que el cuerpo sexuado es un constructo millones de mujeres en el mundo no pueden, lisa y llanamente, controlar el acceso de los varones a sus cuerpos. El feminismo que de aquí se sigue relega al olvido una de las aportaciones básicas del feminismo a la autoconciencia humana: el hecho de que como cuerpos que somos nacemos y morimos vulnerables y, en consecuencia, queremos organizar la vida humana alrededor de este hecho material incuestionable.

Una vuelta renovada al "Nosotras, las mujeres"

En nuestros días, a la altura del año 2013 y situadas como estamos en los países denominados PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España), no es ya posible dudar de que estamos viviendo un momento histórico de rearme de la sociedad capitalista y patriarcal. Desde comienzos del siglo XXI no dejamos de encontrar signos que anuncian una reacción frente a los avances de la conciencia feminista en el planeta, pero también encontramos otros signos llamativos de la vuelta a nuevas formas de unidad al nosotras, las mujeres, conscientes de nuestra diversidad constitutiva. Lo centraremos simbólicamente en la evolución de las posiciones de la teórica de origen indio Chandra Mohanty. Mohanty publicó, en 1986, su célebre artículo "Under Western Eyes". Dieciséis años después, en 2002, volvió sobre los temas del artículo para revisar algunas de sus concepciones al hilo de los cambios producidos en el mundo por el fenómeno de la globalización económica. El artículo lleva el elocuente subtítulo de "Feminist solidarity throgh Anticapitalis Struggles". La vuelta a la solidaridad de las mujeres del mundo es una llamada a un feminismo no acrítico con las divisiones que atraviesan la vida real de las mujeres, pero capaz de dotarse de un análisis y una estrategia comunes. Es una llamada a centrarnos en lo que nos une, puesto que la dialéctica de la teoría feminista avanza de la percepción de lo que nos une a la percepción de lo que nos separa. Diferentes siempre hemos sido y seremos. Lo que nos ha unido y nos une es la historia de opresión que compartimos y las ganas de acabar con ella. Lo importante es que las teorías feministas sean capaces de formular políticas reivindicativas capaces de minar y erradicar la situación de subordinación, servidumbre y explotación de las mujeres del mundo. Tal vez no sea ahora el momento de más juegos de palabras, del "feminismo sin mujeres", del "feminismo sin feministas" y de colocarle a todo un prefijo post. Quizás sea el momento de comprender que mientras unas juegan simbólicamente a ser fragmentos a otras las convierten en fragmentos de carne para el mercado.

http://conlaa.com/wp-content/uploads/2014/09/feminismos_para_un_mundo_en_crisis_28.pdf