5 de abril de 2016

El doble discurso de "mi cuerpo es mío"




Con los parámetros estéticos y la cultura de hypersexualización surge lo que Joan Jacobs Brumberg llama el "proyecto del cuerpo" de las mujeres, amplificado por la cultura visual de la época selfie y las redes sociales. Analizando diarios de niñas, Jacobs constató que mientras hace un siglo había muy poca mención al cuerpo, en décadas recientes se ha ido convirtiendo en el foco central de atención, desde muy temprana edad. Históricamente, el pensamiento cartesiano que separó a la mente del cuerpo, colocando a la inteligencia racional eurocéntrica por encima de otros saberes, sirvió como una de las bases ideológicas del racismo, la colonia y la esclavitud: justificó la comercialización y propiedad de cuerpos ajenos. Así mismo, tratar a las mujeres de emocionales y poco inteligentes justificaba la tutela o propiedad de sus maridos sobre ellas. Reducir a las mujeres a un cuerpo no es un gesto inocente, las coloca en esta sub-categoría y promueve su objetización y mercantilización: es bajo este imaginario que hoy florecen las redes globales altamente feminizadas de tráfico laboral y sexual.
Natasha Walker [11] nos brinda un extenso e interesante análisis de cómo salimos de una jaula de la castidad para entrar a una jaula de represión de sentimientos. La revolución sexual llamaba a romper con los roles sociales y estéticos establecidos, a aceptar nuestros cuerpos, explorar nuestra sexualidad y vivir emociones fuertes, a través de relaciones entre iguales. Algo muy lejano al actual imaginario de consumo desenfrenado de relaciones sexuales desechables y sin involucramiento emocional, digno de la cultura del fast-food. Este nuevo imaginario, según Walker, es reforzado por la cultura omnipresente del porno, cuyo consumo es cada vez mas generalizado, sobre todo en Internet. La crítica feminista al porno, sin embargo, decayó en las ultimas décadas por recelo a contradecir a la liberación sexual, olvidando que ésta no criticaba al sexo explícito, sino a la representación artificial y estereotipada de la mujer-objeto-hypersexual y del sexo centrado en el rendimiento y no en la emoción o el placer -particularmente femenino-. Si bien surgió un porno alternativo que rompe con los estereotipos, éste no deja de ser marginal, y gran cantidad de jóvenes “se educan” sexualmente con porno tradicional. Walker explora además cómo se está naturalizando la idea de comercializar nuestro cuerpo o sexualidad, en torno a una narrativa que romantiza a la propia prostitución. Proliferan historias como las de estudiantes que subastan su virginidad online, páginas web de encuentro para que jóvenes atractivas y educadas encuentren un sugar daddy, crowdfunding para chicas que venden sus fotos y videos eróticos; es decir, se normaliza la idea de que "tu cuerpo es el camino más rápido hacia cualquiera de tus sueños”. Lejos del estereotipo de la mujer oprimida y forzada a venderse, muchas de estas iniciativas están dirigidas a jóvenes de estratos medios con estudios superiores, lo que alimenta el imaginario de que, mientras hayan grandes sumas de dinero de por medio, las mujeres han sido astutas en capitalizar “lo que tienen”.
Dentro de este imaginario, la autonomía reivindicada por el feminismo queda mutilada, reducida a auto-administrar ese “cuerpo”, la liberación sexual se desvía de una conexión con una misma hacia una enajenación del cuerpo [12], cada vez más valorado por su potencial mercantil. En zonas empobrecidas donde florecen negocios ilícitos -como el eje cafetero Colombiano- es donde más prolifera el comercio sexual, las cirugías, la idea del cuerpo como “única salida”. Y es que la naturalización de la mercantilización ha contribuido a minimizar realidades más dramáticas, como que el tráfico de mujeres y niñas para la explotación sexual se ha incrementado exponencialmente con la globalización neoliberal, -se estima que afecta a unas 4.5 millones de personas y crece más rápidamente que el tráfico mundial de armas y drogas-. O que en las zonas militarizadas y de conflicto las mujeres continúan siendo sistemáticamente violadas, violentadas y prostituidas a la fuerza. No es de sorprender, además, que potencie a la denominada “cultura de la violación”, en la que los hombres se sienten con el derecho de abusar de una mujer simplemente por cómo se viste o actúa, fortalecido por los altos índices de impunidad a nivel global. Mientras se incita a las mujeres a capitalizar sus cuerpos, no se deja de minimizarlas por eso mismo: se las culpabiliza al ser violadas y sigue imperando el slut-shaming -denigrarlas de putas-. ¿Cómo, entonces, desafiar estos imaginarios de objetización y posicionarnos como sujetos?

El doble discurso de "mi cuerpo es mío"

Los mecanismos sociales y culturales que nos llevan al "proyecto del cuerpo", al auto-control, a hacernos responsables de lo bueno y malo que nos sucede, mientras se camuflan las relaciones de poder desiguales y las causas estructurales de la exclusión, es lo que llamamos ideología. La ideología no funciona con reglas impuestas a la fuerza, sino a través del consenso. Es decir, son ideas que nos seducen, convenciéndonos de que “no hay alternativa” y debemos aceptar ciertas situaciones, por más injustas que sean. Pero estas ideas tienen que ser alimentadas constantemente para subsistir, y es por eso que la batalla de las ideas es tan importante. El reto está en construir discursos y lenguajes distintos, que nos permitan imaginar otros modelos de sociedad posibles y nos movilicen.
"Mi cuerpo es mío", slogan que surgió en la segunda ola del feminismo, se ha mantenido como un hito para denunciar la violencia contra las mujeres y promover la despenalización del aborto. Me parece importante señalar cómo este tipo de slogan, que yo misma utilicé por años, más allá de la importancia de las causas que reivindica, esconde un ambiguo discurso postfeminista, que nos llama a desplegar mayor creatividad y espíritu crítico en busca de nuevos conceptos. La primera ambigüedad está en el énfasis en el cuerpo, reforzando su objetización: poseemos el cuerpo, no lo somos. Este lenguaje falla en cuestionar los imaginarios que nos reducen a un cuerpo o a ser sus administradoras. Ligada a esta idea está la de la mercantilización, a través del lenguaje de la propiedad. El capitalismo se ha esmerado en inventar mecanismos de propiedad -títulos de propiedad, patentes, propiedad intelectual- para mercantilizar lo que antes era no-transferible: la tierra, las ideas, el conocimiento. Es así que acciones como la que se realizó en España, de ir al Registro de la Propiedad a inscribir sus cuerpos, desde un punto de vista capitalista representa el primer paso para poder comerciarlo. Asociar los derechos a la propiedad, algo característico del neoliberalismo, debilita otras posibilidades, como plantear unos intangibles no-apropiables y no-mercantilizables: el aire, el agua, los seres humanos... Y por último, si bien este slogan promueve la autonomía, también apunta a la individualización. Al ser mío, ¿soy la responsable de lo que le suceda a ese cuerpo? ¿Incluso de que no sea violentado? ¿No tendría más sentido esperar que, como sociedad, todas y todos velemos juntos por que ninguna persona nunca sea violentada? El imaginario neoliberal siempre busca desarticular a las sociedades, individualizando sus problemas, haciendo recaer toda responsabilidad en las elecciones de cada persona, mientras invisibiliza los factores externos que condicionan y la estructura económica diseñada para generar desigualdad.
Construir autonomía y un sentido de conexión con una misma sigue siendo fundamental para las mujeres, pero tal vez tiene más sentido pensar en discursos que nos reafirmen como sujetos. Este tipo de slogan tampoco ha sido el más eficaz en promover la despenalización el aborto. En los países donde se ha despenalizado, las feministas supieron posicionarlo como un problema de salud pública y de exclusión social: mientras las mujeres adineradas abortan en toda seguridad, las mujeres humildes mueren por abortar en condiciones de riesgo. El aborto está más relacionado con una decisión respecto a ser madre que al cuerpo y es pertinente abordarlo desde ahí: la maternidad no puede ser una imposición, es una decisión muy seria que requiere un sinnúmero de condiciones emocionales y materiales. Abordarlo desde el cuerpo, en cambio, lo sitúa como una disputa entre individuas y Estados sobre el control de ese objeto-cuerpo, fallando en situarnos como sujetos y en cuestionar el indulto del que gozan los hombres en el asunto. Este tipo de lenguaje anclado en el individualismo y el cuerpo, además, no ha logrado generar consensos en la opinión pública -sin lo cual los políticos difícilmente se las juegan-, sino que ha generado reacciones adversas. Y es que a la par del neoliberalismo hemos visto también resurgir viejas tradiciones y fundamentalismos, síntoma de una revolución fallida..

http://www.mujeresenred.net/spip.php?article2202