11 de enero de 2018

Economía feminista: entre la realidad y el deseo.


Frente a un sistema depredador de la vida, la economía feminista sostiene una propuesta rupturista: el objetivo último de un sistema económico debiera ser una vida digna, decente, buena
Existe un expolio del trabajo doméstico y de cuidados por parte del sistema económico que constituye una parte importante de la plusvalía y, por tanto, del proceso de acumulación.
Mi primera reacción cuando se me planteó escribir sobre “cómo sería un futuro a 20/25 años si la economía diera un giro feminista”, fue decir: creo que seguiríamos en una situación muy semejante a la actual porque es casi impensable que la economía pueda dar un giro feminista. De hecho, aunque con antecedentes más tempranos, las mujeres que estudiamos, investigamos y actuamos en el marco de la llamada economía feminista, llevamos un recorrido de tres o cuatro décadas y la economía oficial dominante poco o nada nos ha escuchado.

Sin embargo, cavilando con más tranquilidad, pensé que tal vez algo ha cambiado en estas últimas décadas. Hemos creado diálogos con las economías críticas reformulando la idea de dónde está el conflicto con el capital, identificando los nexos entre expolio de vida humana y no humana. Hemos actuado a través de movimientos sociales, en particular, del movimiento feminista y/o de políticas públicas, consiguiendo rupturas que pueden ir abriendo camino hacia un cambio real. Hemos logrado trasmitir las ideas de la economía feminista que han sido acogidas por muchas mujeres y algunos hombres como posible alternativa política-ideológica a la economía neoliberal.

La primera idea de la economía feminista en la historia reciente, que marca un punto de inflexión en el debate teórico y la práctica política, tiene lugar en los años sesenta-setenta y tiene que ver con la conceptualización del trabajo doméstico, su relación con la reproducción de la fuerza de trabajo y el beneficio capitalista; llegándose a establecer por primera vez que la supervivencia del sistema económico capitalista depende del trabajo que se realiza en los hogares sin el cual el sistema no podría subsistir, ya que no dispondría de la fuerza de trabajo necesaria para realizar el trabajo asalariado. Dicho de otra manera, existe un expolio del trabajo doméstico y de cuidados por parte del sistema económico que constituye una parte importante de la plusvalía y del proceso de acumulación.

Más adelante —y teniendo en cuenta que la economía feminista siempre ha sido permeable a otras disciplinas (antropología, psicología, sociología, etc.)— se va abandonando la clásica racionalidad de la economía, para incorporar en el estudio del trabajo doméstico aspectos más emocionales o subjetivos, lo que lleva a visibilizar la importancia de lo que hoy se denomina “el cuidado”. Una experiencia feminizada dedicada al cuidado biológico, emocional y psicológico de las personas a lo largo de todo el ciclo vital, lo que representa para las mujeres una enorme cantidad de trabajo, tiempo y energías. Cuidados necesarios que dan cuenta de nuestra vulnerabilidad y, en consecuencia, de la innegable interdependencia de todas las personas, mujeres y hombres.
Despojadas del velo mercantil de la tradición económica, que no permite ver más allá del mercado, ampliamos la mirada para incluir como categorías económicas el trabajo doméstico y de cuidados. Pero, lo relevante no era solo la inclusión de estos trabajos —que también— sino poner de manifiesto que existe una contradicción social fundamental entre la reproducción y calidad de vida de las personas y el beneficio privado y la acumulación de capital.

Este último ha sido el objetivo primero del sistema capitalista y de la economía que le da soporte, despreciando y explotando las vidas humanas y expoliando la naturaleza. Una economía profundamente patriarcal que esconde en manos de las mujeres la responsabilidad de cuidar la vida que está siendo atacada. Frente a este sistema depredador de la vida, la economía feminista sostiene una propuesta rupturista: el objetivo último de un sistema económico debiera ser una vida digna, decente, buena, donde todas las necesidades estén resueltas, para todas las personas del planeta —actual y futuro— manteniendo el respeto y cuidado necesario para con la naturaleza.

Todo lo anterior lo conceptualizamos en una palabra, la de sostenibilidad de la vida —humana y no humana— que va más allá de la sostenibilidad ecológica. Implica, por una parte, la capacidad de una sociedad de reproducirse, lo cual significa considerar todos los distintos trabajos, el medio natural, la reproducción biológica y la transformación en personas relacionales con capacidad de interactuar en el mundo más amplio. Pero esta reproducción no puede darse de cualquier manera, sino que debe estar necesariamente acompañada por el objetivo social y económico de una buena vida para toda la población.

Somos conscientes de que difícilmente el objetivo planteado pueda lograrse a medio-largo plazo, ya que significa una ruptura total con el sistema actual. Pero sí, como dije anteriormente, algo ha cambiado y, por tanto, puede seguir cambiando. 

Entonces, ¿Qué podría lograrse en 25 años si la economía escuchara a la economía feminista?

En primer lugar, es de suponer que eso representaría un cambio importante de valores, apostando por las vidas de las personas. Ello significaría otorgar a los cuidados un lugar central al tiempo de desfeminizarlos, reflexionando democráticamente entre mujeres, hombres y distintos sectores sociales —públicos o comunitarios— las distintas formas posibles de garantizar una vida de calidad para toda la población.

Se discutiría de forma seria y colectiva, con el fin de transformarlo en práctica, sobre: a) La producción: cómo producir, qué producir y bajo qué relaciones producir, b) El consumo: los bienes y servicios orientados a satisfacer las necesidades humanas, c) Los mercados: primero, qué tipo de mercados, a continuación qué bienes o servicios no se pueden dejar en manos de un mercado (agua, energía,…) estudiando las posibilidades de gestión pública o comunal, d) Los tiempos: cómo reorganizar y gestionar los tiempos de las personas, sin que sean los tiempos de producción extra-doméstica los que determinen el resto de tiempos de vida. Todo ello bajo el principio de respeto al medio ambiente y considerando en cada situación el entorno, el territorio y sus posibilidades.

En las facultades de economía se dejaría de enseñar la economía neoclásica como la única posible, criticando todos sus principios, su ideologización y las políticas que se derivan de ella. Asimismo, se incorporaría a la enseñanza de la economía, la economía feminista como otras economías heterodoxas críticas a la dominante y los diálogos entre ellas a fin de construir una nueva economía que diera cuenta de las necesidades de las personas. Para lo cual sería interesante fomentar espacios críticos y autónomos de pensamiento y propuestas más allá de las fronteras de la academia.

Ahora bien, posiblemente esto da cuenta de un deseo más que de una posibilidad real. Veinticinco años es un tiempo corto para que el sistema económico dominante y la economía que lo interpreta tiendan a un cambio importante. Ello solo podría suceder si el sistema se viera afectado por una crisis de proporciones hoy inimaginables e incalculables, como resultado de estallidos financieros, bélicos, ecológicos, de agotamiento de recursos básicos para la vida, etc., o la aparición de un “cisne negro”, situaciones todas ellas posibles dentro de un plazo de 25 años.

Por : Cristina Carrasco
http://www.eldiario.es/economia/Economia-feminista-realidad-deseo_0_725827473.html

"El capitalismo tiene un socio oculto: la mujer que realiza los trabajos domésticos no remunerados"


La economista Mercedes D'Alessandro es la impulsora del portal Economía Femini(s)ta, que ha conseguido situar la economía con perspectiva de género en la agenda pública latinoamericana y ganarse las redes sociales
"Lo que está invisibilizado en los datos está invisibilizado en las políticas"
"La asimétrica distribución del trabajo doméstico no remunerado es el tema central que explica que sucedan todas las discriminaciones económicas hacia las mujeres"
Es una de las economistas feministas que más repercusión ha tenido en los últimos años. Mercedes D'Alessandro, argentina, doctora en Economía, profesora en varias universidades y divulgadora económica, lanzó en 2015 el portal Economía Femini(s)ta. La página web, que se nutre del trabajo de un equipo de economistas, pero también de expertas de otras disciplinas, ha conseguido situar la economía con perspectiva de género en la agenda pública latinoamericana y ganarse las redes sociales. D'Alessandro, que vive en Nueva York, ha publicado recientemente Economía Feminista.

Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour).

En los últimos dos años ha habido muchas movilizaciones de mujeres en diferentes partes del mundo. Aunque cada país tiene sus características, parece claro que hay una serie de problemas que les suceden a las mujeres en todas partes. ¿Cómo es posible que la brecha salarial, el techo de cristal o la precariedad sean nuestro día a día en todo el mundo?
Hay un tema central que explica que sucedan todos los demás: la asimétrica distribución del trabajo doméstico no remunerado. Son estas tareas del hogar, como limpiar, hacer las compras, cocinar y cuidar a niños, niñas y adultos, las que recaen mayoritariamente en las mujeres. Y no son tareas que lleven cinco o diez minutos. En Argentina, por ejemplo, dedican un promedio de seis horas diarias. Estamos hablando de que hay un montón de trabajo no remunerado que aparece dentro de la esfera de lo privado y lo personal pero que, sin embargo, es fundamental para que funcione el sistema productivo en el que vivimos. Alguien que tiene que ir a trabajar todos los días necesita todas estas tareas resueltas.
Esto es algo que culturalmente las mujeres hemos llevado adelante. En la generación de nuestras madres y abuelas las profesionales eran la excepción y no la regla, el resto eran amas de casa. Hoy el ama de casa de los 60 full time (a tiempo completo) es algo que ha quedado fuera de la dinámica pero la sociedad nos sigue tratando así.

¿Nos trata así y por eso nos considera trabajadoras de segunda?

Cuando una mira por qué hay  brecha salarial suele encontrar que, por un lado, las mujeres eligen tareas que pagan peor, ligadas a los cuidados. Por otro lado, trabajamos menos horas en el mercado, especialmente las mujeres que son madres. En todas las economías vemos que cuando las mujeres empiezan a tener hijos dejan de trabajar remuneradamente y se quedan en los hogares, eso les hace perder sus carreras profesionales, toman medias jornadas, no les ofrecen ascensos o mayores responsabilidades... Por eso, el tema central tiene que ver con la asimetría de los cuidados y con una cultura que asigna eso a las mujeres.
Podemos decir entonces que la economía se ha construido sobre un modelo que ha ignorado una parte de la realidad.
Exacto. Hay una economista estadounidense que dice que el capitalismo tiene un socio oculto: la mujer que realiza los trabajos domésticos no remunerados porque realiza los trabajos indispensables para que el sistema funcione sin ningún tipo de retribución.
¿Y hasta qué punto es el capitalismo un aliado necesario del patriarcado, de que esta sea la situación de las mujeres? Usted misma dice que ninguno de los modelos económicos han tenido en cuenta esta parte de la realidad.
El problema es que el capitalismo y las luchas feministas si bien nos beneficiaron en el sentido de que somos más independientes, por ejemplo, al mismo tiempo nos incluye en un sistema de trabajo que no es el paraíso de nadie, ni de mujeres ni de varones, y al que entramos además en desigualdad de condiciones.
En Argentina, y es algo recurrente en toda América Latina, la mayoría de mujeres que trabajan lo hacen como empleadas domésticas. Es decir, una mujer de clase media que tiene ingresos y una vida profesional lo hace dejando una vacante en sus tareas del hogar y lo que hace es contratar a otra mujer para que las haga. Ahí tenemos un problema porque las mujeres profesionales hoy se pueden liberar de las tareas del hogar a costa de contratar a otras mujeres, en general, en condiciones muy malas. La forma de avanzar de unas mujeres es a costa de que otras tengan trabajos mal pagados.
Entonces algo falla en la ecuación, ¿son los hombres, que no asumen su parte de los cuidados?
Dentro de casa no hace falta una ley para que las tareas se distribuyan de forma más homogénea. Pero necesitamos que el Estado se comprometa y que, por ejemplo, la gente pueda acceder a guarderías o jardines de infancia, a espacios de escolarización, de recreo, a geriátricos... Esto facilita muchísimo la inserción laboral de las mujeres.
Muchas expertas hablan de que vivimos una crisis global de cuidados que puede ir a peor. ¿Cree que existe esa crisis?
Sí, absolutamente. No hay una suficiente provisión de servicios públicos de cuidados. Las personas que tienen que apelar a esos servicios terminan haciéndolo a servicios mercantilizados que suelen emplear a personas con pésimas condiciones. La única forma de acceder a ellos es que estén precarizados y mal pagados. Es muy importante, primero, reconocer que existen estos trabajos porque no hay estadísticas públicas sobre esto. En la mayoría de países no se miden los trabajos de cuidados y es muy difícil que a la hora de planear políticas se tomen en cuenta variables que influyan en los presupuestos y programas. Si no se visibiliza y cuantifica un problema, tampoco aparece como algo a solucionar. Los cuidados quedan fuera de lo que la economía toma como propio.
Sin embargo, mientras algunos organismos internacionales publican informes sobre los efectos positivos en la economía que tendría que más mujeres trabajaran, ¿no es una trampa que mientras vivimos en sociedades así nos empujen a un mercado laboral que nos maltrata?
Claro, el problema es que esto acaba derivando en una doble jornada laboral, dentro y fuera del hogar. La economista argentina Valeria Esquivel habla de la pobreza de tiempo. Con las encuestas de uso del tiempo muestra que las mujeres más pobres dedican siete horas a los trabajos pagados y otra siete a los no pagados, es decir, 14 horas de trabajo. Realmente estas jornadas afectan al tiempo libre y de descanso y esto genera una pobreza que no tiene que ver solo con el dinero.
Muchas economistas feministas plantean el problema de la sostenibilidad de la vida, para qué se vive, el objetivo es generar ganancia o generar bienestar. Cuando una mujer quiere participar políticamente de alguna manera o comprometerse se le suma una tercera jornada laboral. Las sindicalistas suelen decirnos que no llegan a las reuniones porque tienen jornadas de ocho horas, dos horas de ida y vuelta a casa, tienen que correr a la escuela a por los chicos... Los varones tienden mucho a hacer networking y en esos ámbitos las mujeres o llegan tarde o nunca llegan.
Habla de la falta de indicadores y estadísticas y de que eso es un problema. Plantea también la necesidad de incluir indicadores económicos LGTBIQ. ¿Qué sería necesario medir?
Por ejemplo, en un distrito de Buenos Aires se hizo una prueba piloto en la población trans. Se encontraron cosas interesantísimas: de 400 personas solo el 1% tiene un trabajo formal y solo el 2% terminó la educación universitaria. Y es diferente la situación de los varones trans que la de las mujeres trans. Resulta que en Argentina se llevó adelante la ley de cupo laboral trans para obligar al Estado a contratarlas. Pero no hay personas que cumplan con los requisitos que pidió el Estado para formar parte del cupo, es decir, estás generando una ley que no permite a las personas destinatarias acceder a ella. Lo que está invisibilizado en los datos está invisibilizado en las políticas.
En Economía Femini(s)ta han puesto en marcha la iniciativa Menstruacción, ¿en qué consiste?
Consiste en tres puntos: pedir la eliminación de los impuestos a estos productos –tampones, toallitas y copas menstruales– que en Argentina es del 21% porque consideramos que es un bien de primera necesidad que toda mujer va a necesitar comprar. Pedimos provisión gratuita para las personas de bajos recursos porque anualmente pueden suponer unos 100 dólares, y mejorar las investigaciones sobre el tema, porque en los últimos años ha habido estudios que han encontrado rastros de glifosatos y no puede ser que no tengamos más información sobre los efectos que pueden tener. La campaña también apunta a desestigmatizar, a mostrar que la menstruación es parte de nuestra experiencia cotidiana y que acceder a estos productos es una cuestión de salud.
Y volviendo al principio, a los paros de mujeres y las protestas por la brecha salarial, la violencia de género, los cuidados, la Women's March... ¿cree que es el inicio de un proceso irreversible en el sentido de que estos temas están ya en la agenda como quizá nunca lo habían estado?
Yo soy optimista.  Hay muchas cosas resonando, muchas mujeres y varones que se dieron cuenta de algo y que a partir de ahí cambiaron su forma de concebir las cosas. Culturalmente hay un antes y un después, hay un fervor feminista que no había desde hacía mucho tiempo. No podemos decir que es la primera vez en la historia que sucede porque eso sería olvidarnos de toda la lucha que ha habido en el pasado, pero sí hay una nueva efervescencia. Lo que sí hay también son gobiernos muy conservadores.
Todas las cosas que hemos ganado en luchas anteriores se tambalean a veces, con lo cual no podemos dormirnos y descansar en que muchas gentes usen remeras (camisetas) que dicen feministas. Tenemos que seguir muy atentas porque cada conquista cuesta mucho mantenerla. Y hay un tema que va más allá que es la violencia de género, que tiene una parte de violencia económica muy importante: muchas mujeres no se pueden ir del hogar porque no tienen a dónde, no tienen trabajo, no tienen recursos.

Por: Ana Requena Aguilar
http://www.eldiario.es/economia/Mercedes-DAlessandro-economia-feminista_0_695731271.html