Históricamente, la serpiente como símbolo mitológico en muchas culturas ha representado la generación de la vida, el erotismo, la voluptuosidad, la humedad y la libido sexual de la mujer; además de representar el mal y la oscuridad, como estandartes del Caos. Por consiguiente, es diabolizada como la tentación de la mujer que representa Eva, la mujer original, quien desobedece a Dios e incita a Adán a morder la manzana prohibida. “Pondré enemistad entre tú y la serpiente”, dijo Dios explícitamente; es decir, “te quitaré tu sexualidad: paralizaré tu útero, te volverás ‘histérica’, parirás con dolor y el hombre te dominará”. Aquí está el destino de la nueva condición de la mujer. Con la muerte de la serpiente, enviada a matar por un ángel armado con una espada al servicio de Dios, se reivindica la destrucción de la libertad de la mujer. Con esto aparece 2500 años más tarde la imagen de la Virgen María aplastando la cabeza de la serpiente; con esto consagráse la esclava sumisa de Dios y la renegacion de todos los “males femeninos” que laten en el útero “errante” de la mujer.
Con el triunfo de la revolución patriarcal y la desposesión de la serpiente en la mujer, aparece el nuevo orden simbólico. El Olimpo se llena de dioses, y entre ellos Esculapio, dios de la medicina, que se ha apoderado de la serpiente y que hoy, cual trofeo de guerra, todavía se exhibe en las marcas farmacéuticas.
Sistemáticamente nuestra sexualidad se fue focalizando hacia la función reproductora y nuestro placer se fue negando y robotizando. Desde niñas nos dicen que es malo tocarse “ahí”, es un tema tabú el placer en las niñas y si recibes información sexual, ya sea familiar o en las escuelas, es información vaga dirigida hacia la reproducción y a las enfermedades de transmisión sexual. Visto desde esta perspectiva frígida, nuestra sexualidad hasta este punto no tiene sentido…