23 de octubre de 2015

Depresión y género: Factores psicosociales de riesgo.


 
La depresión se ha convertido en una enfermedad moderna
y "globalizada" debido en gran medida a las condiciones
de vida desfavorables del mundo contemporáneo. La
inseguridad laboral, la competencia profesional, la pobreza y
las migraciones son problemas que afectan más a las mujeres
que a los hombres y que se enmarcan en el fenómeno de la
globalización, el cual impacta no solamente en la economía
y en el desarrollo social sino también en la esfera cultural
 
y en la definición y redefinición de las identidades y los
roles de género.
Se calcula que la prevalencia de la depresión varía del 2 al
32% a nivel de la población mundial y se sabe que es casi
dos veces más frecuente entre las mujeres que en los hombres
(Boyd y Weissman, 1981; American Psychiatric Association,
2000; Organización Mundial de la Salud, 2001). A escala
mundial, la prevalencia puntual de la depresión en los
hombres es de 1.9%, mientras que en las mujeres es de
3.2%; en un periodo de 12 meses la prevalencia es de 5.8
y 9.5%, para cada sexo respectivamente. En relación con
la edad, los datos muestran un incremento de la depresión
entre la población joven (Organización Mundial de la Salud,
2001).
Según la American Psychiatric Association (2000), el
riesgo de padecer un trastorno depresivo alguna vez en
la vida es de 5 a 12 % en los hombres y de 10 a 25% en las mujeres
, con una prevalencia de 2 a 3% y de 5 a 9%,
respectivamente. Kessler (2003, 2005) en los Estados Unidos
encontró una prevalencia total de depresión de 16.2 y de
16.6%, nuevamente mayor para el sexo femenino, con una
relación de 1.3 a 1.5 mujeres por 1 varón.
 
 
Depresión y globalización
 
A pesar de que la depresión representa un problema creciente
y preocupante en el mundo contemporáneo, se trata de un
trastorno que ha estado presente a lo largo de la historia
 
de la humanidad. Fernández y Ruiz (2005) afirman que
las enfermedades mentales, especialmente la depresión,
no tienen una trayectoria "natural" sino histórica. En el
caso de la depresión esta historicidad no depende sólo de
situaciones personales y familiares, ya que se asocia también
con las condiciones económicas, políticas y sociales de cada
época. En las últimas décadas la globalización ha dominado
 
el mundo entero, en forma directa o indirecta, e influido de
manera profunda en ámbitos como la cultura, la familia y
la salud. El incremento de la prevalencia de la depresión se
debe en muchos casos a condiciones de vida desfavorables
propiciadas por las crisis sociales, la pobreza, el desempleo,
la exclusión educativa, los desplazamientos migratorios o
las guerras (Beaglehole y Yach, 2003; Boltvinik y Damian,
2003; Bhugra y Mastrogianni, 2004; Monroy, 2005; Torres,
2005).
 
 
Trabajo, género y migración
 
Algunas de las principales causas de los patrones de
desempleo actuales obedecen a las fases cíclicas del
desarrollo de la economía y la tecnología, así como a
 
los cambios socio-políticos y demográficos del mercado
globalizado. Hoy en día se cuenta con evidencias en el
sentido de que las consecuencias sociales negativas del
 
desempleo se manifiestan en el deterioro de la salud mental
en las personas. Asimismo, existe un sinnúmero de estudios
que muestran la recuperación del bienestar y de la salud
mental una vez que las personas encuentran empleo (Barling,
1990; Porter, 1990; Vinocur, 2000).
Aunque en muchos contextos la reestructuración
económica ha llevado a una reorganización de la vida
pública y privada de hombres y mujeres, esto ha tenido
un impacto diferente para cada sexo. La feminización del
mercado de trabajo en México afecta de manera adversa
a un sector muy amplio de mujeres, cuya participación es
mayor en los sectores informales, no asalariados, de bajos
ingresos y sin seguridad y protección social (García, 2001).
En un análisis sobre la relación entre género, trabajo y salud,
Cruz (et. al., 2003) encontraron una mayor morbilidad en
las mujeres trabajadoras, con un predominio de trastornos
psicosomáticos en una proporción mujer/hombre de 2-1.5.
La migración es otra característica de la globalización.
Un mal ajuste individual a las experiencias del contacto
con la modernización, la falta de acceso a la educación,
la pertenencia a la clase obrera, el desprendimiento de
las raíces culturales, el aislamiento y la falta de seguridad
social son factores que suelen asociarse con el incremento
de problemas emocionales entre las poblaciones migrantes
 
(Watter, 2002; Bhugra, 2004). Hacia finales de la década de
1990, Almeida (1998) analizó el impacto de los cambios
sociales en la salud mental en las últimas dos décadas en
América Latina, encontrando que trastornos mentales como
la depresión, la agresividad y el alcoholismo eran más
frecuentes en los grupos de población migrante y sobretodo
en los estratos socioeconómicos bajos. En estos grupos la
prevalencia total de los trastornos mentales llegaba al 49%;
la neurosis y el alcoholismo eran los diagnósticos más
frecuentes con una prevalencia de 23%.
 
 
Depresión y roles de género
 
En las últimas décadas la globalización ha influido en la vida
cotidiana de las personas en la misma manera que afectó
al mercado laboral. Así, la sexualidad, el matrimonio y la
vida familiar se están transformando. La familia tradicional,
por ejemplo, está siendo reemplazada en muchos contextos
por nuevas formas de convivencia en pareja y que atribuyen
mayor valor a la sexualidad y a la comunicación emocional
(Papp, 1996, 1998; Guinsberg, 2004).
La entrada masiva de las mujeres al mercado laboral ha
implicado la transformación de sus roles sociales, su mayor
autonomía y una amenaza para la familia tradicional. La
inestabilidad y la inseguridad laboral, el debilitamiento de
 
la figura del hombre como proveedor económico exclusivo,
así como la difusión de nuevas construcciones culturales
 
sobre lo que significa ser hombre o mujer en las sociedades
contemporáneas, tanto occidentales como en su expresión
particular en el contexto mexicano, ha implicado una
 
redefinición de las identidades femeninas y masculinas y de
las relaciones de género (Barbosa, et. al., 2006).
 
 
Depresión e identidad femenina
 
La incorporación de la mujer al trabajo remunerado ha tenido
una tendencia ascendente durante las últimas décadas. Según
 
datos oficiales la tasa global de fecundidad disminuyó de
7 a 2.4 hijos por mujer entre 1970 y el año 2000; la edad a
la primera unión conyugal de las mujeres aumentó de 18.8
años, al inicio de la década de 1970, a 23.1 años para 1997;
y el índice de feminización del trabajo (número de mujeres
por cada 100 hombres) se incrementó de 31 a 45 en el
periodo 1990-2000 (Consejo Nacional de Población, 1997,
1999, 2000; Instituto Nacional de Estadística Geografía e
Informática 2000, 2001)
A pesar de la transformación en las relaciones de género,
los trastornos afectivos continúan presentándose con una
mayor frecuencia en las mujeres que en los hombres. La
depresión se asocia frecuentemente con trastornos somáticos,
básicamente a nivel cardiovascular y gastrointestinal.
Muchos trabajos han constatado que ciertos componentes
asociados a las inequidades de género desamparo legal o
económico, dependencia emocional, autoestima devaluada,
sumisión y complacencia- contribuyen a la emergencia de
síntomas depresivos en las mujeres (Beck, 1972; Seligman
1975; Dio Bleichmar, 1991; Lara, 1993; Mingote, 2000;
Díaz-Loving, et. al., 2007).
Desde la perspectiva psicodinámica, Burin (1996),
Levinton (2001) y Tubert (2001) plantean que los patrones
de socialización y crianza de las niñas contribuyen a
reforzar la dependencia emocional de las mujeres, así
como el miedo a quedarse solas, una baja autoestima y una
 
posición subordinada. Además, las dificultades para lograr
el "ideal maternal" impuesto por la sociedad son vividas
por muchas mujeres como una insuficiencia personal.
Frente a la impotencia para transformar situaciones vitales
desfavorables -que a menudo se acompañan de carencias,
devaluación personal o violencia- muchas mujeres
experimentan síntomas de depresión. En las amas de casa
la probabilidad de depresión aumenta cuando los hijos
crecen y abandonan la casa, lo cual puede provocar estados
depresivos, miedo a la soledad y pérdida del sentido de la
vida. El denominado "síndrome del nido vacío" es un buen
ejemplo de esta situación (Barberá y Martínez, 2004) y
existen estudios empíricos que relacionan la baja autoestima
y los rasgos de dependencia de las mujeres con la depresión
(Lara, 1993; Díaz-Loving, et. al., 2007).
Por otra parte, muchas mujeres jóvenes viven una fuerte
 
contradicción ante las dificultades para compatibilizar su
vida familiar con la realización profesional para incorporarse
plenamente a la vida social. Actualmente se enfatiza la
necesidad de conciliar la vida familiar con la laboral, pero
esto sólo será posible con una distribución equitativa de
las responsabilidades familiares y sociales entre hombres
y mujeres. De no ser así se seguirá contribuyendo a crear
fuentes de estrés adicionales para las mujeres que están
ya sometidas al desempeño de múltiples roles (Barberá y
Martínez, 2004). Estudios recientes muestran que el estrés
lel hogar aumenta las tasas de depresión y ansiedad entre
las mujeres (Blanco y Feldman, 2000; Medina-Mora y
Fleiz, 2003). Sin embargo, la incorporación al trabajo ha
sido un logro de gran importancia para un gran número
de mujeres en términos de su realización profesional e
independencia económica, o bien para complementar los
ingresos masculinos.
La bibliografía internacional y nacional sobre el tema ha
registrado que el romper con el aislamiento social y crear
nuevas relaciones mejora el bienestar físico y emocional de
las mujeres que trabajan fuera del hogar en comparación con
aquellas que son amas de casa (Lara y Acevedo, 2000).
Walters (et al., 2002) encontraron que el trabajo
remunerado y los cambios a nivel de la estructura doméstica
pueden ser considerados como factores explicativos de
las diferencias en la salud de hombres y mujeres; tanto el
trabajo remunerado como el contar con recursos económicos
 
suficientes se asocian con una mejor salud física y mental
en ambos sexos.
 
Otro aspecto importante a destacar es que los conflictos
de la vida en pareja producen un malestar psicológico mucho
mayor entre las mujeres que en los hombres, debido a que
la socialización de las mujeres las lleva con frecuencia a
centrar sus vidas en torno a los hombres .
 
Irina Lazarevich*, Fernando Mora-Carrasco