La violencia familiar es un fenómeno social que afecta a un alto porcentaje de familias de cualquier comunidad, en todos los niveles económicos y culturales. Incluso muchas veces las personas violentas en su hogar muestran hacia el mundo externo lo que parecería ser una conducta intachable. Y es importante tener en cuenta que lo que está detrás de esta violencia es siempre el intento por controlar al otro. Es decir que siempre se trata de un abuso de poder.
La violencia puede ser de tipo emocional, física, sexual, financiera, socio-ambiental. Se suele usar la crítica, la humillación, el silencio, las prohibiciones no razonables, el control y la vigilancia o el retacear dinero, como formas de ejercer el dominio. La conducta violenta es un problema en sí mismo. El alcohol o las drogas no son sus causas ni la explican, aunque es cierto que agravan el caso. Tengamos presente que en la mayoría de los casos los maltratadores no son adictos.
A las víctimas les cuesta relatar lo ocurrido pues tienen miedo, vergüenza, y porque tienden a echarse la culpa de lo que les pasa. Incluso es común que impere el temor y la sensación de culpa en quienes reciben el maltrato. Entre los cuadros principales de violencia familiar tenemos: la violencia conyugal, el maltrato infantil, el maltrato a ancianos y el maltrato a discapacitados.
La violencia conyugal es aquella que se establece en la relación íntima y estable entre un hombre y una mujer, estén o no legalmente casados. El hombre violento tiene una percepción rígida y estructurada de la realidad. Sus ideas son cerradas, ve a su mujer como una provocadora y como si fuera parte de su propiedad. Una de las mayores incidencias del maltrato ocurre durante el embarazo, parto o post parto. En un gran porcentaje de casos de mujeres maltratadas encontramos que la violencia de sus maridos se incrementó o comenzó con el embarazo (casi siempre durante el tercer trimestre de gestación).
El violento no tolera límites ni que sus asuntos sean conocidos por terceros. Se enfurece con la víctima y con quienes cree que la apoyan. En la puerta de juzgados, comisarías y a la salida de audiencias, hombres violentos mataron a esposas o ex esposas. Y por ello se recomienda no tomar audiencias o entrevistas en conjunto para proteger así a la víctima y evitar la confrontación de ésta con el victimario. Es importante recordar que la violencia es la única alternativa conocida por el violento para influir en aquella persona a la que quiere dominar. Y cuando eso falla por algún motivo, muchas veces decide matar para ejercer así un control definitivo.
La violencia conyugal se desarrolla en tres etapas. La primera etapa es de violencia sutil, la que se manifestará por ejemplo mostrando indiferencia por el otro, ridiculizándolo, burlándose de sus opiniones, no tomándolo en cuenta y lesionando de este modo su autoestima. En esta primera etapa la víctima empieza a presentar un debilitamiento psíquico, puede llegar a mostrarse más introvertida o depresiva. En la segunda etapa se llega a la violencia verbal, donde el agresor insulta a la víctima o la amenaza con futuras agresiones físicas o incluso con matarla. Es en esta segunda etapa que la víctima empieza a caer en un estado de miedo constante. Y en la tercera etapa hablamos ya concretamente de violencia física. Esta violencia comienza con apretones o pellizcos, sigue con cachetadas, luego con golpes de puño o patadas. Después se puede llegar también a la agresión sexual. Y esta escalada creciente de violencia puede concluir efectivamente en un homicidio.
En la violencia conyugal observamos también un ciclo que se repite y que estaría conformado por tres fases. La primera fase es la llamada “fase de luna de miel”, la que se da luego de un episodio violento y durante la cual el agresor dice sentirse culpable, pide disculpas y jura que no lo volverá a hacer. La fase que sigue es la “fase de escalada de la tensión”, en la cual el victimario parece cargarse nuevamente de tensión que empieza a manifestar paulatinamente y que la víctima reconoce y teme. Y la última fase es la “fase violenta”, en la que el victimario estalla nuevamente en un ataque violento. Este ciclo se repite una y otra vez, pero sus consecuencias son cada vez más violentas y más graves.
En el cuadro de violencia conyugal, el foco de la tarea psicoterapéutica no es el problema conyugal sino el poner a salvo y proteger a la mujer y a los hijos. Esa debe ser la meta primera e inmediata siempre.
Para hacer mención ahora, al menos brevemente, del maltrato infantil, en principio es preciso aclarar que los hijos testigos de la violencia desarrollada por otros miembros de la familia sufren el mismo daño y sintomatología que quienes son maltratados directamente. Ser testigo es una forma de victimización y una de las categorías posibles del cuadro de maltrato infantil. Algunos indicadores del maltrato infantil más comunes son: dificultades en el niño para jugar o relacionarse o concentrarse, miedos y desconfianza, baja autoestima, problemas en el lenguaje, apariencia descuidada, vestimenta inadecuada según el clima, apariencia de bajo nivel intelectual, mentiras y conductas antisociales, somnolencia, irritabilidad, nerviosismo, desnutrición, retraso en el desarrollo físico, moretones, heridas, mordeduras, quemaduras, etc. Todos estos son indicadores que deben ser tenidos en cuenta por todos aquellos que traten con el niño fuera del ambiente familiar (psicoterapeutas, docentes, doctores, etc.). Y es fundamental no tener miedo a comprometerse y hacer la denuncia pertinente en caso de detectar que un niño es víctima de violencia familiar.
Por Daniel A. Fernández
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