2 de mayo de 2012

Las modernas esclavas de Oriente.

En casi toda la región, los inmigrantes están excluidos de las legislaciones laborales

Al menos una trabajadora se suicida a la semana en Líbano

A Lisa, una etíope de 27 años, su patrona le apuñaló por la espalda. "Comenzó a pegarme al poco de llegar", musita mientras tiembla visiblemente. "Nunca estaba conforme con mi trabajo, que era limpiar, atender a sus hijos, hacer la compra, planchar y cocinar… en su casa y en la de su madre. Trabajaba 17 horas seguidas, apenas dormía. Un día me encontró hablando con otra etíope, pensó que me estaba quejando y me apuñaló. Fui a denunciarla, pero la policía me dijo que regresara o que me detendrían por huir de mi trabajo".

Lisa muestra una cicatriz de cuatro centímetros sobre el omoplato izquierdo antes de seguir su relato. Las heridas de Judith, de 19 años, son mentales. "En la primera casa donde me contrataron, el patrón intentó violarme. Me amenazaba con un cuchillo, me tenía encerrada. Huí y fui a la embajada, donde me buscaron otra casa. Allí había otra chica etíope. Yo estaba angustiada, apenas tenía fuerzas, y el patrón se enfadó porque decía haber contratado a una enferma", explica entre sollozos. "Un día me desmayé. Me agarró del pelo y me arrastró por la casa. Cuando me soltó me caí y su mujer e hijos me echaron agua para despertarme. Uno me empujó hasta el balcón: pensé que me iba a tirar. Alguien gritó desde abajo, y me hicieron entrar. Me golpearon hasta que el suelo se llenó de sangre. Tenía la cara tan hinchada que pensaron que estaba muerta, y me metieron en un congelador industrial que cerraron con llave. Estuve allí media hora, en lo que creí que sería mi ataúd. Luego me sacaron, me dieron una pastilla de jabón y me conminaron a lavarme y ponerme a trabajar. La otra chica me dio ropa y me animó a escapar. Lo hice esa misma noche".

El alto número de huidas y suicidios demuestran que el trato con los trabajadores domésticos africanos y asiáticos que buscan un sueldo en Oriente Próximo está más cerca de la esclavitud que de una relación laboral normal. En casi toda la región, los inmigrantes son excluidos de las legislaciones laborales de los países de acogida, donde un buen número son sometidos a abusos de todo tipo, desde explotación –jornadas de 15 y 17 horas, sin día libre por semana, a cambio de sueldos que no superan los 200 dólares mensuales- hasta malos tratos físicos, psíquicos y en ocasiones sexuales.

Un buen ejemplo es el Líbano. En octubre, ocho mujeres fallecieron en presuntos suicidios confirmando que el informe de Human Rights Watch de 2008 según el cual al menos una trabajadora se quita la vida cada semana en el país, sigue vigente.

Racismo hacia el tercer mundo
La estadística se cumple con escalofriante puntualidad, aunque no hay cifras oficiales ni apenas menciones en la prensa local. Al Gobierno no le interesan los inmigrantes del tercer mundo, ni tampoco a muchos de sus ciudadanos. Para el libanés Wissam S., autor de Suicidios Etíopes, un blog destinado a informar y a sensibilizar sobre el trato inhumano hacia los inmigrantes, se trata de racismo. "Los libaneses, y seguramente los árabes, tenemos complejo de inferioridad hacia Occidente y de superioridad hacia el Tercer Mundo", lamenta. "En todas las comunidades hay abusos, pero en la nuestra el Estado no hace nada, y esto se parece cada vez más al tráfico humano".

Más de 200.000 asistentas se afanan en el Líbano sin ninguna protección legal. Nada más aterrizar, las agencias que las contratan les retienen sus pasaportes, les asignadas una casa y de su suerte depende el ser sometidas o no a abusos. Es habitual que sean encerradas e impagadas. "Piensan que si les pagan cada mes escaparán", explica Salam H., "así que no les pagan". Pese a ello, miles siguen viajando, a menudo ilegalmente, hasta Oriente Próximo con la esperanza de poder enviar dinero a sus países de origen.

Tras 14 años escuchando desgracias, a Salam H. no se le ha endurecido el carácter. Sigue viendo en cada rostro magullado su propio rostro, en cada humillación su propio orgullo vulnerado y en cada vejación los cinco años de abusos que ella sufrió cuando, con 17 años, aterrizó en el Líbano desde Eritrea. Cinco años de los que sacó 12 euros, papeles legales, algunas heridas y una misión vital: hacer lo imposible para que otras mujeres no pasen por lo mismo.

Red clandestina
"La religión me salvó, si no me habría vuelto loca o me habría suicidado", explica esta joven, hoy pastor de una pequeña comunidad protestante que aúna a 400 etíopes y eritreas en el sector cristiano de Ashrafiyeh, al este de Beirut, y que se ha convertido en una red secreta de ayuda a las víctimas de abusos. "El primer consejo es ‘huye’. Una vez que ha huido, nos ocupamos de que tenga qué comer, dónde dormir y de buscarle un trabajo para empezar de nuevo".

Entre la comunidad etíope del Líbano –unas 26.000 mujeres, pese a que Addis Abeba rompió hace dos años el tráfico de ciudadanos con Beirut ante la avalancha de denuncias y un centenar de suicidios desde 1999- se ha extendido una voz. En Ashrafiyeh hay gente que ayuda a cambio de nada. De ahí que muchas huyan de otros puntos del Líbano con el barrio cristiano de la capital como destino. Allí las más veteranas, lideradas por Salam, aprovechan las salidas para hacer la compra, buscar a los críos o limpiar el coche de sus patrones para observar a sus compañeras de infortunio. "Si veo a alguna chica llorar, es que tiene problemas en casa. Si va cargada con bolsas de ropa, sé que está intentando huir. Me acerco y le ofrezco ayuda. Si ha escapado, le acompaño hasta una de nuestras ‘casas seguras’, le doy ropa, comida y le asigno un colchón", explica Sarah, etíope de 25 años con siete de experiencia en el Líbano. "Si me pregunta la policía, miento y digo que no sé nada del asunto".

Sarah pasó el primer año encerrada con llave. Su patrona temía que huyera. Lo terminó haciendo dos años después, y dio con la comunidad protestante de Salam. Ahora, junto a su hermana destina parte de su sueldo para pagar el alquiler de un apartamento donde las jóvenes huidas pueden cobijarse.

Salam admite que ya tienen casi 20 pisos distribuidos en Beirut, cada uno con entre 15 y 30 chicas, según el tamaño. Todo es clandestino. En el barrio, nadie sabe que Salam es, en realidad, líder de una comunidad religiosa. "Siempre que me preguntan les digo que soy limpiadora. Si me detiene la policía les enseño mis papeles y les explico que acabo de llegar al Líbano y que apenas sé árabe", explica entre risas. En realidad, ahora su trabajo consiste en atender su móvil, donde cada día recibe una media de 10 llamadas de chicas que buscan ayuda, y recibir a víctimas en su improvisada oficina, en un destartalado edificio. "En estos 14 años he conocido a 200 chicas que se han suicidado. Y en el 70% de los casos, hay abusos sexuales detrás", añade. Denunciar en comisaría es inviable: una denuncia por huida de los patrones convierte a la víctima en delincuente. Las víctimas de abusos terminan en centros para inmigrantes similares a prisiones donde pueden llegar a pasar hasta dos años sin cargos en su contra.

¿Tráfico humano?
No es un problema que se desconozca, sino una realidad que a casi nadie le importa. En 2000, el Departamento de Estado de EEUU incluyó al Líbano en la lista de países que fallan a la hora de evitar el tráfico humano y que deben ser vigilados por ello, un triste cambio a peor. Parte del debate es si considerar la explotación como tráfico humano. "Considerarlo tráfico es muy difícil por la definición impuesta por la ONU, pero siempre hay tres componentes: reclutamiento, engaño y coacción, y explotación. Eso sí es tráfico humano", afirma Ghada Jabbour, miembro de la ONG libanesa KAFA.

Como Ghada, otros muchos libaneses denuncian una realidad que les avergüenza. Es el caso de Wissam, el abogado experto en Derechos Humanos que gestiona Suicidios Etíopes. O los miembros locales de Caritas Internacional, la única institución que dispone de ‘casas seguras’ para albergar a trabajadores que han huido tras recibir abusos. "Tenemos tres casas, una para víctimas del tráfico humano y otras dos para quienes se han quedado sin refugio", explica Najla Chahda, responsable local de la ONG. En total, más de un centenar de mujeres se hacinan en los apartamentos de Caritas. "El Gobierno libanés ha firmado el memorando de protección para evitar el tráfico humano, pero eso no ha implicado ningún cambio. Aún tiene mucho por hacer", continúa Shahda.

Para Jabbour, la ausencia de compromiso responde a motivos económicos. "Cada año se recaudan millones de dólares gracias a los trabajadores domésticos que llegan al Líbano. Tasas de residencia, impuestos y visados que se recaban del trabajador y del empleador… El Gobierno se lleva mucho dinero en el proceso de regulación y hay muchas comisiones. También hay políticos involucrados, por lo que es muy difícil hacer leyes para proteger a esas mujeres".

Desde Irak a Arabia Saudí, un largo historial de abusos

La tragedia de las trabajadoras en el Líbano, una suerte de moderna esclavitud, es algo común en Oriente Próximo. HRW ha denunciado en varios informes a los gobiernos de la región por "exponer a sus trabajadores domésticos a abusos que van desde negar un día de descanso por semana hasta no limitar las horas de trabajo, coartar la su libertad de movimientos y otros derechos básicos".
Las denuncias incluyen jornadas de trabajo desproporcionadas, exclusión del descanso dominical, confinamiento, secuestro de pasaportes, privación de comida, abusos físicos y verbales, cuando no sexuales, y trabajo forzado.

Los Gobiernos que acogen a los emigrantes no asumen ninguna responsabilidad hacia ellos: su legislación laboral, en los casos de Líbano, Emiratos, Kuwait y Arabia Saudí, no incluyen a los extranjeros, por lo que éstos no tienen derecho a denunciar los abusos.

En Arabia Saudí, donde un millón y medio de mujeres de Indonesia, Sri Lanka, Filipinas y otros países asiáticos trabajan como empleadas domésticas, HRW ha documentado abusos que van desde el impago de salarios hasta el secuestro literal de los trabajadores.
En Emiratos, las autoridades calculan que hay 600.000 extranjeros, en su mayoría de Indonesia, Sri Lanka, Bangladesh, India, Pakistán y Filipinas, a los que habría que sumar los que llegan al país de forma ilegal. Las leyes de EAU excluyen a las sirvientas de la ley de protección de trabajadores extranjeros, además los emiratos no ha firmado la Convención de la ONU para la protección de derechos de trabajadores emigrados. Especialmente escandaloso ha sido el caso de miles de trabajadores asiáticos que han levantado los emiratos en jornadas de trabajo faraónicas y sin derechos a los que acogerse.
En Kuwait, unos 600.000 inmigrantes excluidos de la legislación laboral trabajan en condiciones tan inhumanas como las del Líbano. Sólo en diciembre se registraron 13 intentos de suicidio. En Bahrain se dan abusos similares, y en Irak los ‘esclavos’ han sido la única solución de las empresas extranjeras para edificar en el país durante los fatídicos años de la ocupación y la guerra civil, donde el riesgo a morir en atentado era muy alto. Muchos de ellos ni siquiera sabían a dónde iban: firmaban por trabajar en el Golfo y acababan en algún punto del escalofriante Irak.

http://www.bing.com/images/search?q=trabajadoras+domesticas+filipinas+&view=detail&id=816B3DDC66E80CFD02D3293373068B836B365797&first=0&FORM=IDFRIR