Durante varios años nos preguntamos por qué éramos tan pocas en las marchas del 8 de marzo, y añorábamos aquella del 85 en la que se llenó 18 de Julio con mujeres que llegaban de todas partes. También hubo algunas por el orgullo gay, cuando se conmemoraba en junio, en que ni siquiera éramos suficientes para cortar media calle.
Como dice la antropóloga feminista Mari Luz Esteban, “el cuerpo es un nudo de estructura y acción, de experiencia y economía política”,1 y por ello todo avance feminista implica siempre una experiencia de los cuerpos, una acción de aparición performativa en el espacio público, como resistencia, como acción discursiva y afirmación de identidades políticas. Continuidades y/o rupturas, según desde dónde se enfoque el análisis, lo cierto es que los últimos dos años han mostrado cambios significativos en las formas de expresión de los feminismos.
La diversidad de éstos es cada vez más diversa y esa es, además, su mayor riqueza, porque expresa las múltiples formas, espacios, estrategias, desde donde los feminismos luchan por modificar las situaciones de exclusión y subordinación de las mujeres, intersectadas por condiciones étnico raciales, generacionales, sexuales, que crean desigualdad. Una diversidad que trae nuevas voces y presencias, forjadas desde otras experiencias y culturas, y que proponen múltiples categorías y epistemologías de conocimiento y acción, con enorme impacto en la teoría feminista.
En 2015 las plazas, las calles y las escuelas de Brasil (particularmente en Rio de Janeiro) se llenaron de voces feministas contra proyectos que pretendían restringir aun más el derecho a decidir de las mujeres sobre su capacidad reproductiva.
El abuso sexual de una joven por parte de un grupo de machos, que además grabó su “hazaña”, fue otro desencadenante de lo que comenzaron a llamar la “primavera de las mujeres”: una emergencia de rostros y voces que combinó el ciberactivismo con la presencia física en las calles. El hashtag “primer asedio” desbordó de testimonios y pronunciamientos contra el machismo cotidiano. Paralelamente, las organizaciones de mujeres negras construyeron durante más de un año la “Marcha de las mujeres contra el racismo, el machismo y por el buen vivir”, que confluyó en Brasilia el 25 de julio, fortaleciendo la presencia política de las mujeres afrodescendientes en el feminismo brasileño y el latinoamericano.
La movilización convocada para el 3 de junio de 2015 en Argentina, con la consigna “Ni una menos”, se extendió rápidamente a otras ciudades latinoamericanas, incluida Montevideo, y fue la antesala del Paro Internacional de Mujeres del último 8 de marzo.
Simultáneamente, y desde otros territorios, otras mujeres se convertían en símbolo de lucha y resistencia contra el extractivismo y las multinacionales, como Berta Cáceres –voz del pueblo lenca–, Máxima Acuña, en Perú, las mujeres indígenas de Guatemala, o las madres de desaparecidos en México.
MÚLTIPLES SENSIBILIDADES.
La diversidad de luchas fue acercando espacios que se habían mantenidos separados durante mucho tiempo, pluralizando las miradas y voces del feminismo latinoamericano y caribeño. Aquellas calles en las que unos años antes nos costaba reunir grandes mayorías, desbordaron con una nueva identidad colectiva de jóvenes y viejas, con voces, rostros y rabias diversas, y multiplicidad de consignas y demandas.
“Tocan a una tocan a todas”, expresa un colectivo que va mas allá del enfrentamiento a la violencia, es una afirmación de los cuerpos inviolables, de una identidad múltiple y diversa que subvierte el orden cultural establecido.
Sin embargo, como demuestra la práctica política feminista en diferentes países, sólo una mirada abierta y plural es capaz de hacer confluir las múltiples sensibilidades políticas que surgen de la subversión de los modelos hegemónicos. Y este es uno de los mayores desafíos y un nudo significativo para las subjetividades políticas de los feminismos: ¿podrán generarse los diálogos y las escuchas que hagan posible inaugurar un nuevo tiempo político en medio de la diversidad de sensibilidades, cuerpos y opresiones?
En el feminismo existen corrientes antagónicas que se basan en expulsar de la “casa” a quienes piensan y actúan diferente, y a veces esos debates adquieren una virulencia que pone en duda la posibilidad de expresar una nueva sensibilidad política.
Por el contrario, el desafío actual es reestructurar el campo del deseo, como propone Franco Berardi, y también el del poder. Si “las utopías de la modernidad se fundaron sobre la exaltación testosterónica de la juventud (…) nuestra fuerza ya no puede basarse en el ímpetu juvenil, la agresividad masculina, la batalla, la victoria o la apropiación violenta, sino en el gozo de la cooperación y el compartir. Reestructurar el campo del deseo, cambiar el orden de nuestras expectativas, redefinir la riqueza, es tal vez la más importante de todas las transformaciones sociales”.2
Para esta transformación se necesita desterrar las lógicas “fundacionales”, el vanguardismo y la apropiación de las subjetividades colectivas. La creación de un “nosotras” desde el “mejor y único feminismo” –así se proclame crítico, descolonial, poscolonial, o cualquier otra denominación–, mientras se base en la ausencia del diálogo y el debate político, será apenas la reproducción de viejas prácticas. Necesitamos desarrollar un pensamiento de frontera capaz de revisar conceptualmente las categorías y los mapas de ruta con los cuales hemos interpretado los problemas. Sospechar de las palabras para poder crear una pedagogía de la alteridad, que nos permita ver al otro/otra en su radical diferencia sin pretensión de asimilación y/o conquista. Necesitamos abrir el espacio a las interrogantes e incertidumbres pero confrontando opiniones que permitan que fluya la palabra colectiva combatiendo en nosotras mismas lo que aún queda de pensamiento hegemónico, colonialista, universalista. Parece una tarea sencilla, pero quienes llevan casi toda su vida embarcadas en procesos políticos, saben bien de sus dificultades y fracasos.
Reconocernos en nuestras diferencias, con nuestras historias y desigualdades, un punto de partida para alianzas, complicidades y potenciaciones. Los esfuerzos deberían estar dirigidos a desplegar espacios colectivos para re-inventar resistencias a la cultura capitalista en todas sus manifestaciones consumistas, individualistas, violentas, racistas, colonialistas, y patriarcales. Ello no implica desatender la crítica, o el cuestionamiento a las formas tradicionales de la política y la gestión estatal. Pero necesitamos desplegar una nueva imaginación crítica capaz de enfrentar al mismo tiempo los fundamentalismos religiosos, políticos y económicos, abriendo espacios a la creatividad y la imaginación transgresora: perturbar las disciplinas y la disciplina sin desentendernos de la acción política cotidiana.
NUEVAS DIMENSIONES POLÍTICAS.
Vivimos tiempos confusos, llenos de incertidumbre, que parecen evidenciar el cierre de una etapa histórica. Cien años de cambios vertiginosos, desde el capitalismo industrial a la revolución tecnológica y el neoliberalismo, en su expresión más voraz, alteran las dinámicas económicas, políticas, culturales, el imaginario social y la vida cotidiana. Se expresa hoy una crisis civilizatoria y un nuevo ciclo que, aunque despuntando, no termina de perfilarse.
Es, indudablemente, una crisis de la modernidad capitalista implantada como patrón civilizatorio desde hace más de 500 años en nuestra región. Expresa también una crisis epistémica, que impacta en los imaginarios y las prácticas de los actores y actoras sociales, y abre en el horizonte la posibilidad de apelar a la construcción de “otros mundos posibles”, como propuso desde sus inicios el Foro Social Mundial. O como propuso la revolución zapatista, “un mundo donde quepan muchos mundos”.
Necesitamos una mirada más integral sobre la autonomía de las mujeres, incorporando la autonomía reproductiva, la autonomía subjetiva y la inviolabilidad del cuerpo como entramados indisolubles. Carecemos de una apuesta política clara, pero, como dice la economista Amaia Pérez Orozco, “se trata de desprivatizar y desfeminizar la responsabilidad de sostener la vida; que ésta pase a ser el eje sobre el que pivotee una economía distinta. Por eso, aunque aún no tengamos del todo clara la articulación política que queremos darle, sabemos que la subversión recorre la senda del decrecimiento ecofeminista”.3 En las últimas Jornadas Feministas (julio 2017) Yayo Herrero convocaba a articular los paradigmas de la economía feminista y la economía ecológica. La economía feminista subraya la honda contradicción entre la reproducción natural y social de las personas, y el proceso de acumulación de capital, mientras que la economía ecológica enfatiza la inviabilidad de un metabolismo económico inconsciente de los límites biogeofísicos y de los ritmos necesarios para la regeneración de la naturaleza. El diálogo entre ambos paradigmas es urgente e imprescindible. Interdependencia y ecodependencia son dos principios centrales para pensar alternativas.
El pensamiento crítico que necesitamos como hoja de ruta en un contexto tan complejo como el actual supone una subversión cognitiva capaz de hacer interactuar dimensiones que coloquen en el mismo plano las luchas contra el patriarcado, el etnocentrismo, el racismo, la heteronormatividad, el antropocentrismo, y las perspectivas descoloniales en una relación fecunda entre teoría y práctica, para desmontar el andamiaje conceptual que nos atraviesa. En definitiva, descolonizar el pensamiento y la acción para acortar la relación fantasmal (Sousa Santos) entre teoría y práctica. Abrir espacio a nuevas formas de hacer política supone articular las luchas de resistencia sin buscar nuevas hegemonías, reconociendo a las y los múltiples sujetos protagonistas de esas luchas. Tenemos demasiadas experiencias solipsistas y culturas políticas saturadas de antagonismos y protagonismos.
“Diversas pero no dispersas” fue el lema del 14º Encuentro Feminista de Latinoamérica y Caribe realizado en Montevideo en noviembre pasado. Es un llamado a reconocer diferencias de prácticas, lenguajes e imaginarios políticos, de feminismos abigarrados, que reconocen que sólo un tejido social participante, y activamente dialogante, podrá enfrentar al capitalismo heteropatriarcal.
Por: Lilián Celiberti
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