15 de mayo de 2018

La dualidad cultura versus derechos: ¿Mito o realidad?


El discurso y los movimientos de derechos humanos de las mujeres han quedado atrapados en la dualidad cultura versus derechos. Yakin Ertürk afirma que se trata de una falsa dualidad, que sirve a los intereses del patriarcado privado y público de la globalización neoliberal.

Introducción*

La década de los noventa fue un período notable en el que se desintegró el orden mundial que había caracterizado a la mayor parte del siglo XX, a la vez que quedaban al descubierto las tendencias y corrientes contradictorias en la gestación de un nuevo contrato social al interior de las sociedades y entre ellas en la era post-Guerra Fría.

En este período se produjo un nuevo despertar en el conocimiento de los derechos humanos cuando personas comunes de todo el mundo, que carecían de poder, lograron acceder directamente al sistema internacional de los derechos humanos que les ofreció un repertorio de estándares normativos para presentar demandas legítimas más allá del estado nacional (Levy and Szaider, 2006).

En este contexto, el movimiento global de mujeres se destaca particularmente por la eficacia con que logró aprovechar las oportunidades globales emergentes para hacerse escuchar. La movilización impulsada por las conferencias de la ONU sobre mujeres,1 así como por las conferencias globales2 de los años noventa permitió que las mujeres – desde el nivel local hasta el global –llevaran sus diferentes preocupaciones al terreno del diseño internacional de políticas y la incidencia por derechos humanos. Esta participación de las mujeres en procesos transnacionales transformó la teoría y la práctica convencionales de los derechos humanos centrada sobre todo en violaciones cometidas por actores estatales en la esfera pública, y modificó la doctrina del Estado para incluir su responsabilidad positiva.

La cultura como mediadora de la diferencia

Pero estos desarrollos se dieron en paralelo con el auge de fuerzas que se les oponían y que utilizaron la cultura y la religión como mediadoras de la diferencia y como bases para políticas de identidad. Los derechos humanos universales – y sobre todo las demandas de derechos humanos de las mujeres – fueron rechazados con el argumento de que eran conceptos ajenas a ‘nuestra cultura’. Cuando se mira este problema desde el Norte Global, se percibe cómo la cultura ‘otra’ se había esencializado hacía ya mucho tiempo como causa del subdesarrollo y de la subordinación de las mujeres en el mundo no-occidental.

Poco después de la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer realizada en Beijing – el evento internacional de mayor concurrencia entre los de su clase –, en 1996 los talibanes tomaron el poder en Afganistán con la misión de limpiar el espacio público de mujeres, supuestamente para ‘protegerlas de los valores occidentales corruptos’ así como de sus colaboracionistas locales, es decir, los hombres de pensamiento liberal. En 2001, el ejército estadounidense atacó Afganistán para ‘salvar’ a las mujeres del país del salvajismo de los talibanes.

Si bien el caso de Afganistán constituye una batalla inconclusa, y puede ser considerado un ejemplo extremo de cómo se utiliza a las mujeres en lo que he llamado ‘choque de masculinidades alternativas’ (Ertürk, 2009), podría afirmarse que las guerras ‘culturales’ de hoy se están librando en torno al simbolismo de la representación que asumen las mujeres en la esfera pública. Por eso, los debates sobre los derechos de las mujeres quedaron atrapados en discursos basados en la cultura, fragmentando al movimiento de derechos humanos de las mujeres y presentando un desafío de envergadura para los paradigmas, políticas y prácticas feministas y de derechos humanos.

La Primavera Árabe vuelve a plantear la dualidad cultura/derechos ya que los feminismos de Estado preexistentes, promovidos por gobiernos autoritarios, están siendo reemplazados por las agendas conservadoras de los partidos islamistas.

¿Se producirá una violación totalitaria de los derechos humanos conquistados bajo los feminismos de Estados autoritarios? ¿Se abandonarán los compromisos internacionales contraídos por los regímenes del pasado, como la CEDAW? La Primavera Árabe, ¿puede realizar las aspiraciones democráticas de los pueblos sin hacer lugar a las demandas de las mujeres? Estas y muchas otras preguntas sobre las transiciones en la región carecen todavía de respuestas.
Pero lo que resulta claro, como el caso de Afganistán, es que el poder está cambiando de manos entre hombres que representan agendas patriarcales alternativas, con la cultura y la religión ocupando el centro de las políticas de identidad, sobre todo de las mujeres.

La mirada ‘cultural’ sobre las mujeres

Situar el problema de los derechos de las mujeres en el marco de la ‘cultura’ distrae la atención de las estructuras de género desiguales, así como del ambiente económico y político general en el que están teniendo lugar estos eventos.

Según Merry (2003: 64), ‘Culpar a la cultura por las desventajas que padecen las mujeres, las minorías y otros grupos vulnerables es una ideología atractiva para quienes defienden la globalización neoliberal contemporánea. Atribuye los estragos causados por el capitalismo expansivo y los conflictos globales a la cultura “del otro”’.

Por eso, el discurso de la autenticidad cultural les brinda a los patriarcas tradicionales una coartada perfecta para evadir toda responsabilidad de hacer lugar a las demandas de derechos de las mujeres; la interpretación cultural de la subordinación de las mujeres alivia a los países ricos de la responsabilidad por los desposeimientos causados por el capitalismo, el neoliberalismo, el militarismo, las ocupaciones y conflictos armados.

La buena noticia es que las mujeres no se han sometido pasivamente a estas violaciones a sus derechos. Individual y colectivamente siempre negociaron los valores hegemónicos. Enfrentándose a la cultura de la dominación, se organizaron y redefinieron la cultura y la religión para promover los derechos de las mujeres. Musawah y la Violence is not Our Culture Campaign (Campaña La violencia no es nuestra cultura) son apenas dos ejemplos en el mundo musulmán.

Jerarquía de derechos

Por otra parte, el marco de referencia internacional de los derechos humanos – en el que confían las mujeres para hacer que sus respectivos gobiernos rindan cuentas con respecto a los compromisos internacionales que han adquirido – continúa siendo algo abstracto, que se expresa en jerga jurídica y está alejado de las vidas de las mujeres.

Además, el trato ideológico que reciben los derechos en el sistema de derechos humanos – que privilegia los derechos civiles y políticos por encima de los económicos, sociales y culturales – refuerza la globalización neoliberal. Los gobiernos rara vez integran factores socioeconómicos en sus respuestas legislativas y políticas a los temas de las mujeres. Los derechos humanos de las mujeres quedan reducidos a una conceptualización estrecha de la violencia contra las mujeres como ‘daño causado’, sin tener en cuenta temas socioeconómicos que subyacen a la violencia como pobreza, vivienda, desempleo, educación, agua, seguridad alimentaria, comercio, políticas migratorias, conflictos y otros.

Cultura versus derechos

Desde hace mucho, las académicas feministas critican la noción de los derechos económicos, sociales y culturales como derechos sobre todo ‘aspiracionales’ que se pueden ir realizando de manera progresiva según los recursos de que disponga el Estado, en contraste con los derechos civiles y políticos que se consideran derechos ‘obligatorios’ que deben ser garantizados de inmediato. Ellas consideran que a estos últimos también se les puede aplicar un proceso de realización progresiva dado que los Pactos Gemelos imponen deberes positivos a los gobiernos, que deben cumplir sus obligaciones sin discriminación.

Una perspectiva desde la economía política hace explícitos los vínculos entre lo económico, lo social y lo político, demostrando que el poder opera no sólo por coerción sino también a través de las relaciones de producción y reproducción estructuradas que rigen la distribución y el uso de recursos, beneficios, privilegios y autoridad dentro y fuera del hogar.

También destaca la importancia de los derechos y prerrogativas económicas y sociales para fortalecer las capacidades de las mujeres y crear las condiciones necesarias para que ellas disfruten todos sus derechos.

Los desafíos a futuro

¿Cómo avanzamos considerando las fragmentaciones que causan las políticas de identidad, la distancia y la jerarquía de los derechos, y la reacción provocada por los avances que han logrado las mujeres expandiendo el espacio que ocupan? Es necesario responder a estos desafíos tanto desde la teoría como desde el activismo feminista. En primer lugar, es preciso que recordemos que las culturas, incluida la cultura de los derechos humanos, son espacios en disputa; por eso, necesitamos continuar adoptando estrategias de transformación para negociar y cambiar los valores y prácticas discriminatorias – ya sea en nombre de la cultura o en nombre de las normas universales de derechos humanos.

A nivel de paradigma, necesitamos revisar el discurso sobre las mujeres en el desarrollo y reconciliarlo con el discurso de derechos humanos para poder construir a partir de las lecciones aprendidas de cada uno, y avanzar hacia un paradigma integrado e integral de los derechos de las mujeres.

A nivel conceptual, tanto académicas como activistas feministas necesitar sumar fuerzas para cerrar la brecha entre los estándares de derechos humanos abstractos/distantes y las realidades de las mujeres sobre el terreno, desarrollando instrumentos analíticos y prácticos que cumplan un rol intermediario y estén contextualizados. El concepto de capacidades de Martha Nussbaum’s (2005) es un buen ejemplo en esta dirección.

A nivel de políticas, al igual que Bandana Purkayastha sostengo que las mujeres necesitan llevar sus preocupaciones a las mesas de negociación institucionales para generar cambios verdaderos. En este sentido, más analistas necesitan dedicarse a implementar políticas, y otras necesitan encontrar la manera de garantizar que las/os legisladoras/es escuchen e implementen sus análisis (Ertürk and Purkayastha, 2012).

A nivel práctico es necesario desarrollar alianzas estratégicas con otros movimientos progresistas y promover que el trabajo de las mujeres se organice a través de modalidades innovadoras. Grupos de mujeres de base le están insuflando una vida nueva a los enfoques cooperativos, que dejaron de estar de moda en la era neoliberal (uno de estos ejemplos es la iniciativa de la ONG turca ‘Fundación de apoyo al trabajo de las mujeres’).

Esto exigirá una interacción estratégica con el marco de referencia internacional de los derechos humanos para transformar la cultura de los derechos humanos y garantizar que los gobiernos cumplan con sus compromisos internacionales. Con respecto al marco de referencia, es importante pensar estrategias más allá de la CEDAW que las mujeres ya están utilizando de manera eficaz: los comités que monitorean el cumplimiento de los Pactos Gemelos tienen una importancia particular para cuestionar la jerarquía y la fragmentación de los derechos. Los derechos de las mujeres continuarán siendo aspiracionales si ellas no se empoderan a través del acceso a la vivienda, la tierra, el crédito, los ingresos y la autoridad.


http://www.forum.awid.org/forum12/es/2013/04/la-dualidad-cultura-versus-derechos-mito-o-realidad/