A fin de poder entender un fenómeno tan complejo como es el hecho de que a más de treinta años se presente una denuncia por violaciones durante la dictadura,
Sala de Redacción consultó a la psicóloga María Celia Robaina, que desde la Cooperativa de Salud Mental y Derechos Humanos (Cosameddhh) brinda atención psicológica a un grupo de ex presas políticas. La especialista analiza la valentía de estas mujeres denunciantes, que recién hoy exorcizan las culpas de las que se creían responsables. Los verdaderos responsables -militares que sistemáticamente practicaban violencia sexual contra las mujeres detenidas- contaban con el silencio íntimo de las víctimas, pero ahora serán juzgados por el testimonio de las que eligieron no llevarse el secreto a la tumba.
El pedido de apoyo psicológico surgió del colectivo de mujeres que estaba preparando la presentación de una denuncia por violencia sexual. No sabían específicamente qué tipo de tratamiento necesitarían, sabían que iban a hablar de temas dolorosos, removedores, que por algo habían estado ocultos durante tanto tiempo. Las posibilidades reales que les podía ofrecer la Cosameddhh era un espacio grupal, quincenal de dos horas cada vez, y en ese régimen trabajan desde diciembre de 2010.
Según la psicóloga al principio hubo algunas mujeres que estaban ávidas de hablar, querían contar frente al resto del grupo sus vivencias particulares, pero ella evaluó que desde lo terapéutico eso no era conveniente, no había aun un grupo definido, nunca eran las mismas. Para que cada una pudiera tratar su testimonio era necesario un ámbito individual o un grupo sólido. En mayo de 2011 recién se consolidó un grupo de unas trece mujeres que van siempre y en la última etapa se dio el clima oportuno para que las que quisieran contaran su experiencia personal.
En Uruguay se ha tratado muy poco el tema de la tortura durante la dictadura, y menos los delitos de índole sexual, por eso en el camino hacia la denuncia, el grupo y cada una de las mujeres debió asumir y aceptar que esas cosas habían pasado, debieron romper un tabú. Un tabú que también es alimentado por personas que padecieron violaciones y no están dispuestas a contarlo.
Ante la posibilidad de que tengan que enfrentarse a quienes las torturaron en el marco de la investigación judicial, Robaina indicó que esa sería una oportunidad para ellas "de dar vuelta el vínculo que el torturador generó". Pasando del lugar de sometimiento en el que estuvieron, a denunciar estos delitos, están haciendo un pasaje de "lo pasivo a lo activo, interpelando al Estado, obligándolo a hacer algo respecto de lo denunciado". En opinión de la psicóloga, eso ya "es reparador, es sanador, porque se estarían quitando la figura opresiva que quedó internalizada". El hecho de haber sufrido violaciones y torturas y nunca haber hablado de esos temas implica que el tormento se prolongó mucho más allá del momento en que esas violaciones fueron perpetradas.
Otro tema importante a tratar en lo previo fue la culpa. Muchas de las ex presas manifestaron que aun teniendo claro que estaban en una condición de absoluta dominación, que no podían hacer nada para librarse de lo que les estaba pasando, aun así se sentían culpables. "Esa culpa se las transmitió el torturador. Las humillaban, las insultaban, les decían que se habían buscado lo que les estaba pasando". Los militares se ensañaron con las mujeres militantes por salirse del prototipo de mujer de la época. En muchos casos la culpa permanece hasta el día de hoy y contarlo es una manera de exorcizarlo, "de romper la dinámica que se tomaba como normal y poder depositar la culpa en el único culpable".
Robaina indicó que psicólogos especializados en trabajo con víctimas de violencia sexual en cualquier ámbito y en diferentes circunstancias afirman que la culpa siempre aparece. "Tiene que ver con haber estado en una situación de tanta dominación, de tanta sumisión a un otro que uno no se acepta a sí mismo en esa imagen, en esa posición". En muchos casos aparece la pregunta retórica, sin respuesta posible "¿qué podría haber hecho para que esto no me pasara?"
Si bien la violencia sexual fue general y sistemática durante el terrorismo de Estado porque todas las mujeres ―y muchísimo hombres― fueron desnudadas forzosamente, fueron manoseadas, fueron humilladas, recibieron tortura sexual en los genitales, en los senos, fueron despreciadas por su condición de mujeres y madres, sólo algunas fueron violadas, no todas. Y eso también era una estrategia: generaba la macabra sospecha de "por qué a vos te violaron y a mí no", "qué hiciste vos para que te violaran". Y lo mismo se preguntaba la víctima de violación. El clima de sospecha tenía el objetivo de dividir los grupos de pertenencia. Se podría presumir que los violadores también sabían que las personas en general no cuentan estas experiencias, contaban con el silencio de las víctimas.
Para la psicóloga, las mujeres mantuvieron tanto tiempo el silencio porque "los hechos traumáticos generan que uno reprima lo que duele, hasta bloqueando algunos recuerdos". Eso nos pasa a todos frente a una situación extrema o límite, que el psiquismo no puede procesar por los mecanismos habituales, lo traumático queda como escindido, fuera del yo. También es cierto que es difícil contar una experiencia extrema porque parece que no alcanzaran las palabras, "es tan salvaje, tan primitivo, tan bruto, tan descarnado que el lenguaje simbólico no llega a poder dimensionarlo, no puede nombrarlo". Tampoco les preguntaron acerca de esto, en algunos casos ni siquiera sus parejas se animaron a indagar, los demás esquivaron el querer saber o confirmar lo que sospechaban.
Las denunciantes tienen varias expectativas con lo que pueda pasar. Una de las razones por las que denuncian es que quieren desenmascarar lo que ocurrió y que se sepa la verdad. Por otro lado, la culpa genera una especie de deuda, algo que siempre está pendiente, que no se puede cerrar. Según Robaina, "este proceso que están haciendo permite cicatrizar, cerrar, elaborar".
También está la expectativa de la justicia, que se sepa que hubo militares que sistemáticamente practicaban violencia sexual contra las mujeres detenidas y que se los juzgue por eso. Algunas de las ex detenidas manifestaron que no querían morirse llevándose este secreto.
La denuncia también funciona como tregua. Muchas mujeres vieron afectada su vida cotidiana a partir de lo que sufrieron. "Experiencias de tanto impacto que tocan una zona tan íntima y tan vinculada a la vitalidad ―porque la sexualidad tiene que ver con el amor, la ternura, la procreación, el placer, el disfrute― que esa zona haya sido transformada en un territorio de horror, de dolor, de asco, de mancha, pervierte lo esencial de la sexualidad". No sólo la sexualidad se ve afectada, impidiendo tener relaciones sexuales o tenerlas con mucho dolor, no poder disfrutarlas; también se pueden manifestar secuelas en la autoestima que pueden producir depresión, rechazo hacía sí mismas.
A nivel político las ex presas sienten soledad en lo que podrían ser políticas de Estado, han manifestado miedo a represalias ya que las denuncias implican a torturadores que aun están libres. Tampoco quieren exponer a sus familias al morbo de la opinión pública. Pero son riesgos que están dispuestas a correr. Para Robaina, deberíamos tener en Uruguay un programa de atención y acompañamiento a testigos, como existe en Argentina, y la justicia "tiene que dar un tratamiento especial a estos crímenes, no se pueden manejar con las mismas lógicas que cualquier delito".
"Hoy mucha gente cree que estas mujeres están locas por estar tratando este tema. Incluso otras ex presas políticas que sufrieron lo mismo les preguntaban qué necesidad hay de pasar por eso nuevamente. Mostrar algo horroroso hace que la gente mire para otro lado. Para mí estas mujeres son muy valientes".
Lucia Pedreira
http://sdr.liccom.edu.uy/2011/10/30/el-silencio-de-las-inocentes/